Habían pasado muchos años desde que alguna vez leí los versículos del Génesis, el primer libro del Antiguo Testamento en la Biblia, que en aquella primera lectura me impresionaron como una hermosa fábula llena de simbolismos morales y religiosos. Una linda historia repleta de la fantasía de los antiguos.
Ayer volví a leerlos y me impactó su mensaje como una verdadera "revelación" que describe hechos y realidades que fueron redactados con la ingenuidad y la humilde admiración natural del entendimiento primitivo de quienes lo escribieron.
El caso es que fui a curiosear en el Génesis, impulsado sobre todo por la controversia que prácticamente ha provocado la prohibición en los centros escolares de muchos países, incluyendo los Estados Unidos, de mencionar siquiera como una teoría alternativa lo que denominan "creacionismo", frente a los planteamientos de lo que se conoce como "evolucionismo". Aparte de la mofa grosera al "mito" del Génesis, en libros, programas de TV, conferencias, etc., como si fuera una narración que sólo puede inspirar a los más ignorantes en las cuestiones científicas.
Lo que encontré en esa lectura reitero que me impactó como una "revelación", con la salvedad de que no tengo espíritu ni capacidad de profeta.
Para que el lector entienda ese impacto, comparemos lo que dice el Génesis con la verdad científica:
«Hágase la luz», y la luz se hizo.
■ El Big Bang.
... y separó la luz de las tinieblas.
■ Se formaron las estrellas.
... todo era confusión y no había nada en la Tierra.
■ La Tierra era todavía una masa candente bombardeada por meteoritos.
Hizo Dios entonces como una bóveda y separó unas aguas de las otras: las que estaban por encima del firmamento, de las que estaban por debajo de él. Dios llamó a esta bóveda "Cielo".
■ Se formó la atmósfera de la Tierra.
Dijo Dios: «Júntense las aguas de debajo de los cielos y aparezca el suelo seco». Dios llamó al suelo seco "Tierra" y al depósito de las aguas "Mares".
■ Con la atmósfera vinieron las lluvias y las aguas fueron llenando los mares.
Dijo Dios: «Produzca la tierra hierba, plantas que den semilla, y árboles frutales que por toda la tierra den fruto ...»
■ Las lluvias produjeron rios y lagos y la tierra se volvió fértil y surgieron y evolucionaron las plantas.
Dijo Dios: «Haya luceros en el cielo que separen el día de la noche...»
■ La Tierra se fue enfriando y las lluvias fueron despejando la atmósfera hasta que los astros fueron visibles desde la superficie del planeta.
E hizo Dios los dos grandes luceros: el lucero mayor para regir el día y el lucero menor para regir la noche, e hizo también las estrellas.
■ Al despejarse el firmamento brilló el sol y la luna iluminó la noche.
Dijo Dios: «Llénense las aguas de seres vivientes y revoloteen aves sobre la tierra ...»
■ Evolucionó la vida hasta aparecer los primeros seres del reino animal en los mares.
Dijo Dios: «Produzca la tierra vivientes según sus especies, animales del campo, reptiles y fieras».
■ De los mares surgieron los anfibios y la evolución biológica dispersó las especies sobre la Tierra.
Y finalmente dijo Dios: «Hagamos al hombre ... Que tenga autoridad sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo, sobre los animales del campo, las fieras salvajes y los reptiles que se arrastran por el suelo.»
■ Y la evolución biológica culminó en el homo sapiens.
Es sobrecogedor que en un mundo donde no existían telescopios ni, mucho menos, astrofísicos, biólogos o científicos de ninguna especie, los autores del Génesis siguieran al pie de la letra la secuencia que la ciencia nos ofrece hoy, treinta siglos después, para explicar la evolución del Universo y de la vida, en seis "días", que son seis etapas o edades bien definidas en estos pocos versículos de la Biblia. Con un vocabulario no científico y en un texto de asombrosa brevedad describieron el proceso de la creación y su posterior evolución hasta la aparición del ser humano y su enseñoramiento del planeta en que vivimos.
Pero más sobrecogedoras aún son las profecías contenidas en esa historia, que parece pura fantasía, de Adán y Eva en el Edén.
Si leemos con cuidado esos primeros pasajes de la Biblia y acontecimientos posteriores, Abel, Caín y las mujeres con que este se une y produce descendencia, comprendemos que esos primeros humanos "a imagen y semejanza de Dios"identifican el paso evolutivo del homo erectus al homo sapiens. Luego esta "imagen y semejanza" del hombre creado por Dios se traduce del Génesis como la capacidad que adquiere el homo sapiens de contemplar su propia trascendencia y de cuestionar su razón de vivir. En otras palabras, su necesidad de comprender la creación y a su Creador.
