"Con todo esto, prefieran algunos, y no los menos, los juiciosos, el asumpto primoroso al más plausible, y puede más con ellos la admiración de pocos que el aplauso de muchos, si vulgares" (Baltasar Gracián, . El Héroe)
Hace años alguien me dijo que había observado que había personas que tenían problemas en la representación de ellas mismas. Esas personas, según parecía, tenían un ángulo ciego, algo dificultaba su propia percepción o, sencillamente, su propia percepción no llegaba a producirse.
El reconocimiento de la propia imagen es una capacidad que tiene la mayor parte de las personas. Salvo en casos patológicos o experimentales, las personas normales suelen reconocer su propia imagen cuando se ven reflejadas en un espejo.
El niño viene al mundo con esa capacidad, pero no la alcanza inmediatamente, esto es, no reconoce su imagen directamente (*). En resumen, hay dos razones básicas para esto: una primera, de coordinación de la vista, que reconozca su actividad, que la vista es en uno y uno es en la vista (**); y otra, los objetos que se ven y cómo se clasifican (***).
(*) Esta fase es conocida como del espejo. Ese espejo no es, empero, nada más que una metáfora. El problema no metafórico, sino, para ser irónico, especular, está en si la capacidad de reflejo es real, si hay un punto de agarre para la especulación que no sea el del lenguaje y su capacidad metafórica.
(**) La vista tiene el espacio consigo, lleva el espacio integrado en ella. El “yo”, para decirlo de cierta manera, no es en el espacio de cualquier manera, ahogándose dialécticamente en él. El “yo” psicológico es, como diría Kant, un “yo” empírico; sin embargo, el “yo” sustantivo del cogito, que soporta y permanece sin dejar de ser, no tiene nada psicológico ni, como se ha dicho, empírico (****).
(***) Esta clasificación es llamada, con frecuencia, nivel meta-cognitivo (*****), es un conocimiento de orden superior que hace complejos los términos sensibles.
(****) El cogito, según lo veo, tiene consigo la intención empírica. Lo empírico no añade nada de fondo al cogito; es más, pretender que pueda añadírselo rebasa totalmente las posibilidades de la experiencia; dicho tajantemente, no hay nada segundo que no esté, de alguna forma, en lo primero.
(*****) La cháchara psicológica y, en su última modalidad, la de la neurociencia ponen en circulación todo tipo de obviedades, banalidades y términos clave a medio hacer como si el nuevo conocimiento del cerebro pudiese relevar a la filosofía en los conceptos cognoscitivos fundamentales. Para hablar sin rodeos, todo lo relativo al conocimiento exige un orden superior al que remontarse. Añadirle un “meta” es vano, no añade nada que no esté; sólo añade verbalmente.
Marcadores