Estaba tomando un café en la cocina con mi mujer mientras discutíamos sobre lo limitado de la perspectiva etnocentrista. Ella, como buena humanista, defiende un principio de relatividad, esto es, que no hay un principio primero, sino muchos principios distintos; por mi parte, busco razones para que las cosas sean y sigan siéndolo.

Mis argumentos empezaban a ser desatendidos, ya que mi mujer hacía por no escucharlos y, por tanto, los negaba como signos que representasen razones. Es un modo habitual de no escucha activa; esto es, no es que no se oiga, sino que se hace por no oír. Me he concentrado y he dicho, “todo el problema deriva de la aceptación del valor positivo de la doble negación y su pretensión de simplicidad, ser una: una vez la negación sea, niega, asimismo, de una doble manera, no sólo negando como afirmación negada, lo que la primera negación afirmaba, sino negando la negación misma, la negación de la negación, pura nada dialéctica (*); dicho de otra manera, la afirmación sería consecuencia de que la negación hubiera sido negada”. Al final, me ha mirado riéndose y me ha dicho: “tienes diez segundos”.

(*) Se entenderá que mi mujer tiene buenas razones para negarse al discurso filosófico sobre el poder del no ser y su límite, su no poder ser, algo que el sentido común, con más o menos acierto, toma por palabrería. Son cosas distintas. La negación puede ser “existente”, esto es, que puede negar primeramente algo; ahora bien, una vez la negación haya sido, esto es, lo que fuera primeramente negado hubiera sido, su poder no lo es sin existencia, sin qué negar; esto es, si lo que fuera negado no lo fuera antes, la negación no sería posible como realidad que existiera por la mera negación.