Experiencia, complejidad y reflexión
“Ese recuerdo espontáneo, que se esconde sin dudas tras el recuerdo adquirido, puede revelarse a través de iluminaciones bruscas, pero se hunde al menor movimiento de la memoria voluntaria” (Henri Bergson, Materia y memoria)
Mirar a alguien que devuelva la mirada exige, además de una conciencia de reciprocidad (*), esto es, que uno mismo está siendo visto, una anticipación, en lo básico, de sus intenciones; "yo" no sabe nada de otro que no sea "yo"; "no-yo", por decirlo de esta manera, no está primeramente en él (**); no sólo no sabe de la negación, sino, menos todavía, de su propia negación, de que la negación se dirija a sí y que "yo" pueda ser negado y, por tanto, deje de ser.
Alguien me ve y siento que me está mirando. Ser visto o mirado implica una extensión que la vista no alcanza por sí sola. Que la vista sea en mí no tiene nada que ver con que "yo" sea objeto de la vista; "yo", mejor visto, no tiene extensión.
El efecto de la mirada ajena, independientemente de reparos sobre el mal llamado "problema de conciencia" (***), no es un peso moral figurado, sino un efecto inmediato de anticiparnos a los movimientos en el espacio.
El espacio se complica primeramente si estoy en él (****), un contramoviento consecuencia de ocupar espacio (*****); se complica más si es otro lo que está en él; y se complica más todavía si eso otro también se está moviendo (******).
(*) La reciprocidad no está, primeramente, en la mirada, sino que es algo que, de alguna manera, alcanza; entre los valores de visión no está, en principio, el de sentirse mirado, la referencia a una vista que no sea la propia; esto es, ser visto es una reflexión que no pertenece a la vista sino de manera derivada. La mirada se dirige a un objeto que espera ver y, siguiendo su lógica interna, se centra en él. La reciprocidad, por tanto, es un añadido; uno no se sabe mirado porque pueda ver y mirar.
(**) "Yo" no está preparado para su negación positiva, no la espera, sólo sabe, en el mejor de los casos, de su afirmación, de la que sólo podría saber, y muy imperfectamente, por inducción, que no es sino una abstracción regresiva sin fundamento. No sabe nada que niegue positivamente, elimine lo que se le opone, y lleve su término a fin, lo concluya.
(***) No se sabe propiamente del mal porque otro me lo indique. El mal, como categoría primaria, está en la regla afectiva básica; de crearla el hábito y la experiencia, estaría siempre cambiando, jamás quedaría quieta.
(****) No sabría que soy en el espacio más que estando, de alguna manera, en él; no podría especular con el espacio sin ser, en un sentido primario, en él (*******); esto es, los valores espaciales, ora positivamente, ora negativamente, están implícitos, no se saldría de ellos.
(*****) Esta contraposición no la podría resolver la dialéctica por mero frotamiento de partes opuestas; la oposición no tiene consigo, a priori, garantía de que haya una contradicción, la contradicción es algo de lo que la oposición no podría saber por sí sola (********).
(******) Una de nuestras principales preguntas es "quién es el otro", si es un objeto afectivo más que está en movimiento, o si tiene alguna cualidad especial que no derive de que se mueva. Nuestra pregunta, por tanto, no es espacial ni se puede contestar acudiendo a lo inmediatamente sensible. Exige reflexión; de no reflexionar, difícilmente la podremos contestar (*********).
(*******) De ser así, de estar primeramente dispuestos al espacio y a la sensibilidad, sería o bien como extensión de algo que, a su manera, ya sería, o como su complicación.
(********) No se sabe primariamente de la contradicción si no se la ha forzado. Lejos de ser una idea primitiva, es una idea que implica experiencia, y, en sentido reflexivo, haber sido.
(*********) Una respuesta para una pregunta que no se ha hecho no tiene ninguna posibilidad de progreso especulativo.
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