El artificio conocer-se y su no-ser
Una de las posiciones arriesgadas que se evita tomar en el ámbito neurocientífico es diferenciar entre cosas como objetos cualesquiera y objetos personales, entre ver un coche, por ejemplo, y ver la cara de alguien conocido. La problemática conceptual de la capacidad de diferenciar entre cosas cualesquiera y personas no consiste en establecer la diferencia, tal para cual, que pudiera ser algo arbitrario; sino en que haya algo ahí entre unos y otros que permita diferenciarlos sin arbitrariedades. Una persona puede establecer, con cierta facilidad, la diferencia intuitivamente (*), pero es extremadamente complejo recrear la intuición de manera artificial, sin que sea lo que ella es y sin distancia sustitutoria.
Las personas intuyen, en general, cosas como el espacio, que sean “en el espacio”, y el tiempo, que lleguen a ser “durante el tiempo" o, dicho de una más unívoca, "durante un tiempo”. Si las personas no tuviesen intuición, no se las arreglarían, irían dando palos de ciego.
La intuición, sin embargo, no tiene una garantía cognoscitiva que sea de fiar para todo caso. Diría lo contrario, para que fuese de fiar, debiera tener la capacidad de no-ser cierta, de ser profundamente elástica e in-cierta.
Cuando veo a alguien conocido lo reconozco, veo a alguien a quien ya conozco. Hasta aquí, todo parece cumplirse en términos cognoscitivos, la extensión de la conciencia se corresponde con los términos que la conciencia espera. El problema al que me refiero es que el discurso cognoscitivo trata de una generalidad para la que la intuición está perfectamente preparada y no le resulta, por tanto, extraña; sin embargo, hay una fase de la intuición más esencial que la cognoscitiva (**), una fase sin la que lo cognoscitivo sería absolutamente ciego y no sabría ni quién es; el reconocimiento del cogito, en este caso problemático, no haría lo que le es propio, esto es, conocer-se.
(*) Aunque sin apercibirse de nada que sea real. La mayor parte de la experiencia intuitiva se da de espaldas a las cosas. Se sabe intuitivamente que eso que veo es alguien, pero no sé, sino extrañamente, cómo lo sé; lo que sé no es lo que es.
Uso la figura de la diferencia intuitiva en el sentido de algo decisivo que le falta a la intuición que ella misma desconoce que le falta. Las personas son capaces de distinciones de las que no son conscientes, o, si lo fuesen, difícilmente lo podrían justificar. Esto es, son distinciones que no sólo no se intuyen directamente sino que, de pretender hacerlas intuitivas, se opondrían a la intuición contaminándola.
(**) El conocer es esencial a la intuición, que significa que no hay conocimiento si no hay intuición, pero es más importante todavía que el conocer no es la esencia de lo intuido, que la intuición intuye cosas que no son conocimiento.
Es frecuente en muchas reflexiones de ayer, hoy y, seguramente, mañana, asignar al conocer el valor de ser, un ente puesto sin que su actualidad sea lo que es, un acto insustancial, que, de alguna manera, no es lo que discuto; discuto que su valor existencial no tiene una correspondencia de esencia en que una y otra se complementen, sino que los valores de existencia, los grados del ser que la existencia atraviesa, pierden prioridad ante los de esencia que, al contrario que los existentes, no se atraviesan sin, de alguna manera, quedar y seguir siendo.
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