Cuando se han vivido muchos años en la misma casa, compartiendo espacio, y sobre todo el ambiente dinámico que conlleva una familia numerosa, con diferentes preferencias musicales, cuando a través de una puerta cerrada, se oye determinada música , y dos puertas más lejos otra melodía suena al unísono, donde se entremezclan las voces, las risas o los llantos, cuando estas cosas suceden a diario, encontrar un momento de silencio es casi un milagro.
Y este milagro es el que cuando ocurre te hace pensar en muchas cosas.
Es difícil concentrarse en la cosa más insignificante, porque tus oídos están colapsados por diversos ruidos diferentes decibelios.
Bienvenido ese silencio, fruto de la ausencia momentánea de los inquilinos de la casa. Cuando sale el último por la puerta llevándose consigo el suspiro de la última canción de moda, es cuando se puede valorar por completo esa quietud, ese reposo. El silencio de repente se convierte en nuestro aliado para conseguir una paz y una serenidad muy necesaria.
Conseguido este esta anímico, nos parece que la vida tiene otro sentido.
Obtener esos momentos nos hace meditar sobre cosas que normalmente no tenemos posibilidad de hacer debido a la incesante cantinela de murmullos que parecen nacer tras las puertas cerradas de mi hogar.
El silencio se me antoja algo denso, algo que incluso puedo acariciar con mis manos, mientras dejo en blanco mi mente.
Solo estamos el silencio y yo.
Me recreo en este momento.
Creo que mis oídos van a estallar, por la solidez muda que me envuelve.
Lo disfruto a sabiendas que no durará demasiado. He de aprovechar este momento único.
El silencio y yo a solas.
Septiembre 2017
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