“Ahora bien, la imitación no lo es sólo de una acción completa, sino también de hechos capaces de provocar “temor” y “compasión”, y éstos ocurren, por lo general y con preferencia, cuando los hechos acaecen contra lo que se espera, si bien derivándose el uno del otro, pues provocan así la sorpresa mejor que si los hechos ocurriesen automáticamente y por casualidad, ya que incluso los sucesos casuales son más asombrosos cuando parecen guardar relación con los precedentes” (Aristóteles, Poética)

La dependencia de la percepción de un patrón, una remisión a la base a la que vuelve, parece desdecir la carga de actividad que se supone que le es específica y la distingue de la pasividad sensible.

Ha sido los últimos tiempos que me he visto ceñido a unos valores básicos. Me he visto volviendo a lo Uno, al ser primordial. Esta vuelta, nada distinto de "la repetición", tal como la llamara Kierkegaard con el estilo que le caracterizaba, era un movimiento del ser que, al moverse, se desprendía de afectación, esto es, lo que era más impropio.

Fue con Kierkegaard con quien hace años me sentí más cómodo en esa reflexión (*). No puedo ocultar que la altura de la filosofía platónica, que no era extraña a Kierkegaard, me impresionó por el alcance de miras de su reflexión; ahora bien, por muy alto que subiese Platón, no se hizo algunas de las preguntas que se hiciese el filósofo danés.

Retomé la relación con Kierkegaard por un malentendido. Antes de ello, había visto en él demasiada sensibilidad religiosa. Observar las plantas fue lo que me llevó a hacerme preguntas que parecían más propias de la biología que del ser hombre y una antropología metafísica (**).

No fueron obras como “Tratado de la naturaleza humana” o “Fenomenología del espíritu” las que me animaron a hacer preguntas sobre la esencia de lo humano. He aprendido más filosofía hablando con mis petunias que con Hume o Hegel (***).

Las preguntas que no tienen respuesta son, de todas las preguntas, las que más me interesan; están siempre por resolver. Las respuestas, como yo lo veo, han de estar ahí, no como algo disponible y, dicho de esta manera, cosificado, sino como algo por venir y llegar a ser que, dado que las cosas son como son, por el momento, no son.

(*) He reconocido con frecuencia el impacto filosófico que me supuso leer “El concepto de la angustia”. Había leído mucho de lo que se decía de él, pero nada de lo que se decía de él tenía que ver con los problemas de los que Kierkegaard hablara. Así que, en lugar de pensar lo que decían filósofos que sólo hablan de la filosofía de los demás, me interesé por cómo había llegado Kierkegaard a pensar de esa manera e intenté pensar por mi cuenta. No me interesé por la filosofía de la época de Kierkegaard. Me dije, “esto no puede seguir así, hay que dejar la época a una lado”. En lugar de acudir a las respuestas de la filosofía moderna, fui a una antigua, la de Platón y, sobre todo, la de Aristóteles (****).

(**) Si no recuerdo mal, fue Feuerbach quien plateara explícitamente un cambio de términos sobre la relación del hombre con el impulso a lo religioso.

(***) Entiéndaseme bien. En la medida de lo posible, trato de deshacerme del peso de mis maestros. No es ninguna muestra de desagradecimiento intentar hacerlos innecesarios y anticipar el interés filosófico a sus autores. Creo lo contrario, no es propio del filósofo ir de la mano de otros.

(****) No se puede entender la filosofía aristotélica sin remitirla a la platónica, como no se entiende nada sin qué entender. La filosofía es histórica en este sentido, esto es, está vinculada con un sitio del que viene. No hace falta acudir a una reflexión sobre la historia de la filosofía para hacer algo que se hacía, como manera de hacer filosofía, desde el principio.