ética del pensamiento
“Este Sistema hace que los cuerpos actúen como si (por imposible) no hubiera Almas; y que las almas actúen como si no hubiera cuerpos; y que ambos actúen como si el uno influyera sobre el otro” (Gottfried W. Leibniz, Monadología)
Estaba desayunando con mi mujer cuando se ha echado unas gotas en los ojos para la alergia. Me ha dicho, “hazme un favor, cuenta treinta segundos, ya sabes, treinta, veintinueve, veintiocho, …”. Me he preguntado, “¿por qué me pedirá contar hacia atrás en lugar de contar hacia delante, que es la forma natural de contar (*)?”.
Contar hacia atrás es más complejo que contar hacia delante (**). La secuencia uno, dos, tres, …, no exige lo mismo que la otra, tres, dos, uno; la compleja exige que la primera sea, pero del revés, requiere que el contar sea, que sea sido o ejecutado y darle la vuelta, que generalmente exige poco más que la expectativa de su repetición.
(*) No se trata de contar, uno, dos, tres, …, sino de la asignación de un término para un objeto del pensamiento, que sea clasificable y tenga, dentro de la lógica de la expectativa, dónde caer. Pensar no tendría ninguna garantía si no respetase su propia ley (***).
(**) En un nivel primario no hay más que un número esencial que no hace sino repetirse: lo “uno”. El resto, visto en la exigencia de simplicidad del recto pensar, esto es, pensar bien, es prescindible.
(***) El respeto a la ley puede sonar a una moral más del pensamiento, o, dicho más tajantemente y sin tanta elasticidad, su ética. ¿Cómo podríamos esperar algo del pensamiento si no hubiera una norma, ora que obedeciera, ora que desobedeciera?
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