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Tema: Apologética y teodicea.

  1. #41
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    Predeterminado Re: Apologética y teodicea.

    [Apologética y teodicea. Comentario 20].
    Parece que a resultas de la respuesta de Trajano a Plinio, este último proclamó alguna clase de recordatorio o edicto de esa ley augusta en sus dominios y no tardó en aplicar la prohibición de las eterías a un caso particular que se le presentó en el otoño del año 112. Bitinia estaba llena de cristianos, pues según el propio Plinio: “Es una muchedumbre de todas las edades, de todas las condiciones, esparcida en las ciudades, en la aldeas y en el campo”. Al parecer, había recibido repetidas denuncias por parte de los fabricantes de amuletos religiosos, quienes se sentían estorbados por los cristianos porque éstos predicaban la inutilidad de semejantes baratijas. Como consecuencia, había instituido una especie de proceso judicial para poder conocer bien los hechos y había descubierto que los cristianos tenían “la costumbre de reunirse en un día fijado, antes de la salida del sol, de cantar un himno a Cristo como a un dios, de comprometerse con juramento a no perpetrar crímenes, a no cometer ni latrocinios ni pillajes ni adulterios, a no faltar a la palabra dada. Ellos tienen también la costumbre de reunirse para tomar su comida que, no obstante las habladurías, es comida ordinaria e inocua”. Obviamente, los cristianos no habían dejado de celebrar estas reuniones ni siquiera después del edicto del gobernador que recalcaba la interdicción de las eterías. Si bien Plinio no ve nada malo en todo esto, no obstante la repulsa cristiana a ofrecer incienso y vino delante de las estatuas del emperador le parece un acto de escarnio sacrílego. La firmeza de los seguidores de Jesucristo en no efectuar ningún acto de adoración a la imagen del emperador la toma como una obstinación irrazonable y necia. De la carta de Plinio a Trajano queda claro que habían cesado las acusaciones absurdas de infanticidio ritual y de incesto que años atrás se levantaron contra los cristianos, y sólo quedaban las de rehusar rendir culto al emperador (vista como de lesa majestad; esto es, de atentar simbólicamente contra la vida futura del emperador al no rendirle adoración como si fuera un dios) y de constituir una etería. Trajano responde a Plinio que “los cristianos no han de ser perseguidos oficialmente. Si, en cambio, son denunciados y reconocidos culpables, hay que condenarlos”. Con otras palabras: Trajano anima a cerrar un ojo sobre ellos, pues son una etería innocua como los barqueros del Sena y los vendedores de vino de Lión; pero ya que están practicando una “superstición irrazonable, tonta y fanática” (según la juzgan Plinio y otros intelectuales de la época), y ya que continúan rehusando dar culto al emperador (y, por consiguiente, se consideran ajenos a la vida civil), no se puede pasar esto por alto: por lo tanto, si son denunciados, se les ha de condenar. Trajano insta, pues, de forma poco rígida, a tener presente que no es lícito ser cristiano; que la asociación cristiana es ilegal, pero en el fondo inocua.

  2. #42
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    Predeterminado Re: Apologética y teodicea.

    [Apologética y teodicea. Comentario 21].
    Sin embargo, esa patente inocuidad no inspira suficiente clemencia en los opositores paganos y por ello se producen atropellos inhumanos y víctimas cristianas inocentes. La misma política represiva de Trajano hacia los cristianos es la empleada por los emperadores Adriano (117-13 y Antonino Pío (138-161). Pero el emperador Marco Aurelio (161-180) fue más lejos, pues consideraba que el cristianismo era un delirio que podía propagarse por todo el dominio romano, con fatales consecuencias. Este Marco Aurelio era un emperador filósofo, que pasó guerreando 17 de los 19 años que estuvo en el poder. En sus “Memorias”, en las que cada noche, bajo la tienda militar, anotaba algunos pensamientos “para sí mismo”, se encuentra un gran desprecio hacia el cristianismo. Lo consideraba una locura, porque proponía a la gente común, ignorante, una manera de comportarse (fraternidad universal, perdón, sacrificarse por los otros sin esperar recompensa) que sólo los filósofos como él podían comprender y practicar después de largas meditaciones y disciplinas. En un escrito del año 176-177 prohibió que cualesquier sectarios fanáticos, con la introducción de cultos hasta entonces desconocidos, pusieran en peligro la religión del Estado. Por consiguiente, la posición social de los cristianos, siempre desagradable y mal entendida por la gente, se tornó, bajo él, más áspera. Las florecientes comunidades cristianas del Asia Menor, fundadas por el apóstol Pablo, fueron sometidas día y noche a robos y saqueos por parte del populacho. En Roma, el filósofo Justino y un grupo de intelectuales cristianos fueron condenados a muerte. La floreciente comunidad cristiana de Lyon fue aniquilada a raíz de la infundada acusación de ateísmo e inmoralidad. Y esta situación continuó también en los primeros años del emperador Cómodo, hijo de Marco Aurelio.

