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Tema: Pseudoveltíosis natanatórica

  1. #211
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    Predeterminado Re: Pseudoveltíosis natanatórica

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 182]
    ... Al cabo de otras cosas acaba diciendo: «No podría retenerme de mencionar lo que me indican mis sentimientos. Es mi opinión que si los romanos se hubieran retardado en su ataque contra los ofensores, una sima hubiera abatido la ciudad, o hubiera sido inundada, o los rayos de Sodoma le hubieran dado alcance, porque esa generación era mucho más impía de lo que fueron los que llevaron estos castigos. De este modo, por causa de la demencia de ellos, todo el pueblo pereció con ellos». En el libro VI también escribe como sigue: «De los que murieron por el hambre en la ciudad el número era ilimitado, y los sufrimientos que tuvieron lugar, indescriptibles. En toda casa, si en algún lugar se vislumbraba una mera sombra de comida, se entablaba una guerra y llegaban a las manos los que más se querían, con el fin de arrancarse el misersable recurso de vida. La necesidad no tenía confianza ni siquiera en los moribundos. Los ladrones inspeccionaban también a los que estaban por morirse, por si se diera el caso de que mantenían algún alimento escondido entre los pliegues de su vestido pretendiendo estar muertos. Algunos, boquiabiertos por la falta de alimento, semejantes a perros rabiosos, iban tropezando y, desencajados, arremetían contra las puertas a modo de borrachos y, en su debilidad, penetraban en las mismas casas dos y hasta tres veces en una hora. Por la indigencia se ponían cualquier cosa en la boca, y si lograban reunir algo indigno, incluso para los animales irracionales más inmundos, se lo llevaban para comérselo. De este modo, al final ya no se retenían ante sus cinturones ni zapatos, y sacando las pieles de sus escudos, las devoraban. Algunos se alimentaban también con pedazos de hierba vieja, mientras que otros, recogiendo fibras de plantas, vendían una ínfima parte por cuatro dracmas áticos. ¿Y qué diremos de la desvergüenza de la gente desalentada por el hambre? Porque estoy a punto de poner de manifiesto unos actos que no se hallan registrados ni entre los griegos ni entre los bárbaros, escalofriantes para contarlos e increíbles para escucharlos. Por mi parte, para que no considerasen que estoy inventando para el futuro, con mucho gusto ignoraría tal desgracia si no se diera el caso de que dispongo de innumerables testigos contemporáneos. Y, por otro lado, concedería a mi patria un favor estéril si dejara en silencio sus sufrimientos reales. Así pues, una mujer residente en el otro lado del Jordán, de nombre María, hija de Eleazar, de la aldea de Batezor (que quiere decir “casa de Hisopo”), distinguida por su familia y su riqueza, se refugió en Jerusalén con la restante multitud y con ellos sufría el asedio. Los tiranos le robaron todas las otras posesiones que ella había aprovisionado y transportado desde Perea hasta la ciudad. El resto de sus bienes y algo de comida que vieron los hombres armados que entraba cada día, se lo fueron quitando. La indignación de aquella mujer era terrible, y a menudo vituperaba y maldecía a los bandidos con el único resultado de excitarlos contra su persona. Y como fuere que nadie la mataba (exasperados o compadecidos), y fatigada de buscar alimentos para otros, pues de todos modos ya era imposible buscar, oprimiéndole el hambre las entrañas y la médula y más enfurecida que hambrienta, se hizo de la ira y de la necesidad como consejeros, apresuró contra la naturaleza y, agarrando a su hijo de pecho, dijo: “Desventurada criatura. En la guerra, en el hambre y en la revuelta, ¿para quién te cuidaré? Si llegamos a parar vivos en las manos de los romanos, la esclavitud. Pero el hambre llega antes que la esclavitud y los rebeldes son más terribles que ambas opciones. Venga, pues. Sé mi alimento, la maldición de los rebeldes y un mito para el mundo; lo único que faltaba a la desgracia de los judíos”. Mientras decía esto mató a su hijo. Luego lo asó y se comió una mitad, pero el resto lo ocultó. Al punto acudieron los rebeldes y notaron el hedor del malvado sacrificio, la amenazaron con degollarla inmediatamente si no les indicaba lo que había preparado. Ella, respondiéndoles que para ellos guardaba una bella porción, les descubrió lo que había quedado de su hijo. Un escalofrío y un gran estupor se apoderó de ellos en aquel mismo momento y se quedaron clavados ante aquella visión. Pero ella les dijo: “Es mi hijo, mi obra. Comed, pues yo también me he alimentado. No seáis más débiles que una mujer ni más compasivos que una madre. Pero si vosotros sois piadosos y no aceptáis mi sacrificio, yo ya comí en vuestro lugar; el resto quede también para mí”. Después de estos acontecimientos, ellos salieron temblando; fue la única vez que tuvieron miedo y que, de mala gana, dejaron para la madre semejante alimento. Inmediatamente, la ciudad fue llena de repugnancia y cada cual se estremecía cuando se imaginaban como suyo aquel crimen. Los hambrientos tenían deseo de morirse y celebraban a los que se habían anticipado en la muerte, antes de oír y presenciar tan grandes males».

