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Tema: Pensar de nuevo y la espera

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    Predeterminado Pensar de nuevo y la espera

    Hay una cuestión, a mi modo de ver, de cierta importancia. A la hora de enfrentarme con mis adentros, “conmigo mismo”, siendo eso algo fijo y estable en que apoyarse, si podría saber, por mí mismo, lo esencial que no está conmigo; si la fijeza y la permanencia no topan con una contradicción de esencia, cuando la garantía de su validez no da para más.

    No planteo una simple idea especulativa vaga, sin nada determinado para ella. Antes bien, mi cuestión es clara y sencilla. Si me miro hacia dentro, tras mucho mirarme, hasta la intensidad máxima del mirar, podré decir, tras mucho mirar, habiendo visto todo lo que por mí puedo ver, “me conozco; soy, para mí, de fiar”. Para decirlo de esta manera, “conocerse a uno mismo” es pensable, y, si es así, en cierto modo, es algo que, en principio, y, sin entrar en muchos problemas, se puede conocer.

    Ahora bien, querría pensar con más profundidad de la que hay en las palabras que uso (*), que, bien vistas, llevan poco más lejos de un camino sin salida; las palabras, al poco de usarlas, llevan al pensamiento a una repetición, reemplazan al pensamiento por medio de imágenes; no son las cosas mismas o su modificación en el pensamiento en su quietud, sino por lo que se hacen pasar. Puedo mirar hacia dentro y decirme, de alguna manera, “puedo conocerme “a-mí-mismo”, no sólo como puedo conocer el mundo, sino, tal vez, de una manera “mejor”.

    Llegamos ahora al lado cualitativo en que conocer mejor no es conocer más. Conocer no está sujeto al más o al menos como lo está el discurso que les cuento. Lo que les cuento ha sido pensado antes, y, pasa como con el conocerse, que, en cierto modo, es algo determinado. Conocer es un proceso infinitamente dialéctico, y, en ese aspecto, podría conocer cosas, especulativamente hablando, sin parar. Si unas cosas se siguiesen de otras, en principio, las podría conocer como conozco las anteriores. La regla del conocer sigue valiendo ante lo diverso que conozco.

    Después de haber conocido tantas cosas, tantas que piense que no hay nada más, de repente, aparece una que difiere del resto en que no es sólo otra cosa, otra más, sino una que no podría haber pensado, y, si lo hubiese hecho, no podría haber especulado con su efecto sino por medio de una de esas imágenes con las que el pensamiento deja de fluir por dentro y echa mano de lo que le viene de afuera.

    Entonces, cuando esa otra cosa haya llegado, me digo a mí mismo, “¡Qué cosa tan extraña! Había pensado en todo, incluso en otro que fuese como yo, aunque fuera, de alguna manera, distinto; pero sucede que me pasa algo que no había pasado antes de que viniese, algo para lo que no estaba preparado, algo que no cae bajo una categoría que hubiese antes”.

    Y llego, reflexivamente, y pienso si, a pesar de haber pensado tanto pero no haber pensado eso, no podría volver a pensar de nuevo y fijarme en si podría haber pensado en ello, si podría corregir ese pensamiento defectuoso que tuve y pensar en ello como la posibilidad que antes no pensé. Pues bien, concluyo que no podría. Podría pensar todo, que, por mucho que pensase, no podría pensar algo que no hubiera. Y el problema no queda ahí, llega más lejos. Si ha sido así con una cosa, podría serlo con todas.

    (*) Las palabras, como signos, son uno de los elementos constitutivos del pensar, pero en ellas no está lo decisivo del pensar. Pensar con palabras impone una dependencia de la que el pensamiento, en sí mismo y sin referirse a las palabras, puede prescindir; pensar puede problematizarse y proponerse cosas que no hay en las palabras.

    Las palabras son algo que viene de fuera del pensamiento, estaban ya ahí antes de usarlas. Esto es, nos fundimos en ellas; no son, sino muy raramente, una elaboración del pensamiento.

    Si, en lugar de pensar con palabras, ahondásemos en lo que diferencia el pensar del encadenamiento de las palabras, podríamos crear las extensiones que el pensamiento necesita, no sólo para no ser víctima del lenguaje, sino, más problemáticamente, para moverse más natural y libremente.

    Así es que, siguiendo las palabras podemos llegar, paso a paso, al peso que tienen en el pensamiento mediante un enfrentamiento de unas, esto es, las palabras, con el otro, este es, el pensamiento; sería algo que se alcanzaría comparativamente. Por el contrario, pensar no necesita, en el modo decisivo al que me refiero, remitirse a un modelo con qué compararse; tiene, de algún modo primario, esto es, que no sea fruto de comparación, su propio modelo consigo.

    Última edición por ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO; 25/01/2018 a las 10:58

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