“Uno debiera ser siempre un poco improbable” (Oscar Wilde, Frases y filosofías para el uso de los jóvenes)

He tenido crisis filosóficas, las sigo teniendo, y no creo que deje de tenerlas. No hay práctica de la filosofía sin crisis e inquietud ante los problemas.

No conozco el instante de satisfacción y calma filosófica. No debiera haberlo. Ningún verdadero problema es tan poco problemático que se pueda resolver enteramente y no deje lugar a ser renovado.

Los problemas a los que he encontrado más interés, como el de la esencia social y el del no-ser, no tienen una solución garantizada. Son problemas en los que entramos y de los que no terminamos de salir. Son problemas perfectamente pensables ante los que toda solución está destinada al fracaso. Podemos, en el mejor de los casos, hacer algún apaño, pero no van a dejar de resultar problemáticos; lo que los hacía problemáticos sigue siendo problemático. La síntesis que pretendiera resolverlos debiera no sólo estar justificada, que se pueda pensar en que la hay, sino que, convendría que estuviera asegurada, lo que puede que no llegue a ser.

Tengo una duda allí donde hay intenciones resolutivas. Me intriga lo que resulta fácil, natural o resuelto. Negar la mayor, como se dice, algo propio de una inteligencia indisciplinada, puede resultar, además de contrario a la intuición, un rechazo del primer sentido, la única manera de avanzar en los problemas especulativos y de la reflexión.

Alguna vez he confesado que se me olvidan cosas. No soy despistado ni tengo mala memoria, sino que, en ocasiones, me pongo en dificultades, fuerzo las posibilidades de la abstracción hasta donde no valen y pierden su poder de acción, donde su solución sería menos esperable; como diría mi gran maestro Karl Popper, “las teorías más improbables son las que tienen mayor contenido”.