Acabo de leer un estudio que relaciona el reconocimiento facial con la actividad de un conjunto de neuronas bastante limitado. En resumen, al ver una cara se desencadena cierta actividad en el potencial evocador que, en otros conjuntos de neuronas, queda inactivo y sin desencadenar.
El problema del reconocimiento facial me resulta interesante como re-conocimiento, que hay un encadenamiento de valores cognoscitivos en que el conocimiento se centre en un objeto determinado, para decirlo sin entrar en detalles.
Hubo un tiempo en que me quedé fascinado con el problema del reconocimiento ante la imagen reflejada en un espejo. Entonces, me advertí de ciertas corrientes afectivas que no caían en el ámbito del “cogito”, el ídolo auto-referencial de toda teoría de la conciencia.
No es que tuviese una categoría para la intuición especialmente desarrollada. La intuición categorial, para decirlo a la manera de quien hacía uso de esa jerga fenomenológica, no se refiere a la intuición en sentido habitual, fenoménico o del lenguaje al uso: “reconocible”. Lo que tenía, sin embargo, era una pregunta a la que la intuición no respondía en un nivel cognoscitivo, sino a la que respondía, de una manera más decisiva, dándole la espalda; el afecto era, pero, en su lugar, la intuición ponía otra cosa o, simplemente, se ponía a sí misma como no-ser que, falsamente, era, una expectativa seguida de nada.
Al ver una cara como la mía al verme en el espejo, que es algo que puede hacer casi todo el mundo, uno no percibe las disposiciones implícitas, lo que está pasando en primera línea; las disposiciones sólo se perciben como correspondencia inversa, si son mediante el enlace que informa a la intuición.
Este enlace inverso podría parecer inocentemente un reconocimiento, la recreación causal de la intuición con la que el cogito especula cuando no sabe, clara y distintamente, qué es lo que tiene delante.
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