«Muchos historiadores y sociólogos reconocen la profunda raigambre cristiana en la civilización moderna y sus antecedentes judaicos. En las grandes civilizaciones de la historia las personas no habían tenido como individuos autoridad alguna para cuestionar el organismo social del que formaban parte hasta que surge el concepto de “la cristiandad” y se va extendiendo y perfeccionando en estructuras políticas, sociales, económicas y culturales que acaban por tener una identidad propia no confesional. De hecho, los dictados del caudillo, del monarca o del Estado eran fuente de moralidad y jurisprudencia en la antigüedad y alimentaron el absolutismo hasta hace pocos siglos.
Es en la civilización moderna donde la sociedad es capaz de interrogarse y cuestionarse a sí misma mediante la crítica y el debate entre sus integrantes. Aunque la Iglesia Católica mantuvo una posición ambigua respecto a la libertad religiosa por muchos siglos, la cual llegó en algunas épocas a extremos de intolerancia, ha sido la más resuelta defensora de este concepto a medida que se fomentaba el ecumenismo en los dos últimos siglos. El Concilio Vaticano II fue un factor determinante en este sentido, influenciado por la labor doctrinal del sacerdote jesuita John Courtney Murray (1904-1967), quien planteó que los Padres Fundadores de los Estados Unidos habían basado sus principios en el derecho natural, que obliga al Estado a respetar la moral judeocristiana establecida pero sin una obligación confesional. Algunas de las tesis de Murray encontraron resistencia entre la jerarquía eclesiástica, pero durante las primeras discusiones del decreto
Dignitatis humanae(1) publicó un artículo de gran influencia en las deliberaciones posteriores y muchos de sus principios acabaron por imponerse en el Concilio. Fue también muy importante la Declaración
Nostra Aetate, formulada en este Concilio para definir las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, en la que se destacan
“los vínculos con que el Pueblo del Nuevo Testamento está espiritualmente unido con la raza de Abraham”.(2)
En la práctica, el concepto judeocristiano se había convertido también en un esfuerzo ético secular que intentó frenar los trágicos acontecimientos que alimentaron el estallido de la II Guerra Mundial. Fue utilizado por primera vez en ese contexto el 27 de julio de 1939 en un artículo de el
New English Weekly con la frase
“el esquema judeocristiano de la moral”, logrando amplia difusión durante la década de los 40 y consolidándose en grupos que evolucionaron hacia lo que se denominó la
Conferencia Nacional de Cristianos y Judíos, impulsada en Norteamérica por el Cardenal John Patrick Folley (1935-2011).
La Santa Sede se apoyó en estos argumentos para respaldar la creación de las Naciones Unidas y fue una firme promotora de la
Declaración Universal de Derechos Humanos, en la que tuvieron un papel determinante notables pensadores cristianos: uno católico, el filósofo francés Jacques Maritain (1882-1973), y otro griego ortodoxo, el diplomático libanés Charles Malik (1906-1987). Este último presidió las audiencias en el proceso de redacción del documento final y defendió con firmeza los principios del derecho natural que debían formar parte de la Declaración. Las delegaciones de Cuba, Francia y Panamá fueron muy activas en la redacción original y la presentación de enmiendas que fueron aprobadas, pero en realidad fue un esfuerzo conjunto de muchos países y muchas personas para lograr el consenso.
Se considera también determinante la influencia del pensamiento de Maritain y de sus relaciones a nivel diplomático porque algunas de sus obras más notables subrayan la gran cuestión de los derechos humanos universales, fundamentados en el derecho natural, como la única base realmente sólida para el análisis de nuestra realidad humana colectiva. Por eso se le reconoce una influencia intelectual decisiva para la aprobación de la Declaración Universal.
La Iglesia Católica ha proclamado los derechos humanos como corolario de la civilización judeocristiana y como fundamento para la construcción de una cultura universal. El Cardenal Renato Raffaele Martino, afirmó en la XL Semana Social Católica de España (2006) que los derechos humanos tienen
"un fundamento teológico y ético" y citó el acápite 153 del
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, donde se afirma que:
"La raíz de los derechos del hombre se debe buscar en la dignidad que pertenece a todo ser humano. Esta dignidad, connatural a la vida humana e igual en toda persona, se descubre y se comprende, ante todo, con la razón. El fundamento natural de los derechos aparece aún más sólido si, a la luz de la fe, se considera que la dignidad humana, después de haber sido otorgada por Dios y herida profundamente por el pecado, fue asumida y redimida por Jesucristo mediante su encarnación, muerte y resurrección".
Sobre esta base, el Cardenal Martino subrayó que no se puede
"considerar al sujeto de los derechos fuera de la dimensión política o disminuir el rol de los Estados con respecto a los derechos humanos. Estos derechos presuponen, en efecto, un orden político —nacional e internacional— que tiene el deber de reconocerlos, respetarlos, tutelarlos y promoverlos. En este contexto los derechos son jurídicamente reivindicables: su encuadramiento en el derecho constitucional es la vía normal para que sean definidos sus contenidos reales y se vuelvan exigibles de manera concreta."
El Presidente Eisenhower se había referido en 1952 al concepto judeocristiano en una charla en el Freedoms Foundation de Nueva York como la
“fe profunda religiosa” sobre la que
“está fundado nuestro sistema de gobierno”, y en 1983 la Corte Suprema de los Estados Unidos sostuvo que las legislaturas estatales estaban autorizadas constitucionalmente a tener un capellán que iniciara las sesiones con una invocación
“de conformidad con la tradición judeocristiana” (en
Marsh v. Chambers, 463 U.S. 783).(3)
Muchos gobernantes recientes han basado su agenda política en principios derivados de creencias religiosas, como Charles de Gaulle, Robert Schuman, Konrad Adenauer, Alcide de Gasperi y Amintore Fanfani, por citar sólo algunos del continente europeo.»
(1) Declaración del Concilio Vaticano II sobre libertad religiosa. Promulgada el 7 de diciembre de 1965 en una sesión de los padres conciliares ante SS Pablo VI.
(2) Declaración "Nostra Aetate" sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no Cristianas.
(3) Gary Hartman, Roy M. Mersky and Cindy L. Tate.
Landmark Supreme Court Cases: The Most Influential Decisions of the Supreme Court of the United States. 132 West 31st Street, New York, NY 10001: Facts on File, Inc. pp. 318–319.
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