Históricamente la soledad ha sido asociada con el desarrollo espiritual: recordemos que personajes como Cristo, Buda, y Mahoma, entre otros, obtuvieron revelaciones cruciales en estas circunstancias.

También este estado parece ser particularmente fértil para hacer florecer la creatividad, incluso la genialidad. Quizá por está razón es que filósofos, escritores, científicos y otros han elogiado vívidamente la soledad: Poe, Goethe, Einstein, Bacon, Beethoven, de Quincey, Schopenhauer, y Thoreau, entre muchos otros.

En la actualidad millones de personas le rehúyen a estar solos, y no únicamente por la probable crítica social que ello pueda implicar, sino porque simplemente han perdido la costumbre de encontrarse en un ‘cara a cara’ consigo mismos.

De cualquier manera recordemos que culturalmente, al menos en muchas de las sociedades actuales, se nos ha inculcado una especie de miedo a la soledad, asociando con este estado diversas cualidades negativas, o en el mejor de los casos extravagantes.

Los malvados, los exorbitados científicos, los potenciales criminales, tal vez las prostitutas, son algunos de los icónicos personajes burdamente asociados con estados profundos de soledad. Amargura, desquiciamiento, depresión, y extravagancia, algunas de las consecuencias atribuidas al ejercitar continuamente el estar solos.

La soledad inspira sospecha –quizá por eludir la vigilancia del otro–, o desconfianza. Nos perturba, nos confronta, nos regala menos margen del que requerimos para evadir nuestra mayor responsabilidad: auto-conocernos (estoy solo y no hay nadie en el espejo, decía Borges).

La conectividad digital

“Carencia voluntaria o involuntaria de compañía”, así define la Real Academia de la Lengua el término soledad.

Sin embargo, con la llegada de los móviles, las redes sociales, los chats, etc., parece que la frontera entre soledad y compañía ha sido trastocada.

Ahora se puede estar ‘semi-solo’ o ‘casi acompañado’. Esta especie de limbo psicosocial ha transformado este concepto, además de hacerlo menos asequible que nunca antes en la historia humana.

En una época en la que millones de personas tienen un perfil en Facebook, en la que ‘tuitear’ es para muchos lo primero, y lo último, del día, en la que Skype, Instagram, Google Talk y decenas de otros servicios esperan ansiosamente a que los aproveches para ‘conectarte’ con otras personas,

Parece que la soledad, que de por si no venía muy bien librada décadas atrás, hoy vale menos que nunca –actualmente es fundamental estar conectado con alguien en cualquier momento, mientras ese alguien no seas tú mismo.

En nuestro país existe tanta ansiedad cultural frente al aislamiento que continuamente no logramos percibir los beneficios de la soledad.

Pero existe algo realmente liberador para las personas al estar solas. Logran establecer control sobre la forma en que utilizan su tiempo.

Logran descomprimirse al final de un atareado día en la ciudad, y experimentan un sentimiento de libertad
Otra de las bondades detectadas alrededor del estar solo radica en el fortalecimiento de carácter e identidad.

Reservarnos ciertos momentos del día, lejos de otras personas, pero también de interacciones digitales, para rendir tributo al que, sin duda, podríamos considerar como el estado primigenio del ser humano.

Finalmente me gustaría hacer referencia a las investigaciones realizadas por Adam Waytz, de la Universidad de Harvard, quien enfatiza en el hecho de que, tal vez paradójicamente, en la soledad reafirmamos diversas habilidades que enriquecerán nuestra habilidad para establecer lazos sociales saludables y fuertes.

Lo anterior me lleva a suponer que, en caso de que estar solo te ayude en la misión de conocerte a ti mismo, entonces aquel que más cerca está de saber quién es, sin duda podrá aportar más en una dinámica de interacción social.

¿Entonces?

Desde hace tiempo la ciencia ha advertido que la soledad excesiva puede sernos perjudicial. Pero en años recientes se han llevado a cabo investigaciones que aluden a los beneficios de este estado.

El problema, al parecer, radica en la dosis (el veneno puede ser también el antídoto, como bien advertía el gran Paracelso).