  2. #212
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    Predeterminado Re: Pseudoveltíosis natanatórica

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 183]
    Parte VII (Acerca de las profecías de Cristo). Éste fue el castigo que recibieron los judíos por su delito y su impiedad para con el Cristo de Dios. Pero merece la pena añadir la verdadera profecía de nuestro Salvador, con la que manifestaba los mismos acontecimientos, cuando profetizaba como sigue: “Mas ay de las que estén encintas, y de las que críen en aquellos días. Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno ni en día de reposo; porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá”. Sumando el número de todos los muertos, dice el mismo escritor que por el hambre y por la espada cayeron un millón cien mil personas, y el resto de rebeldes y de ladrones, denunciándose unos a otros tras ser tomada la ciudad, fueron ejecutados; los jóvenes más altos y notables por su belleza corporal los guardaban para la ceremonia del “triunfo”, y del resto de la multitud, —los mayores de diecisiete años—, unos cuantos fueron enviados cautivos a los trabajos forzados de Egipto y la mayoría fueron distribuidos entre las regiones para morir en el teatro, por el hierro o por las fieras; pero los menores de dicisiete años fueron llevados como presos de guerra para ser vendidos. Estos solos ya sumaban unos noventa mil hombres. Todo esto tuvo lugar así en el segundo año del reinado de Vespasiano, coincidiendo con las profecías de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, el cual, gracias a su divino poder, ya lo vio de antemano como si fueran presentes, y lloró y se lamentó de acuerdo con la Escritura de los santos evangelistas, que también aportan las palabras que dijo refiriéndose a Jerusalén: “Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz. Mas ahora está encubierto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti”. También cuando se refería al pueblo: “Porque habrá gran calamidad en la tierra, e ira sobre este pueblo. Y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones; y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan”. Y de nuevo: “Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejérritos, sabed entonces que su destrucción ha llegado”. Quien compare las palabras de nuestro Salvador y las otras descripciones del autor sobre toda la guerra, ¿cómo no ha de maravillarse y de admitir que la presciencia y la profecía de nuestro Salvador son verdaderamente Divinas y sobrenaturalmente extraordinarias? Por ello, sobre lo que sobrevino a toda la nación después de la Pasión del Salvador y de aquellas voces con las que el pueblo judío requería que fuera librado de la muerte el ladrón y homicida y que se aniquilara al autor de la vida, nada cabe añadir a la narración. A pesar de ello, sería justo añadir cuanto se refiere al amor para con los hombres de la entera Providencia, que aplazó la ruina de los malvados durante cuarenta años después de su audacia contra Cristo. Y a lo largo de estos cuarenta años muchos apóstoles y discípulos, y el propio Jacobo (primer obispo del lugar, llamado hermano del Señor), que todavía vivían y habitaban en la misma ciudad de Jerusalén dando sus discursos, permanecían en el lugar como muro fortificado.

