Filosofía femenina
“Conociendo a uno de vosotros dos y no conociendo al otro y no teniendo por otra parte ninguna sensación ni del uno ni del otro, no me figuraré jamás que aquel que yo conozco es el otro que no conozco” (Platón, Teeteto o de la naturaleza del saber)
Decía Kierkegaard, uno de los filósofos más fino de cuantos ha habido, que la mujer no era susceptible de angustia. Me pregunto si el filósofo danés, que, como todos los hombres, era hijo de una madre, pensó qué sintió su madre al llevar al futuro filósofo en las entrañas.
Que algo sea, uno que es, es un problema de existencia, sin duda; el ser de otro, que otro sea, es un problema más complejo que el anterior al que no se puede dar solución haciendo uso del primero; requiere reflexión.
La madre tiene resuelto, de alguna manera, que el ser con el que carga, por el momento, no va a llegar; debe esperar. No espera en abstracto, no tiene que reflexionar sobre ello y hacerse la madre (*). Como le ocurre frecuentemente a la mujer, no tiene que pensar ciertas cosas porque ya las sabe. En ese sentido paradójico, la mujer debiera ser mucho más filosófica que el hombre, si no es que, en un sentido primario, ya lo es.
(*) El acontecimiento de la maternidad, por mucho que se lo espere, no va a cuadrar con lo esperado. Es una verdad a priori sobre la naturaleza del tiempo por venir; no hay modo de aproximarse a él y pretender tocarlo.
Marcadores