Pero ahora no podía hacerlo, se sentía demasiado cansado, demasiado inseguro. Teniendo solucionado de momento la comida, esta noche la pasaría al raso. Seguro que mañana estaría mucho mejor, se daría un tiempo para asimilar su nueva condición de vagabundo, porque desgraciadamente, comprendía que era eso. Era un sin techo.
Llegar a esta conclusión no le daba precisamente buenas vibraciones. Si nunca se hubiera marchado ¿qué hubiera sido de su vida? Era inútil pensar en esto. Quizás más adelante lo podría hacer sin sentirse como un estúpido, pero ahora le era imposible.
Buscó en el árbol las manzanas más maduras, eso sería su cena. Pensándolo mejor en lugar de dos arrancó el doble, no le importaba repetir el menú para mañana desayunar. Esta noche la pasaría allí, se encogió de hombros, no le disgustaba en absoluto dormir bajo las estrellas, mañana temprano recorrería el pueblo antes de que los habitantes merodearan por las calles, ya había pensado cómo se presentaría en su antigua vivienda, pero esta noche lo planificaría mejor, con todo detalle. Le dio a Toma una porción del fruto recogido, y después ambos bebieron un poco de agua del riachuelo. Se dijo que en realidad no le importaba pasar las próximas horas en la soledad de aquel campo de frutales. Buscó una posición cómoda, y al cabo de poco rato tenía a Toma, con el hocico encima de sus piernas. Le acarició la cabeza mientras pensaba en si era buena idea ir en busca de un lugar donde cobijarse, llevando a un perro como acompañante.
Seguro que mañana por la mañana lo vería mucho mejor que hoy.
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Había dormido mejor de lo que esperaba. Se desperezó sin prisas, se alisó la ropa y se puso en camino hacía el bar donde el día anterior se tomara algo caliente.
Allí tantearía la situación a seguir. Necesitaba información y seguro que aquel muchacho joven, se la podría dar. Por supuesto que no le diría que años atrás había pertenecido al lugar. Pensó con añoranza en su casa, que vendió siguiendo los consejos de sus parientes.
Volvió a pedir lo mismo que ayer. Partió en dos el bollo, y se lo dio a Toma, que se relamió de gusto. En el centro de la plazoleta había una fuente, y se llevó al perro para que pudiera beber a su gusto. Miró a su alrededor, para asegurarse de que nadie lo estaba vigilando. Parecía un pueblo desértico, Volvió a entrar en el bar, para entablar una conversación con el muchacho.
Al hacerle las preguntas, decidió darle un marcado acento francés, cosa muy fácil, después de haber pasado años en el país vecino.
Se enteró que en los últimos tiempos, el pueblo se había quedado casi vacío. La gente joven –Tal como hiciera él mismo- se había ido en busca de mejoras laborales. Sólo quedaron unos pocos viejos que o bien se fueron muriendo o sus hijos al cabo del tiempo los vinieron a buscar para llevarlos con ellos. El Ayuntamiento hizo un llamamiento, ofreciendo a matrimonios jóvenes un lugar donde vivir a cambio de trabajar en el campo, y sobre todo, la demanda era especial para incluir niños, poder volver a abrir la escuela, y dar vida al lugar que en cuestión de años se había convertido en un pueblo fantasma.
Escuchaba atentamente la historia.
No se le había ocurrido ir al Ayuntamiento en busca de información. Ahora tomó la decisión de ir en busca de todo lo que necesitaba.
Dio las gracias al muchacho sin hacer ningún comentario ni a favor ni en contra. Al fin y al cabo aún no sabía cómo le iría la gestión.
Cuando llegó al ayuntamiento se encontró con la desagradable sorpresa de encontrarlo vacío. Un letrero escrito a mano decía que el recinto estaría abierto los hueves y los sábados de diez a trece.
No tenía ni idea del día en que vivía como tampoco sabía la hora, por las sombras que se reproducían en el suelo calculó que no era mediodía.
Miró a Toma como si buscara en el perro alguna respuesta, que evidentemente no halló.
Volvió al bar y directamente le preguntó al muchacho cuándo abrirían al público el Ayuntamiento. Éste se dio la vuelta para mirar en un calendario que estaba colgado justo detrás de él. Le pareció que aquel dependiente por primera vez lo miraba y se interesaba por su persona.
Le dijo que mañana a primero hora estaría el alguacil y alguno de sus compañeros. Allí el trabajo no era excesivo, con los dos días semanales, tenían de sobra para las gestiones que se tramitaban. Si era urgente lo que necesitaba podía desplazare hasta el pueblo más cercano, porque hoy estaban allí, para ayudar a quien lo necesitara. Le dijo que en pocos minutos llegaría el autobús de línea, que hacía el recorrido, tres veces a la semana.
Pensó enseguida en que tendría que pagar el billete, y eso no le gustó nada, pero por otra parte tampoco le apetecía estar deambulando por el pueblo desértico con aquel calor insoportable. Sí, de momento podía desprenderse de algo de dinero. Se saltaría la comida. Recordaba más o menos cómo era aquel pueblo cercano, cuando vivía allí, había ido más de una vez, incluso andando. En realidad eran casi calcados el uno del otro. Se preguntó si estaría tan solitario como el suyo. Se le encogió el corazón al pensar en la soledad que allí reinaba. Cogió el perro en brazos, y preguntó al conductor se podía llevarlo. El hombre le contestó de manera vaga, si el animal no molestaba, podría, pero si algún pasajero se quejaba tendría que abandonar el trasporte. Miró el fondo del vehículo y sólo había un matrimonio mayor sentados al final, para poder dejar todas las bolsas que llevaban, era muy evidente que venían de hacer una compra importante de productos comestibles.
El trayecto duró apenas quince minutos.
Al bajar quedó sorprendido de la diferencia enorme que existía entre los dos pueblos. La plaza donde tenía la parada el autobús era casi idéntica que la que había dejado atrás, pero el bullicio reinante no tenía nada que ver. Recordó dónde estaba la casa Consistorial, y se dirigió hacia allí, en busca de información.
Un letrero puesto en un lugar visible le dejó perplejo.
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