  3. #213
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    Predeterminado Re: Pseudoveltíosis natanatórica

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 184]
    Hasta aquí son las palabras de Eusebio, en buena parte tomadas de Josefo. Pero éstas no son historia pasada; no para los que han escudriñado la profecía de Jesucristo acerca del fin del mundo, la cual está registrada en los evangelios según Mateo, Marcos y Lucas, en triplicado, para que no se ignore. Esta profecía viene expresada como una dualidad, es decir, como dos bloques entrelazados de acontecimientos históricos separados entre sí por unos dos milenios, pero que guardan una relación entrambos que está determinada por un lapso de intenso sufrimiento humano apodado “gran tribulación” (tribulación magna o insuperable en su género): una para Jerusalén en el siglo primero de nuestra era, que ya pasó, y otra para nuestro tiempo, a nivel mundial, que está por llegar. Por eso, aunque resulte penoso considerar lo que le sobrevino a la ciudad de David durante los postreros días de la generación que se levantó en Judea en los días de Cristo, también será de buen provecho a toda persona reflexiva contemplar en su imaginación las cosas que están destinadas a suceder dentro de relativamente poco tiempo, esto es, un cúmulo de sufrimientos a nivel mundial que recrearán a lo moderno las mismas condiciones infrahumanas de la Jerusalén del año 70, durante el asedio de Tito, por todo el globo terrestre. Empero una tal reflexión sería absurda y psicopática si no estuviera alentada por la expectativa de protección y supervivencia que suministra la sagrada escritura, la cual fue la ciudad de Pela para los cristianos del primer siglo y la cual quizás sea (está por aclararse) la de unos simbólicos “cuartos interiores” mencionados por el profeta Isaías (libro de Isaías, capítulo 26, versículo 20) para los cristianos verdaderos de la época actual. En las Biblias con anotaciones referenciales, el texto de Isaías, capítulo 26, versículo 20, se conecta con juicios finales de tiempos pasados, como el Diluvio y la matanza de los primogénitos de Egipto por el ángel exterminador, en tanto que el versículo siguiente, el 21, se vincula con la “gran tribulación” del evangelio de Mateo y con el fin del mundo predicho en la segunda epístola del apóstol Pedro.

  4. #214
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    Predeterminado Re: Pseudoveltíosis natanatórica

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 185]
    Regresemos ahora a Judea, al asedio de Jerusalén por Tito. El 27 de agosto del año 70 se completan 2 terraplenes y se usan arietes pesados para golpear las murallas noroccidentales que protejen el patio exterior norteño del templo, a la vez que soldados romanos intentan escalar las murallas para tomar las techumbres de los pórticos del norte, pero sufren pérdidas notorias. Entretanto, dos oficiales importantes de Simón bar Gioras se entregan a los romanos. Por su parte, Tito, el día 28 de agosto, se reune con sus altos oficiales para dilucidar un asalto final y decidir la suerte del Templo si éste caía. Algunos oficiales estaban dispuestos a que se destruyera, ya que era el símbolo del último bastión rebelde y del ardor nacionalista del pueblo judío; otros, por el contrario, opinaban que había que mantenerlo en pie si sus defensores se rendían. Según Flavio Josefo, Tito estaba dispuesto a salvarlo, ya que su belleza era tal que hacía honor al Imperio Romano. Reanudada la lucha el 29 de agosto, de nuevo en el patio exterior, la ferocidad de los rebeldes fue tal que Tito y sus singulares tuvieron que intervenir para que la línea de infantería romana no se hundiera. Poco a poco, los romanos ganaron terreno en el patio exterior, obligando a los rebeldes a recular hacia el patio interior, que a su vez estaba rodeado por una muralla en sus cuatro costados que formaba una segunda línea defensiva en caso de perderse el patio exterior. Tito, cansado y satisfecho de haber acorralado a los rebeldes en el recinto del patio interior, se retira a la fortaleza Antonia y se resuelve a atacar al día siguiente. Pero los rebeldes embisten otra vez y son derrotados y echados hacia atrás, al santuario. En un momento indeciso de la lucha, un soldado, sin esperar ninguna orden, movido por un impulso sobrenatural según Josefo, arroja dentro de la cámara del Templo una antorcha encendida, lo que provocó un incendio que en pocos minutos pasó a ser incontrolable. Tito recibe las noticias del incendio y enseguida se persona en el lugar, pues lo último que deseaba era que el Templo sufriera daños. Ahora su gran preocupación era detener el incendio, y para ello organizó grupos de bomberos; pero lo cierto es que muchos legionarios romanos se mostraron reacios a apagarlo, preocupándose sólo de saquear lo que había en el interior. Esperando, al menos, salvar la parte interior del Templo, mandó a un centurión y a sus hombres que apagasen el fuego y emplearan la fuerza contra quien desobedeciera, pero fracasó en el intento. Algunos, en vez de apagarlo, lanzaron más antorchas, ansiando destruir el recinto sagrado del enemigo, un enemigo que había luchado contra ellos con gran determinación y que se había ganado la ira más asesina de los legionarios romanos. Era el día 9 del mes de ab en el calendario judío, o final de agosto, un día de infausto recuerdo para los judíos, ya que también coincidía conmemorativamente con la destrucción del primer Templo a manos de Nabucodonosor.

