El cuarto vacío, le llamaba la atención. Tenía un no sé qué de atracción magnética, sobre él.

Cuando se mudaron, hace casi una semana atrás, sus padres le dijeron, que el dueño, un señor flaco casi esquelético, les había dicho, que la única condición para alquilarles la enorme casa, en un barrio de muy buen nivel, era que no entraran al cuarto cerrado con llave en el tercer piso.
Sus padres venían de perder ambos la situación laboral que los hacía inmunes al tiempo fatal económico que vivía el país. Ambos trabajaron por años en una compañía sueca de productos químicos para el agro, y ahora con todo el caos económico, los directivos de la Empresa decidieron mudarse a otro país más estable y todos los empleados y obreros recibieron sus respectivos dineros, con respecto a los años trabajados.

Tuvieron que dejar el barrio elegante donde vivían, cambiar de colegio a él y a su hermana menor y vender al auto de alta gama y comprar con eso dos autos pequeños, porque la casona que alquilaron, quedaba muy alejada del centro de la ciudad.

Los dos primeros días todo fue mudanza, acomodar los muebles, contratar unos jardineros que limpiaran el gran parque que rodeaba la casa y además limpiar todo de un polvillo blnco que estaba aposentado en todas las piezas, como si fuera un rasqueteo de tiza.