Creación filosófica, autoría y tiempo perdido
La práctica de la filosofía, si se ha llevado la reflexión a cierto punto, exige el desarrollo de términos propios, responder a un problema de esencia de una manera particular, según el estilo de uno. La práctica de la filosofía es, así visto, una cuestión de carácter, de cómo se es.
El desarrollo de figuras propias, que se adapten a las inquietudes filosóficas que uno tenga, puede hacer que el lenguaje de uno no sea fácilmente entendible. En mi caso, dedico mucho más esfuerzo al pensamiento de otros que al mío.
Las ideas propias no es algo que caracterice a un filósofo. No se trata de tener más ideas. Si uno toma en serio la filosofía, está sobrado de ideas.
Pensar por uno, ser intelectualmente autónomo, suena bien, a signo de personalidad. Era algo que defendía incansablemente uno de mis filósofos preferido, Arthur Schopenhauer, y me parece una tontería que no está a la altura de su filosofía, una filosofía, por cierto, con clara personalidad; era, como Kierkegaard o Nietzsche, un filósofo autor, con estilo propio.
A mí no se me ocurren ideas filosóficas de repente. Las ideas que se me ocurren de repente las olvido al momento, las dejo pasar. Lo que hago, en su lugar, es ir anotando lo que pienso, dar vueltas a cosas que he pensado y ver si tienen algo más, si tienen algo que no había visto, que no había pensado.
No siento ningún complejo si compruebo que algo que haya pensado ya lo había pensado otro que no sea yo. Cuando leyera a Peirce, Brentano, Bergson y Scheler y reconociese las mismas inquietudes, no me entristecí; me dije, “no sólo no has perdido el tiempo pensando lo que otros ya habían pensado (*), sino que, por haberlo pensado, puedes añadirle algo”.
(*) Cuando he sentido que he pedido el tiempo, al poco, he comprobado que, de no haberlo perdido, no podría haber hecho lo que luego hubiese hecho. La filosofía es algo que se incuba.
Marcadores