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Tema: Pseudoveltíosis natanatórica

  1. #201
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    Predeterminado Re: Pseudoveltíosis natanatórica

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 172]
    Caída la muralla exterior, los romanos prepararon el asalto a la segunda muralla. Los judíos, detrás de la muralla, seguían defendiéndose con un valor y un arrojo dignos de admiración, como si aun pensaran que podían repeler a los romanos; dispuestos a morir por sus jefes, en especial por Simón bar Gioras, y mostrando la extraordinaria tenacidad ante la adversidad que Flavio Josefo conocía bien. Pero esto no bastaba para detener ya a los romanos, pues Tito consiguió en sólo 5 días abrir una brecha en una de las torres en la parte norte de la segunda muralla. Pero antes de eso, el futuro emperador fue objeto de un conato de trampa en la que un tal Cástor y algunos otros judíos, implorando falsamente piedad a los sitiadores, intentaron atraer a los soldados con objeto de lanzarles piedras; por lo visto Tito accedió a la petición y envió a un representante suyo, pero Josefo sospechó la treta desde el principio y rehusó participar en las negociaciones; al final, Cástor atacó a los negociadores y cuando los romanos reanudaron la acometida contra la torre él prendió fuego a la misma y se dio a la fuga. Hacia el 30 de mayo, la segunda muralla de la ciudad cede ante el ariete romano e, imprudentemente, Tito con sus singulares y mil legionarios penetra hacia el interior de la ciudad por la abertura sin encontrar apenas oposición al principio; sin embargo, se olvidó de dar la orden de que los legionarios ensancharan la brecha, y cuando él y sus hombres fueron atacados por los rebeldes dentro de las estrechas calles de la ciudad, llenas de artesanos y tenderos a los que magnánimamente dejó con vida, Tito y sus soldados tuvieron muchísimas dificultades para retroceder y retirarse ya que la estrechez de la brecha les impedía salir y también que los refuerzos entraran en su ayuda. Al final, consiguieron escapar de allí a la desesperada, mientras que los judíos taponaban la brecha con los cuerpos de los caídos. Pero la alegría de los rebeldes duró sólo 3 días, ya que al cuarto, un segundo ataque romano hizo ceder de nuevo la segunda muralla y esta vez sí que se ordenó a los legionarios que la derribaran junto con los edificios adyacentes, para poder maniobrar con mayor seguridad. Así, pues, para principios de junio del 70 la segunda muralla también cayó.

  2. #202
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    Predeterminado Re: Pseudoveltíosis natanatórica

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 173]
    El 4 de junio del año 70 fue arrasada la segunda muralla en su parte norte, pero todavía quedaba la primera muralla sin penetrar, así como la Fortaleza Antonia y el Templo, siendo este último, sin duda, el postrero foco de resistencia judía antes de que la ciudad cayera totalmente en manos romanas. Tito, inteligentemente, sabiendo que aún quedaba la fase más difícil del asedio, ordenó que las tropas pudieran descansar y recuperarse. Además, para animar a sus soldados y para mostrar a los rebeldes el poderío y la grandeza de Roma, en una actitud más psicológica que beligerante, el futuro emperador ordenó que los soldados recibieran la paga, pues éstos cobraban 3 veces al año, en enero, mayo y septiembre, y aún no habían recibido el pago de mayo y ya el calendario se encontraba a primeros de junio; pero la causa de la demora se debió al derribo de la segunda muralla a principios de junio, con lo cual existían varios días de retraso en el mismo, de forma que al efectuarse ahora se relanzaría la moral de las tropas de cara al asalto final. Normalmente la paga se hacía de una manera discreta, pero, en esta ocasión, Tito mandó realizar una ceremonia especial para su distribución, dándole solemnidad al acto y ordenando que todo el ejército se desplegase a la vista de los asediados. Los soldados rivalizaban en cuanto al abrillantamiento de la armadura y sus armas, mientras que los hombres de caballería lucían sus mejores galas y arneses desfilando a la vista de los sitiados, quienes, con mezcla de admiración y de espanto, contemplaban atónitos semejante espectáculo. Este ceremonial significaba para los romanos un orgullo personal y de bandera, así como la obtención de la merecida recompensa por prestar servicio militar; pero para los rebeldes, en cambio, se trataba de una demostración de fuerza y poderío emanados del demoledor ejército romano. El espectáculo duró 4 días, es decir, el tiempo que se tardó en pagar a todos los soldados de las diferentes legiones.

  3. #203
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    Predeterminado Re: Pseudoveltíosis natanatórica

