Retornó, al castillo de reciclajes y basuras caritativas
llego silencioso, mirando el viejo árbol de mango, con sus flores viudas de lluvia
llego, descalzo, cansado, con sueño
y el hambre; inquisidora mortal, torturo su humilde aliento.
Reapareció
¡oh si!
al vertedero, de moscas, al relleno de luces viudas del alba
acomodo los cartones, fue el tálamo corroído donde sumergió
su esencia de vida, sus alucinaciones vencidas.
Regresó.
Volvió como siempre: descalzo, cansado, con hambre y con sueño
sus ojos cerró
tristes ojos
sentidos de padecimiento, indigencia y espejismos.
Sus ojos cerro
ojos azabaches, brunos ojos, beligerantes de existencia.
Gimotearon a escondidas
y el roció embrolló sus lágrimas tibias, con el suelo inerte, hambriento de vida
y durmió,
con el agasajo y
Ceñido a la sumisa, precipitación de invierno.
Lo mire
empalidecido, impúdico y sosegado
su clamor, circuló en espirales danzantes de tristezas
sus quejas eran lamentos melancólicos y siniestros.
Pero ahí reposaba el niño humilde de vida,
famélico de ternuras,
huérfano de besos
Lo percibí, encarnación del espejismo a la distancia.
Lo he contemplado
retozando con sus manos, sus dedos,
y con su cuerpo.
Cuantas veces lo he visto
durmiendo, despierto, alegre, llorando
pero nunca soñando con juguetes y besos.
Cuantas veces lo han visto
pero con ojos ambiguos e inquisidores
lo miran y es un pedazo más de basura mustia.
El niño huilde está ahí
dormido, cansado, con hambre
sobre el sublime camastro
en el vertedero del barrio.
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