Notas.

[Kentia]

[Kentia]

Aromas a estío, de hojas de árboles de Otoño, que aunque todavía no está, ellas saben que no faltarán a la cita.
Van cayendo lentas en el atardecer, estarán a salvo por ahora, de los días grises, ellos igual llegarán a los senderos.
Basta un poco de cielo, y la suprema alegría, que nos entrega una flor tardía, en el jardín vecino.
Otra vez llegarán las horas soñadas, quizás los niños jugando en los senderos hoy vacíos.
La tierra está llamando con infinita ternura y voces calladas, en los murmullos del árbol.
Luz fugitiva que se esconde en las montañas, detrás de la ciudad casi dormida.

[sarameseguer]

Muy buena, me encanta!

[Kentia]

​Gracias sarameseguer.

[Kentia]

[Kentia]

Estaba allí, sin estarlo siquiera, temporalmente abrumada, por el acontecimiento, de ver la luna en la ventana, sin que nadie se asomara, como se había dicho.
Nada se comparaba con ese hecho reciente. El objetivo reconfortante ahora no podía compararse con nada.
Como todo lo valioso, lo esencialmente valioso, que habría sido el regalo, de la visión esperada.
Se negó a creer lo que veían sus ojos casi entornados ahora, porque solamente la noche oscura y sin fin.
Recorrió sin dar un paso. Momentos de indecisión fueron esos, el sendero vacío iluminado por el celeste brillo.
A lo lejos escuchó el graznido de un pájaro, el ladrido de un perro. Sonidos del silencio.
Sin pensarlo, sintiendo la brisa en su pelo, corrió, corrió por el largo sendero.
Agotada y sin aliento, se sentó en el suelo pedregoso y recién comprendió.
En lo profundo y vital de su ser supo, que nada era cierto.

[Kentia]

[Kentia]

Los recuerdos de la niñez lo llevan tan lejos, como si el calendario no existiera.
Su padre en el jardín, acariciando el perro y su madre cortando flores, para el jarrón del comedor.
Toda la escena bucólica, entre brumas de su mente adormecida, por los opiáceos, que ya a esa edad, eran parte de su vida.
Miró alrededor de la habitación y al fondo de ella, en la pared con dibujos geométricos, allí está el árbol enorme del jardín.
Quiso levantarse de la cama, pero su cuerpo se negaba a obedecer, entremedio de quejidos de importancia, pudo al fin levantarse. Aunque decir algo así, era presuntuoso.
Trató de mantenerse en pie con esfuerzo, y dar los pasos que creyó necesitaba.
Uno, dos, tres, trancos vacilantes. Casi lo logra. Lo mira anhelante.
Allí está el árbol majestuoso, con sus hojas verdes brillantes, sus ramas firmes, sostenido por el tronco rugoso. El árbol.
Un rayo de luna, entra por la ventana, iluminando su figura casi esquelética, que no ceja en su empeño.
Alcanzarlo, será la culminación de sus sueños de niño.
Da dos pasos más y cae al suelo.
El árbol sigue allí, majestuoso en la soledad de la noche.

[Kentia]

[Kentia]

Se sentó en el escaño, entremedio de la muchedumbre, que ese atardecer estaba en el parque.
Los colores se iban diluyendo, en una bruma persistente, que caía como un rocío entre las personas alrededor y las callejuelas adyacentes.
Los colores de la acuarela que para ella existían, mirándolos así, fueron pintando en su mente, los cuadros que hubiera querido pintar.
Las damas con sus ropajes de colores y sus sombreros, que dejaban ver parte de sus bellos rostros, la doncella, con los dos niños de la mano atravesando apurados la calle, atestada de coches y cabriolés.
Los amantes, besándose debajo de la capelina, que dejaba ver el momento de pasión.
Más allá, el viejo detrás del mesón atestado de diarios y revistas.
Al costado del parque, los muros que la separan de su realidad, esa que por momentos ha olvidado, viendo a su alrededor.
Se levanta de su pequeño mirador, empieza a caminar, llevando su carretón...
¡Flores, señora, ramos de camelias señor, pimpollos de rosas, señorita !