  5. #215
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    Predeterminado Re: Pseudoveltíosis natanatórica

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 186]
    Pero si con la destrucción del Templo parecería que la sed de venganza y muerte que los romanos respiraban contra los judíos había desaparecido, nada más lejos de la realidad. Muchos judíos civiles, sin armas y agotados por el hambre, fueron degollados sin importar si eran niños, sacerdotes o ancianos. Mientras tanto, Juan de Giscala y los zelotes pudieron escapar a la Ciudad Alta. Además, un loco profeta o visionario se levanta entre la muchedumbre del pueblo que aún sobrevive en la ciudad baja, ya aliviada por la huida de los zelotes hacia la ciudad alta, y persuade a unas 6.000 personas para que aparentemente suban por las escalinatas exteriores que conducen al pórtico sur y colonicen las estancias superiores de ese gigantesco complejo de varios pisos lleno de columnas, con el objetivo de recibir la liberación de Dios; pero como los romanos prenden fuego a todos los pórticos, esa entera muchedumbre perece. Finalmente, todo el recinto del templo arde en llamas y los sacerdotes sobrevivientes son ejecutados por orden de Tito. Poco después, recuperado ya un cierto orden tras la brutal matanza, las legiones, para celebrar la toma del Templo, izaron sus estandartes y desfilaron en el patio exterior del calcinado lugar, realizando un sacrificio pagano y proclamando futuro césar a Tito. Juan de Giscala y Simeón bar Giora, en un último intento, reconociendo la superioridad romana y que todo estaba perdido, parecieron estar dispuestos a negociar la rendición de la ciudad alta. Tito, recurriendo a un intérprete que no era Josefo, les echó un largo discurso hablando de la ingratitud que tenía el pueblo judío respecto a los romanos y de que no hubieran sido lo suficientemente inteligentes como para haber entablado conversaciones de paz anteriormente. Los rebeldes piden abandonar la ciudad para refugiarse en el desierto con mujeres y niños, e incluso hacerlo sin entregar las armas porque habían juramentado no rendirse jamás. Tito se enoja ante la abusiva propuesta y termina las conversaciones, ordena a sus tropas que quemen toda la ciudad baja y jura que no perdonará ya a nada ni a nadie.

  6. #216
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    Predeterminado Re: Pseudoveltíosis natanatórica

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 187]
    Ahora los romanos rebasan el recinto del templo y se adentran en la Ciudad Baja, donde entablan batalla cuerpo a cuerpo con los rebeldes en retirada, algunos de los cuales alcanzan la muralla de la Ciudad Alta y se refugian en el interior, mientras que otros se esconden en los túneles y pasos subterráneos de la citada Ciudad Baja. El avance imparable de los soldados romanos se traduce asímismo en el saqueo e incendio de toda la Ciudad Baja, donde los archivos con los registros genealógicos para la descendencia familiar y tribal, así como los derechos de herencia, son pasto de las llamas, al serlo igualmente la cámara del Sanedrín (donde probablemente, en ella o cerca de ella, se guardaban esos archivos) y todas las casas y mansiones que se habían salvado hasta entonces son calcinadas también. La represión de los legionarios romanos fue muy feroz y Josefo la expresa de la siguiente manera: “Degollaron a todos aquéllos con los que se toparon, taponaron con sus cadáveres las estrechas calles e inundaron de sangre toda la ciudad, de modo que muchos incendios fueron también apagadados por esta carnicería”. El 7 de septiembre, unos 11 días después de la destrucción del Templo, se pone sitio hermético a la Ciudad Alta y Tito ordena la construcción de nuevos terraplenes para atacarla por el noroeste (cerca del palacio herodiano) y por el nordeste (cerca del lugar llamado Xisto); y dichos terraplenes tardan 18 días en completarse. Pero a pesar de la tardanza en levantarlos, la moral de los rebeldes era muy baja, y mucho más cuando los numerosos idumeos mandados por Simón bar Giora, intentaron desertar en masa sin éxito (en efecto, los jefes idumeos envían emisarios para pactar la rendición con Tito, pero Simón descubre el complot y ejecuta a los conspiradores; sin embargo, no puede evitar que cuantiosos desertores se entreguen a los romanos). Los rebeldes que caen prisioneros de los romanos, ellos y sus familiares (incluso mujeres y niños), son vendidos como esclavos a bajo precio debido al gran suministro de mercancía humana que se ha obtenido. Sin embargo, 40.000 ciudadanos capturados allí recientemente son puestos en libertad. El sacerdote Jesús ben Zebutí entrega algunos tesoros del Templo a Tito a cambio de que su vida sea protegida: dos candelabros, oro y mesas macizas, platos hondos, discos, velos, ropa del sumo sacerdote, gemas y muchos otros artículos preciosos; también el tesorero de Templo, un tal Fineás, provee material costoso adicional, como ropa sacerdotal e incienso (tesoros, éstos, que fueron llevados finalmente a Roma y mostrados a Vespasiano en un templo romano recién construido). Por su parte, Josefo obtiene permiso de Tito para liberar a su hermano y a 50 amigos de su familia, así como a un total de 190 mujeres que fueron aprisionadas en el Templo.
    Última edición por eettiicc@yahoo.es; 30/09/2017 a las 15:44