  3. #43
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    Predeterminado Re: Apologética y teodicea.

    [Apologética y teodicea. Comentario 22].
    Bajo el reinado de Marco Aurelio, la ofensiva de los intelectuales de Roma contra los cristianos alcanzó el culmen. Esto suponía una gran amenaza para el cristianismo, pues podía asfixiar las posibilidades de obtener nuevos conversos y, lo que es peor, amenazaba con poner en crisis la fe de los propios evangelizadores. Fabio Ruggiero, de la Universidad de Boloña, Italia, escribe: “A menudo y erróneamente se cree que el mundo antiguo combatió la nueva religión con las armas del derecho y de la política. En una palabra, con las persecuciones. Si esto puede ser verdadero (y, de todos modos, sólo en parte) para el primer siglo de la era cristiana, ya no lo es más a partir de mediados del segundo siglo. Tanto el mundo gentil como la Iglesia comprenden, más o menos en la misma época, la necesidad de combatirse y de dialogar en el terreno de la argumentación filosófica y teológica. La cultura antigua, entrenada desde siglos a todas las sutilezas de la dialéctica, puede oponer armas intelectuales refinadísimas al conjunto doctrinal cristiano, y muy pronto la misma Iglesia, dándose cuenta de la fuerza que el pensamiento clásico ejerce en frenar la expansión del evangelio, comprende la necesidad de elaborar un pensamiento filosófico-teológico genuinamente cristiano, pero capaz al mismo tiempo de expresarse en un lenguaje y en categorías culturales inteligibles por parte del mundo grecorromano, en el cual viene a insertarse cada vez más”. Como si de una trampa bien urdida se tratara, elaborada para poder combatir más eficazmente unas creencias que habían demostrado ser más fuertes que toda la maquinaria persecutoria generadora de tantos mártires triunfantes, el ataque intelectual contra el cristianismo primitivo no se desplegaba físicamente, aunque no por ello era menos feroz, pues se trataba de una nueva modalidad acosadora que pretendía hacer beber una sabrosa pócima (a saber, la necesidad de elaborar un pensamiento filosófico-teológico “genuinamente” cristiano, en palabras de Fabio Ruggiero) que intentaría provocar la muerte tras dulce sueño. Por lo visto, esta maligna estrategia debía adquirir ahora todo su vigor, ya que era el tiempo señalado y la sazón profética determinada para su auge. Una parábola de Jesucristo lo había previsto y vaticinado, en los siguientes términos: «Jesús les propuso este otro ejemplo: “En el reino de Dios sucede lo mismo que le pasó a uno que sembró, en su terreno, muy buenas semillas de trigo. Mientras todos dormían, llegó su enemigo y, entre las semillas de trigo, sembró semillas de una mala hierba llamada cizaña, y después se fue. Cuando las semillas de trigo produjeron espigas, los trabajadores se dieron cuenta de que también había crecido cizaña. Entonces fueron adonde estaba el dueño del terreno, y le dijeron: ‘Señor, si usted sembró buenas semillas de trigo, ¿por qué también creció la cizaña?’. El dueño les dijo: ‘Esto lo hizo mi enemigo’. Los trabajadores le preguntaron: ‘¿Quiere que vayamos a arrancar la mala hierba?’. El dueño les dijo: ‘No. El trigo y la cizaña se parecen mucho, y a lo mejor ustedes van y arrancan el trigo junto con la cizaña. Mejor dejen que las dos plantas crezcan juntas. Cuando llegue el tiempo de la cosecha, podremos distinguir cuál es el trigo y cuál es la cizaña. Entonces enviaré a los trabajadores para que arranquen primero la cizaña, la amontonen y la quemen. Luego reunirán el trigo y lo llevarán a mi granero’”» ((Evangelio según Mateo, capítulo 13, versículos 24-30; Traducción de la Biblia al lenguaje actual).
    Última edición por eettiicc@yahoo.es; 21/01/2018 a las 16:58

