Movimiento y repetición
“En ningún otro sitio es tan cierto como aquí el proverbio oriental que dice que los días se arrastran y los años vuelan” (Irène Némirovsky, El ardor de la sangre)
Las reflexiones sobre el tiempo, el auténtico problema, como Aristóteles dijera, son de lo más insatisfactorio.
Nadie sabe lo que primeramente es el tiempo. Se despoja al tiempo de su actividad, su capacidad activa y de recorrerse, para decirlo con una figura espacial (*), en primera línea, siendo.
El tiempo es la deducción de lo sido a la que, de acuerdo con algo que bien pudiera no seguir lo acordado, se repite en un círculo de instantes (**). Es más, la sensibilidad que se repite no es la temporal, que no se sabe qué es, sino la espacial.
Esta uniformidad deducida es la sucesión, en el más reflexivo de los casos, que alcanza simultaneidad, se inhiere y pliega sobre sí. Recorro las posiciones a, b, c, d, ...., hasta que el recorrido se vuelve insensible y no exige esfuezo del movimiento, ¡tiempo!; no se nota y es, esto es, se recorre, como si no fuese recorrido.
El concepto de tiempo organiza los eventos. Dirían los antiguos, es lo que se divide en un antes y un después. Me maravilla la claridad de los antiguos. Pensaban en un tiempo sensible, apenas inteligible. Tenían montones de problemas a los que poner un término; nosotros, en cambio, tenemos un montón de términos y no sabemos qué es un problema.
Filósofos más cercanos a nosotros dijeron que el problema era que los filósofos de antaño pensaban el tiempo desde la concepción anímica de la física, algo que para ellos tenía pendiente su problemática metafísica; los mejores de ellos nunca olvidaron lo inquietante que es pensar.
Desde que la física se ha convertido en algo extraordinariamente teórico y contrario al primer sentido, a lo que físicos como Aristóteles y Epicuro no le quitaban el ojo, el tiempo ha dejado de ser un verdadero problema especulativo para ser uno que está, de alguna manera, resuelto. ¡De ninguna manera!. Estamos tan poco preparados para pensar el tiempo como lo hemos estado siempre. El tiempo no deja de correr y, si seguimos pensando así, termina yéndose; eso sí, sin dejar de volver, que sería el tipo de preguntas que debiéramos plantearnos, esto es, qué es lo que no se repite
(*) No puedo hacer a un lado el espacio para poner en su lugar tiempo. El recorrido no es indiferente, sino único, dicho tradicionalmente, absoluto; sólo después, y con la apatía del concepto, la repetición es esperable.
(**) Hablo, claro está, del movimiento. Si en lugar de decir tiempo, como hacía enigmáticamente Heidegger (***), dijéramos movimiento, como hizo humildemente Bergson (****), la cuestión sería más directamente pensable. Y no sólo eso, sino que tendríamos cómo conocer más y mejor lo que no conocemos, el auténtico obstáculo de la filosofía.
(***) La filosofía de Heidegger, por muy elegante que fuese, sólo tiene interés literario, aunque hable del ser que es. ¿De qué, si no?.
(****) Bergson podría tomarse por aristotélico en un sentido histórico y positivo; si hablásemos de pensar sutilmente, debiera tomarse por escolástico, quizá el mejor de todos.
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