Era caminante de una tierra agreste
sin dianas, ni días, ni aluviones.
Era desertor del poniente desalmado, que enclaustraba una ojeada tuya.
Rivalice con arcadas de tinieblas y morteros de quimeras
transité por lodazales sombríos, decolorados y marchitos del tiempo.
No era fosforescencia, ni lobreguez, solo chispas de cristales bermejos,
que tatuaban y calcinaban mi cuerpo.
Era el transeúnte preocupado, que no encontró donde protegerse del sol.
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