  7. #217
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    Predeterminado Re: Pseudoveltíosis natanatórica

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 188]
    Para el 25 de septiembre del 70 los romanos completan los terraplenes de cara al ataque de la Ciudad Alta y los rebeldes son presas del pánico, de modo que huyen o se rinden sin presentar batalla a pesar de que su posición estratégica en las masivas torres herodianas aventajan considerablemente a la iniciativa de ataque romano a través de la rampa noroccidental. Por consiguiente, los soldados penetraron en la Ciudad Alta sin mayores problemas, ya que los sitiados apenas opusieron resistencia, y saquearon las calles, matando e incendiando todo a su paso. Los pocos sobrevivientes o fueron ejecutados, o enviados a las minas o reservados para los combates de gladiadores, o bien huyeron hacía las cuevas situadas en las cercanías. De los dos líderes, Juan de Giscala y Simón bar Giora, el primero fue perdonado de la muerte por sus súplicas y condenado a cadena perpetua y el segundo, que intentó huir por medio de excavar una galería subterránea, fue apresado y convertido en cautivo para el posterior desfile militar en Roma, donde acabaría siendo ejecutado según la tradición. De la ciudad, el Templo había sido destruido y sólo permanecieron en pie las 3 torres del Palacio de Herodes, a saber, las de Hipicco, Fasael y Mariamne, como exigua reliquia del memorial y de la perdida fortuna y grandeza de la antigua ciudad; y también pervivieron algunas partes de las murallas occidentales de la Ciudad Alta. La legión X (Fretensis) se convertiría en la guarnición romana de la ciudad tomada, estableciendo su puesto militar en las torres herodianas, y el asedio se dio por finalizado con un desfile formal celebrado por Tito para agradecer y recompensar a sus hombres el valor demostrado; después hubo un festín que duró 3 días. Según Josefo, para el tiempo de la victoria romana habían perecido 1.100.000 judíos; y de los 97.000 supervivientes, a algunos se les ejecutó al poco tiempo y a otros se les esclavizó. Los que tenían más de 17 años fueron encadenados y enviados a Egipto para los trabajos públicos. Tito hizo que muchos fueran enviados a las provincias, destinados a sucumbir en los anfiteatros, por la espada (obligados a matarse entre ellos mismos como espectáculo o a manos de gladiadores) o por las bestias feroces. Mientras esperaban su destino, 11.000 prisioneros perecieron de hambre. Además, después de matar a los prisioneros viejos y enfermos, se eligió a los 700 más altos y apuestos para que figuraran en el posterior desfile triunfal en Roma, y los demás (una mayoría), que fueron enviados a los anfiteatros de Oriente, no llegaron a vivir para ver la entrada del año 71. La conquista se completó oficialmente en tan sólo 4 meses y 25 días, desde el 3 de abril hasta el 30 de agosto del año 70 de nuesta era. Así que la gran tribulación de Jerusalén, aunque intensa, fue notablemente corta. La actitud y las acciones irrazonables de los judíos en el interior de la ciudad, especialmente de los fanáticos, contribuyeron a esa brevedad. La ciudad y el templo fueron arrasados hasta su total desaparición del mapa, para mostrar al mundo que aun las fortificaciones más sólidas no eran obstáculo para el ejército romano. Los encargados de demoler la ciudad la allanaron de tal manera, y tan concienzudamente, que daba la impresión de que en ese lugar jamás hubiese existido una población con habitantes. No obstante, a pesar de asestar tan mortífero golpe a la Gran Rebelión Judía comenzada en el año 66, ésta aun no se podía dar por finalizada del todo, ya que quedaban algunas fortalezas rebeldes en donde los judíos opondrían su última resistencia, a saber: Herodión, Maqueronte y Masada.