  4. #44
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    Predeterminado Re: Apologética y teodicea.

    [Apologética y teodicea. Comentario 23].
    El ejemplo (o ilustración) de Jesucristo que acabamos de citar suele ser conocido como la “parábola del trigo y la cizaña”, y él la pronunció delante de una muchedumbre. Además, a continuación enunció dos pequeñas parábolas más, conocidas como la “del grano de mostaza” y la “de la levadura”. El relato evangélico prosigue así: «Todo esto habló Jesús en parábolas a las multitudes, y nada les hablaba sin parábola, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta, cuando dijo: “Abriré mi boca en parábolas; hablaré de cosas ocultas desde la fundación del mundo”. Entonces dejó a la multitud y entró en la casa. Y se le acercaron sus discípulos, diciendo: “Explícanos la parábola de la cizaña del campo”. Y respondiendo él, dijo: “El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre, y el campo es el mundo; y la buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del Maligno; y el enemigo que la sembró es el Diablo, y la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. Por tanto, así como la cizaña se recoge y se quema en el fuego, de la misma manera será en el fin del mundo”» (Evangelio según Mateo, capítulo 13, versículos 34 a 40; Biblia de las Américas).

  5. #45
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    Predeterminado Re: Apologética y teodicea.

    [Apologética y teodicea. Comentario 24].
    La parábola del trigo y la cizaña destaca que en las proximidades del fin del mundo se habría manifestado con claridad quiénes eran buena semilla (cristianos verdaderos) y quiénes eran cizaña (cristianos falsos), pero no aclara cuándo fue sembrada la cizaña y cuándo empezó a manifestarse su crecimiento. Sin embargo, el apóstol Pablo deja entrever que tras su muerte (acaecida en el año 65 de nuestra era, aproximadamente) se manifestarían con claridad aumentante los falsos cristianos; por ejemplo, a los pastores de la congregación de Éfeso les reveló lo siguiente: “Yo sé que, después de mi partida (se sobreentiende: Muerte), se introducirán entre vosotros lobos crueles que no perdonarán al rebaño; y también que de entre vosotros mismos se levantarán hombres que hablarán cosas perversas (se sobreentiende: Una dialéctica alejada de las máximas del cristianismo verdadero, es decir, una perversión de la doctrina o enseñanza de Jesucristo), para arrastrar a los discípulos detrás de sí (se sobreentiende: Para hacer que los discípulos o feligreses quedaran sometidos o subyugados por la grandilocuencia doctrinal y la santurronería de falsos pastores o padres espirituales, quienes hipócritamente usarían la figura de Cristo a modo de fachada para dominar al rebaño cristiano)” (Hechos de los apóstoles, capítulo 20, versículos 29 y 30; Biblia de Jerusalén de 1975). Posteriormente, parece que el apóstol Juan dio fe, hacia finales del siglo primero de nuestra era, de la existencia de un número no despreciable de falsos maestros, ya plenamente operativos, actuando como cizaña en las comunidades cristianas primitivas, y a éstos los llamó “anticristos”: “Hijos míos, es la última hora (se sobreentiende: El fin del cristianismo primitivo como religión pura y acepta a Dios). Habéis oído que iba a venir un Anticristo (se sobreentiende: Por Pablo y otros apóstoles, los cristianos del primer siglo de nuestra era fueron avisados de que sobrevendría una gran apostasía, o renegar de las verdaderas doctrinas, en pro de las falsas enseñanzas o pseudocristianismo, antes del fin del mundo; y a este colectivo de cristianos falsos, que se levantaría y reorganizaría dominantemente, Juan lo llama Anticristo); pues bien, muchos anticristos (se sobreentiende: Por estar en minúsculas, se distingue del colectivo o entidad plural en mayúsculas, “Anticristo”; y por lo tanto se refiere a cada individuo o “anticristo” de ese colectivo) han aparecido, por lo cual nos damos cuenta de que ya es la última hora. Salieron de entre nosotros (se sobreentiende: Como señaló Pablo a los pastores efesios, se levantarían de entre los mismos discípulos); pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para poner de manifiesto que no todos son de los nuestros” (Primera epístola de Juan, capítulo 2, versículos 18 y 19; Biblia de Jerusalén de 1975).