En la historia de la humanidad, el homo sapiens da un paso más para convertirse en el homo sapiens sapiens, un ser humano que comienza a estar consciente de una moral básica que va estructurándose en un sistema ético. Los humanos que en su ingenuidad estaban guiados sólo por los instintos de supervivencia y reproducción, descubren de pronto su "desnudez".
Ese ser primitivo contempla esta transformación con los ojos de Adan y Eva y escribe en el Génesis:
Dios le dio al hombre un mandamiento; le dijo: «Puedes comer todo lo que quieras de los árboles del jardín, pero no comerás del árbol de la Ciencia del bien y del mal.»
Fue una advertencia que el ser humano no aprovechó en su evolución y por eso sería expulsado del paraíso de su ingenuidad instintiva. Al perder su ingenuidad instintiva adquirió un sentido ético que dio paso a un sentimiento de culpa (de "desnudez") por sus trangresiones y al rebuscar en la ciencia con su curiosidad, dejó atrás el instinto para comer la "manzana" del poder y la dominación, que son el padre y la madre de todos los vicios y defectos humanos. Por eso los autores del Génesis cuentan que la serpiente le dijo a Eva: «...el día en que coman de él, se les abrirán a ustedes los ojos; entonces ustedes serán como dioses y conocerán lo que es bueno y lo que no lo es.»
Reflexionando sobre esta lectura, he llegado a la firme conclusión de que no es correcto que muchos intelectuales y educadores se opongan a someter a los estudiantes a una saludable confrontación de argumentos como estos frente a teorías científicas que los rechazan sin comprender sus afinidades. En realidad, esa actitud es antireligiosa sin llegar a ser un auténtico método científico ni ofrecer un adecuado sistema didáctico comparativo.
La ambición, la arrogancia y el orgullo han sido un azote de la humanidad desde tiempos inmemoriales. Los emperadores se creían dioses, los reyes proclamaban su investidura divina, sus súbditos y subalternos abusaban de la parcela de poder que podían acumular, y la humanidad en general se acomodaba en escalafones de influencia según la ley del más fuerte.
Tuvieron que pasar muchos siglos antes de que se inventara alrededor de 1438 la palabra "tolerancia". Hasta entonces había sido un concepto desconocido, pese a tantos siglos de doctrina cristiana predicando el amor al prójimo. A partir de entonces comienzan a tomar forma los códigos éticos que ya estaban implícitos en las enseñanzas de Jesús.
Empiezan a desarrollar la ética del derecho natural personalidades como el judío holandés Baruch Spinoza, quien se anticipó dos siglos a la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano y al Bill of Rights cuando afirmó que: “Hay que conceder necesariamente la libertad de opinión y así se podrá proveer a la paz y amistad necesaria para que se pueda vivir, aunque las diferencias de criterios entre unos y otros sean manifiestas y notorias”. Lo antecede medio siglo Johannes Althusius quien promovió en su Política methodice digeste su teoría de la tolerancia como algo indispensable a la práctica de la política. Y por esa senda evoluciona el concepto de derechos humanos a través de Samuel Pufendorf, John Locke, Jean-Jacques Rousseau, Denis Diderot, Montesquieu, Jefferson y otros.
Finalmente, dos siglos más tarde, el ser humano ha llegado a una nueva cumbre de la ética en la elaboración de la Carta Internacional de Derechos Humanos, con cuatro documentos trascendentales que son los pilares fundamentales en los que descansa la democracia legítima.
Los enemigos de la democracia intentan desvirtuar y descarrilar esta evolución humana hacia la construcción de un mundo mejor, cuestionando la ética y el derecho con argumentos que plantean que "mi verdad" es diferente a "tu verdad" y que, por lo tanto, los principios morales son relativos y muchas veces sujetos a la conveniencia y/o a los habitos de una sociedad que está "en su derecho" practicar.
Esta actitud permite los abusos y violaciones de los derechos humanos fundamentales en un ambiente de impunidad. Y la permisividad relativista complica la estabilidad social cuando plantea como contrapartida que el ejercicio de los derechos no tiene límite y nos da potestad para escandalizar y ofender al prójimo o para jugar con experimentos científicos sin consideración alguna por la ética y sus consecuencias.
Por eso hace falta un patrón superior al homo sapiens sapiens que guíe a la humanidad por los caminos de la ética, que conducen a la tolerancia, la armonía y la fraternidad. Cada uno de nosotros necesita una "revelación" que nos permita comprender la evolución humana y hacia donde debe conducir. Un paradigma que trascienda a la ciencia -sin negarla ni rechazarla- para que seamos más humanos "a imagen y semejanza" del Creador.
Basta con que tengamos conciencia del bien y del mal y busquemos perseverantemente respuestas éticas en cada decisión de nuestras vidas, con el propósito bien definido de amar y respetar al prójimo y de servir a la humanidad poniendo nuestro granito de arena en la lucha democrática por un mundo mejor.
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