Recuerdo lo mucho que nosotros
molestábamos a las familias que vivían a cada lado, al frente y detrás de nuestra congregación, con tanta
gritería usando los
micrófonos, con nuestros cánticos y alabanzas tan
ruidos@s, y también con nuestra
música (panderetas, baterías, trompetas, guitarras eléctricas) los lunes, los martes, los miércoles, los jueves, los viernes, y los domingos por la mañana, y por la noche. Y cuando digo por la noche, era hasta las 11, o las 12 ...
No en balde los vecinos nos denunciaban a la Policía, pues
no respetábamos su tranquilidad. Queríamos
imponerles nuestra religión.
Y nos tiraban piedras a las ventanas de la iglesia. Y, ahora, tantos años más tarde, pienso que tuvimos mucha suerte, pues nadie nos disparó ... No nos dábamos cuenta de lo mucho que
fastidiábamos al vecindario con nuestro
alboroto pentecostal, ni de la
mala imagen que estábamos dándole del evangelio ...
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