  6. #46
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    Predeterminado Re: Apologética y teodicea.

    FELIZ 2018 Eticc,,

  7. #47
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    Predeterminado Re: Apologética y teodicea.

    Gracias Carlosig, por tu buen deseo. Yo espero que soslayemos, con simbólica pértiga si posible fuera, la malsana avalancha que a nivel internacional se nos presenta a todos y logremos sobrevivir a las turbulencias. De mi parte, te deseo feliz resto de tu vida, la cual, si cabe y fuera posible, se prolongara por tiempo indefinido. Saludos.

  8. #48
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    Predeterminado Re: Apologética y teodicea.

    [Apologética y teodicea. Comentario 25].
    Las argumentaciones de los intelectuales anticristianos, no sólo de Marco Aurelio (121-180), sino también de Galeno (129-200), Luciano de Samósata (125-181), Peregrino Proteo (95–165) y sobretodo Celso (se desconoce las fechas de su nacimiento y muerte, aunque se sabe que vivió durante el siglo II de nuestra era), entre otros, comenzaban a adquirir talante devastador. Por ejemplo, el filósofo Celso escribió una obra titulada “El discurso verdadero contra los cristianos”, que puede considerarse como una culminación argumental extremadamente corrosiva para la fe en Cristo, con el agravante de que los razonamientos contenidos en dicha obra parecían salir a borbotones de la página escrita y tomar posesión de las mentes de la mayoría de los ciudadanos del Imperio, propagando así un clima completamente adverso a la evangelización e incluso presumiblemente apolillador de la fe de los propios evangelizadores.

  9. #49
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    Predeterminado Re: Apologética y teodicea.