  8. #218
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    Predeterminado Re: Pseudoveltíosis natanatórica

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 189]
    Dejando confiada Jerusalén a la legión X (Fretensis), Tito se dirigió a Cesarea Marítima en donde se depositó el botín y se custodió a los prisioneros judíos antes de la partida hacia Roma. De las restantes legiones, mandó a la legión XII (Fulminata), antes acantonada en Siria, a Melitene, cumpliendo aún el castigo por la deshonra de Bethorón, mientras que las otras dos legiones, la legión V (Macedonica) y la legión XV (Apollonaris) acompañarían a Tito hasta que se embarcara a Roma, para posteriormente dirigirse a sus destinos de Moesia y Pannonia respectivamente. Después de ello, se dirigió a Cesarea de Filipo en donde organizó espectáculos gladiatorios debido a la gran cantidad de prisioneros judíos existentes, haciéndolos luchar entre sí o con las fieras. Posteriormente, regresa de nuevo a Cesarea Marítima, volviendo a celebrar juegos y espectáculos en honor a su hermano Domiciano con motivo de su cumpleaños (24 de octubre del 70), en el anfiteatro de la ciudad (donde 2.500 prisioneros judíos fueron arrojados a las bestias salvajes, quemados o matados en juegos de gladiadores), acto que repite de nuevo cuando viaja a Berito (actual Beirut), en esta ocasión por el natalicio de su padre Vespasiano (17 de noviembre del 70). Tras una prolongada estancia en la ciudad, Tito se dirige a Antioquía en una especie de marcha triunfal, y todas las ciudades que estaban en su camino fueron obsequiadas con espectáculos gladiatorios en los cuales los prisioneros judíos eran obligados a matarse entre ellos en combates de gladiadores. Pero cuando entró en Antioquía, la situación en la ciudad distaba mucho de ser pacífica. Los paganos deseaban desembarazarse de los judíos existentes, que tenían carta de ciudadanía con el mismo título que los griegos y hacían gran número de adeptos religiosos. Antíoco, un antiguo judío, y ahora antijudío, para incitar su cólera, les instó a hacer sacrificios a divinidades paganas, que lógicamente los judíos rechazaron y ello fue interpretado como falta de sensibilidad y de civismo, acarreando como consecuencia numerosas matanzas. Además, un incendio que devastó la ciudad fue atribuido maliciosamente a los judíos, con lo que el odio hacia ellos fue aumentando. Esto fue lo que se encontró Tito en la ciudad, en donde notó que en las aclamaciones del pueblo, celebrando su triunfo, también se mezclaban gritos hostiles hacia los judíos. Al día siguiente, en el teatro de la ciudad, el Senado y los notables le presentan una solicitud de expulsión de los judíos de la ciudad, pero Tito se negó a concederla, mostrando así que, a pesar de la Gran Rebelión, la justicia romana se situaba por encima de las rencillas locales y como garante de los privilegios de los ciudadanos del Imperio, ya fueran judíos o ya de otras etnias, de manera que los conflictos que surgieran entre los judíos y las poblaciones helenizadas deberían resolverse apelando al derecho y a las leyes establecidas y aprobadas por Roma.
    Última edición por eettiicc@yahoo.es; 01/10/2017 a las 16:04

  9. #219
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    Predeterminado Re: Pseudoveltíosis natanatórica

