“Sobre este punto de vista volveré otra vez (*), en conexión con problemas más delicados de la “fisiología de la estética”, ciencia tan intacta, tan poco explorada hasta hoy” (Friedrich Nietzsche, Genealogía de la moral)

Al mirar los objetos de la cocina reconocí que la vista no sólo los agrupaba (**), sino que lo “no agrupado” era dejado atrás. Lo “no agrupado”, empero, no llegaba a ser negado, sino que era demorado. Su negación no era otra cosa que una oposición no resuelta.

Después, cuando salí de la cocina, me encontré con uno de mis familiares, un objeto distinto de los que antes vi. Sé quiénes son mis familiares porque vivo con ellos, como sé qué objetos hay en la cocina. Ahora bien, si hago un pequeño ejercicio especulativo puedo preguntarme cómo diferencio unos de otros, los objetos que hay en la cocina de uno de mis familiares.

La diferencia entre objetos cualesquiera y personas no es una diferencia inesencial, sino, en cierto modo, la más importante de todas (***). Abstraemos a las personas como abstraemos los objetos, pero su abstracción no depende de lo mismo.

(*) Que la sensualidad no queda eliminada cuando aparece el estado estético, sino únicamente se transfigura y no penetra en la conciencia ya como estímulo sexual.

(**) La vista agrupa los objetos bajo un concepto espacial (****), lo que veo es diferenciado al remitirse a un mismo espacio. La capacidad de agrupar, no obstante, no depende primeramente de la visión.

(***) El reconocimiento del otro, que es algo mucho más profundo que el resto de cosas a concurso, no se produce mediante “reconocimiento” (*****).

(****) Lo que viene a llamarse la mirada, fijar la vista en unos objetos.

(*****) En este caso, me sirvo del reconocimiento visual del otro, para el que sostengo que hay unas disposiciones especiales. Lo relevante del otro no está, sin embargo, en que lo vea. Ahora bien, ¿cómo podría saber del otro si no es mediante la sensibilidad?.