“Señor –respondió Sancho-, y ¿es buena regla de caballería que andemos perdidos por estas montañas, sin senda ni camino, buscando a un loco, el cual, después de hallado, quizá le vendrá en voluntad de acabar lo que dejó comenzado, no de su cuento, sino de la cabeza de vuestra merced y de mis costillas, acabándoselas de romper de todo punto?” (Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha)

No son pocas las situaciones en que me veo enredado en mis pensamientos. Digo cosas que, de alguna manera, reconozco, sé que las he pensado “yo” (*), pero no soy capaz de resolver lo que digo y envolverlo en un concepto. Si soy honesto, no sé, sino muy imperfectamente, lo que digo; diría más, el filósofo que, antes de pensar, sabe lo que dice, no tiene nada que decir. El filósofo se mueve entre intrigas. En los casos más comunes, no sé ni entiendo lo que pienso; en el mejor de los casos, el pensamiento llega a algo, dice algo que, antes de pensarlo, no decía (**).

Al doblar una manta, la extiendo y, una vez extendida, la voy doblando. Al pensar, me sirvo frecuentemente del lenguaje, pero no pienso con él (***). Pensar no es como doblar una manta. Pensar no consiste en hacer pliegues, sino, en el mejor de los casos, en resolverlos, uno se implica activamente en el asunto en que está metido.

(*) La autoría y quién haya pensado una idea no tienen el más mínimo interés filosófico. Lo que tiene interés es lo pensado. Por muy enredado que sea lo que piense, me ciño a una regla: lo que “yo” piense debiera poder ser pensado por cualquier otro que no fuese “yo” (****).

(**) La extensión del pensamiento y su capacidad productiva son imprescindibles para que el pensamiento avance y se piense algo. Los pensamientos se mueven, por lo general, como todo movimiento, en círculo; en esencia, no se mueven (*****). Pensar no consiste en repetir lo mismo (******), sino en pensar lo que no ha sido pensado, echar luz sobre lo que estaba oculto y por venir.

(***) Hay algo en el pensar que no está en el lenguaje, aunque los pensamientos se expresen frecuentemente en términos del lenguaje. Si, una vez he pensado, miro los términos de los que me he servido, no encuentro los que trajeran el pensamiento; el pensamiento no está en ellos, no son imprescindibles o esenciales.

(****) No es una regla absoluta, pero sí la más común. Hay cosas que pienso de las que no puedo dar cuenta. Esas cosas no son lo que, por lo general, pienso, no me centro en ellas. Me centro de dar cuenta, en su lugar, de lo que pienso (*******), aunque sea de manera limitada e imperfecta.

(*****) El aumento de conocimiento, que el pensamiento se haya movido, no afecta a su cualidad. Que piense esta cosa y, luego, la otra, no afecta a la esencia de la cosa; la cosa, para que pueda ser conocida, ha de permanecer, ser una.

(******) A la repetición no le afecta el número de veces, que sea una, dos o todas; la repetición no es cuantitativa, la repetición es la insistencia de lo uno, dicho de manera compleja, su no-reemplazo.

(*******) Soy consciente de lo que pienso por medio de lo pensado. Si no hubiera algo que fuera pensado, no podría dar cuenta de mi pensamiento.