    [Apologética y teodicea. Comentario 26].
    Hacia la segunda mitad del siglo II de nuestra era, la intelectualidad del mundo romano casi se mofaba en pleno de las creencias del cristianismo; o bien, en ciertos casos puntuales, las consideraba de tan insuficiente seriedad como para no perder el tiempo siquiera en tomarlas en cuenta. Ellos estaban persuadidos de que “ser salvado” de la falta de sentido de la vida, del desorden de las vicisitudes, de la nada de la muerte, o del dolor, se podía dar únicamente mediante una “sabiduría filosófica” profunda alcanzada sólo por una élite de raros eruditos; por lo tanto, el hecho de que los cristianos basaran esa “salvación” en la “premisa absurda” de la resurrección de un hombre ajusticiado en Palestina (una provincia marginal del Imperio) como si fuera un esclavo revolucionario, era una locura. Además, el que los cristianos creyeran en el mensaje de este reo ya eliminado, que dirige una esperanza preferente a los marginados y a los pobres (es decir, al “polvo humano”) y que predicaba la fraternidad universal (y que se atrevía a hacerlo en una sociedad escalonada en forma de pirámide, con sus estamentos o clases bien definidos, con sus ciudadanos de élite y sus esclavos infrahumanos, y donde se considera que dicha situación es una extensión del “orden natural” al ámbito antrópico), era otra locura intolerable y perniciosa, que podía trastornar todo el equilibrio social. Es por eso que, desde el filósofo respetable al más cretino poblador, todos consideraban que a los cristianos había que eliminarlos, pues eran los destructores más peligrosos de la civilización humana. Los intelectuales anticristianos centraron su aversión contra la idea misma de “revelación desde lo alto” que los discípulos de Cristo afirmaban atesorar y que, por supuesto, no estaba basada en la “sabiduría filosófica”; y también contra las sagradas escrituras, ya que esos anticristianos, sin conocimiento profundo de las mismas, sostenían gratuitamente que las tales albergaban contradicciones historiográficas, textuales y lógicas; e, igualmente, se burlaban con desdén de los “dogmas irracionales” con que calificaban el asunto del Logos celestial que se hace carne y habita entre los hombres (Evangelio de Juan) y luego se somete a una muerte ignominiosa, más propia de un esclavo despreciable que de un Maestro religioso; incluso despotrican de la moral cristiana (fidelidad en el matrimonio, honestidad, respeto de los demás, mutuo socorro), la cual suponen alcanzable únicamente por un pequeño núcleo de filósofos, mas no rotundamente por una masa intelectualmente pobre de cristianos. Por consiguiente, toda la doctrina cristiana era, para estos intelectuales, la más abominable locura, una fuente inagotable de amenaza social, tal como lo era la creencia en la resurrección de los muertos (es decir, en el predominio de la vida sobre la muerte) y la preferencia dada por Dios a los humildes, o como también lo era la búsqueda de la fraternidad universal. Es decir, todo el pensamiento cristiano era visto como absolutamente irracional y contraproducente. El filósofo griego Celso, en su “Discurso verdadero contra los cristianos”, escribe: “Recogiendo a gente ignorante, que pertenece a la población más vil, los cristianos desprecian los honores y la púrpura, y llegan hasta llamarse indistintamente hermanos y hermanas... El objeto de su veneración es un hombre castigado con el último de los suplicios, y del leño funesto de la cruz ellos hacen un altar, como conviene a depravados y criminales” (Nota importante: parece que Celso, mal informado y quizás mal intencionado, atribuye a los cristianos de su época una idolatría, la de la “cruz”, que no apareció en el escenario sino hasta dos siglos más tarde, cuando el emperador Constantino el Grande, supuestamente convertido al cristianismo, adoptó este símbolo como el emblema religioso oficial y distintivo del Imperio).

  10. #50
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    Predeterminado Re: Apologética y teodicea.

    [Apologética y teodicea. Comentario 27].
    Los antecedentes ideológicos de todo el odio generalizado que para mediados del siglo II se había desarrollado contra los indefensos y pacíficos cristianos primitivos hay que buscarlos en las creencias de un mundo artificial pagado de sí mismo, de una egocéntrica sociedad de la antigüedad clásica, impulsada por un tinglado de paradigmas filosóficos que se habían ido fraguando en sutil oposición a las verdades reveladas en las sagradas escrituras y donde ya no existía la contención (en pro del denominado Antiguo Testamento) de sus ancestrales y numerosos depositarios, a saber, los hebreos y después los judíos y filojudíos, cuya influencia en el Imperio había desaparecido drásticamente a resultas de la rebelión de Bar Kojba y la subsiguiente Segunda y última Guerra Judeorromana (años 132 a 135); e incluso puede que dicha Rebelión hubiera aportado su grano de arena adicional a la animadversión anticristiana que pesaba en todo el Occidente europeo y más allá. Pues para la generalidad de los ciudadanos romanos de esa época (mediados del siglo II ), el Estado, de acuerdo con las ideas del admirado y reputado filósofo Platón, no era nada más que una asociación de iguales, que buscaban en común una existencia feliz y tranquila; pero se decía por todas partes que los cristianos vinieron a destruir esa acariciada norma, a romper todas las reglas de juego y a derruir el Imperio Romano. No extraña, por tanto, que Jesucristo, poco más de un siglo antes, hubiera pronunciado unas palabras alertadoras en beneficio de sus seguidores, para inducirlos a la máxima prudencia: “Mirad, os estoy enviando como ovejas en medio de lobos; por lo tanto, demostrad ser cautelosos como serpientes, y, sin embargo, inocentes como palomas” (Evangelio según Mateo, capítulo 10, versículo 16; Biblia TNM de 1987).

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