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 190]
    Una vez abandonada Antioquía, Tito se dirige a Zeugma, junto al río Eufrates, y recibe allí a los enviados del rey parto Vologeses I, quienes le traen un presente en reconocimiento de su victoria ante los judíos. Después se dirige hacia el sur, atravesando la península del Sinaí en dirección a Egipto, no sin antes pasar de nuevo por Jerusalén, ahora en ruinas, en donde, según Flavio Josefo, expresó sus condolencias por la destrucción de la ciudad, maldiciendo a los responsables de la revuelta judía que había culminado con la ruína de la capital de Judea. Luego llega a Menfis y posteriormente a Alejandría; y allí dejó que la legión V (Macedonica) y la legión XV (Apollonaris) partieran a sus respectivos lugares, mientras él se dirigía a Roma. El viaje a Roma es contado no sólo por Flavio Josefo, sino también por Suetonio, detallando este último las sucesivas escalas del mismo y relatando cómo a su llegada a Roma, a mediados de junio del 71, el emperador Vespasiano quedó sorprendido por la rapidez del viaje. Josefo refiere que Tito fue aclamado en olor de fervor popular, al igual que anteriormente lo fue su padre, donde no sólo las gentes de Roma salieron a su encuentro sino también el mismo emperador, quien se presentó ante su hijo y aumentó así la gloria y prestigio del vencedor de Judea.

  10. #220
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    Predeterminado Re: Pseudoveltíosis natanatórica

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 191]
    El desfile triunfal por las calles de Roma, en el que Flavio Josefo estuvo presente en primera plana, comenzó ya de madrugada, en donde la gente se empezó a agolpar en los lugares de paso del cortejo. Estando amaneciendo aparecieron Vespasiano y Tito, vestidos de seda púrpura y coronados de laurel, y posteriormente asistió Domiciano, el hijo menor de Vespasiano, pero relegado a un segundo plano. Salieron del templo de Isis, situado en el Campo de Marte, y seguidos de un gran despliegue de tropas se dirigieron hacia los paseos de Octavia, donde se encontraban los senadores y caballeros. Entre aclamaciones del gentío situado allí, padre e hijo se sentaron en una tribuna con asientos de marfil para la ocasión. Poco después, y tras una breve alocución imperial, se ofreció un sacrificio a los dioses, cuyas estatuas se levantaban cerca de la Puerta Triunfal, entre el Capitolio y el Tíber. Más tarde, el cortejo continuó en dirección al Capitolio, en cuyo desfile se presentaron animales exóticos, trofeos de guerra de oro, como la mesa de los panes de la proposición y el candelabro de los siete brazos del templo de Jerusalén y también algunos rollos de la Torá, preciosas telas de púrpura o bordados para tapicerías y, sobretodo, los prisioneros, entre los cuales se encontraba Simón bar Gioras. Pero quizás lo que llamó más atención fue una serie de decorados móviles en donde se escenificaban episodios de la Guerra Judía, con ilustraciones que plasmaban las máquinas de asedio abriendo grietas en las grandes murallas gruesas, al ejército rompiendo el interior de las fortificaciones, el Templo incendiado, judíos suplicando piedad o enemigos que huían o eran llevados a la cautividad. Finalmente, el culmen del festejo fue el protocolo para la ejecución del jefe enemigo, Simón bar Gioras, a las puertas del templo de Júpiter Capitolino, reconstruido tras un incendio ocasionado por los enfrentamientos entre Vitelio y Vespasiano, de tal modo que cuando se anunció su muerte la gente estalló de júbilo. El día del triunfo terminó con nuevos sacrificios y un banquete oficial en el que el emperador reunió a sus allegados y a las gentes más notables de Roma. Con esta victoria y posterior desfile triunfal, el emperador Vespasiano consideró que la reconquista de Judea y Palestina era ya un hecho, e incluso acuñó una moneda en honor a tal victoria, con la leyenda “Iudaea Capta”, y además, a partir de entonces, ordenó que la contribución anual de medio siclo que todos los judíos del Imperio entregaban al Templo antes de su destrucción, fuera ahora destinada a una nueva caja imperial, el Fiscus Iudaicus, y entregadas al templo de Júpiter Capitolino. También se emprendió la construcción del Arco de Tito, por orden imperial, conmemorando así Vespasiano la victoria de su hijo y contribuyendo a continuación a un programa de reformas del centro de Roma, que había sido devastada por el fuego en el año 64 y por los grandiosos y despilfarradores proyectos de Nerón. Al parecer Tito se negó a aceptar una corona especial de laurel (condecoración militar romana), alegando: “No hay mérito en vencer a unas gentes abandonadas por su propio Dios”.

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