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 174]
    Tito, procurando evitar la destrución de la ciudad, pide a Josefo que éste hable a los rebeldes en su lengua materna y los persuada a rendirse. Así, antes del asalto final, Tito busca, por última vez, la rendición pacífica de los sitiados pensando que tal vez la demostración de poderío romano con el ceremonial de la entrega de la paga y el hecho de que gran parte de la ciudad estuviera bajo dominación romana eran razones más que suficientes para claudicar. En esta ocasión, el discurso de Josefo se atiene a 3 premisas: primero, asegurar la salvación de los rebeldes judíos y del Templo, segundo, la incontestable superioridad militar romana y, tercero, en el orden teológico hacerles ver que Dios no está con ellos por sus pecados y que ahora sus prodigios los hace a favor de los romanos, exhortando a sus compatriotas a arrepentirse, para que así Dios los perdone. Incluso va más allá, ofrece su vida y la de su familia a cambio de que cesen las hostilidades. Algunas de estas frases de Josefo revelan no sólo su gran capacidad elocuente sino, también, una perspicacia fuera de lo común. Por ejemplo, él implora a los rebeldes que ahorren vidas que serán perdidas inútilmente, y que tengan presente que tanto el país como el Templo están en grave peligro de extinción. Afirma que, por lo que él está viendo, los romanos están más interesados en proteger el Templo que ellos. Es sensato y racional ceder ante ejércitos superiores, y los romanos son los amos del mundo porque, claramente, la voluntad de la Deidad está a favor, o no se opone, a la prosperidad de ellos. Si los antepasados de ellos estuvieran ahora gobernando la ciudad, hace tiempo que se habrían rendido a los romanos. Los romanos ya saben que el hambre cunde por toda la ciudad y que esto presagia la caída inevitable de la misma, por lo que es muestra de indulgencia por su parte ofrecerles garantías de ser tratados bien si se rinden ahora, mientras que nadie será perdonado si se obcecan en rechazar todas estas ofertas. La Biblia demuestra que cuando la Deidad apoya a los judíos el éxito es obtenido por éstos sin necesidad de recurrir a la guerra, mientras que si la guerra es emprendida por los judíos contra poderes superiores el resultado es siempre el fracaso y la destrucción para los judíos. Josefo se compara directamente a Jeremías al argumentar que este profeta también le habló vigorosamente al pueblo diciéndole que ellos eran odiosos a Dios y serían tomados cautivos a menos que rindieran la ciudad; pero ellos hicieron caso omiso y hasta quisieron matar al profeta, de forma parecida a como los rebeldes ahora “me atacan con insultos y proyectiles, mientras les exhorto a salvarse. Los milagros, además, dan la bienvenida a los romanos: El estanque de Siloam, que había sido secado, ahora se ha llenado de agua gracias a la aproximación de Tito”. Con estas palabras, parece que una parte de la población quedó convencida, pero los zelotes no, quienes incluso le arrojaron una piedra que impactó en la cara del historiador y éste quedó inconsciente; y sólo la rápida actuación de los legionarios evitó que los judíos se llevaran el cuerpo caído de Josefo al interior de la ciudad. Por lo tanto, ante dicha respuesta, Tito comprendió definitivamente lo que tenía que hacer.

  4. #204
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    Predeterminado Re: Pseudoveltíosis natanatórica

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 175]
    A pesar de la dura preparación psicológica de los romanos, éstos se desanimaron mucho cuando vieron que el gran esfuerzo que habían realizado para montar las rampas de asalto había sido en vano. Tito, consciente de la gravedad de la situación, se reunió con los oficiales superiores para poder dar una solución al problema. Se barajaron 2 propuestas, ambas extremas: la primera, un asalto inmediato a gran escala y con todo el ejército, que aunque podría dar una victoria aplastante también tenía el riesgo de fracasar, con lo que definitivamente la moral de los soldados se hundiría del todo; y segundo, rodear con una muralla toda la ciudad, y esperar que los sitiados murieran de inanición o de hambre, opción que a Tito le disgustaba por considerar que no era la forma más honorable de vencer. Finalmente, se adoptó una solución intermedia que implicaría a las 2 propuestas, es decir, se seguiría con el asalto pero, a la vez, se construiría una “circunvallatio” alrededor de la ciudad para asegurar su bloqueo hermético y así los sitiados no pudieran salir y tampoco recibir ningún tipo de ayuda desde fuera (la “circunvallatio” consistía en una línea de fortificación que rodeaba la ciudad para que ésta no pudiera recibir ayuda logística, víveres o efectivos desde fuera, a fin de que la rendición de la misma se produjera por hambre, hacinación, sed o proliferación de enfermedades). La tarea de la construcción de esta circunvallatio conllevaría muchos días, e incluso puede que algunos meses, por lo que parecía una empresa descabellada, pero las arengas de Tito hacia sus hombres hicieron gran mella en ellos, y, en un esfuerzo de coordinación lleno de admiración, cada legión y cada subunidad se ocupó de un tramo, mientras Tito visitaba regularmente los grupos de trabajo para animarlos. Y esto dio muy buen resultado, pues en un tiempo récord de 3 días se consiguió rodear toda la ciudad con un cerco de estacas puntiagudas de 8 kilómetros de perímetro, reforzado con unas 13 fortificaciones en su derredor con guarniciones de soldados vigilantes; y con el fin de proveer materiales para la construcción de esta empalizada, la región rural alrededor de Jerusalén fue despojada de sus árboles por unos 16 kilómetros a la redonda. Tal vez Josefo, el narrador de esta infeliz historia, nunca supo (o nunca quiso saber) que ese cerco fue profetizado por Jesucristo casi 40 años antes (es decir, casi 5 años antes del nacimiento del historiador), cuando hizo su entrada triunfal en Jerusalén, pocos días antes de su muerte: «Al acercarse y ver la ciudad (se sobreentiende: Cuando Cristo se aproximaba a la ciudad santa sentado sobre un pollino), lloró por ella, diciendo: “Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz... Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas (se sobreentiende: Un cerco de estacas puntiagudas), te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita (se sobreentiende: El tiempo en el que los tribunales celestiales te examinarían o visitarían simbólicamente para darte tu justa retribución, especialmente a causa del asesinato del Mesías)”» (Evangelio según Lucas, capítulo 19, versículos 41-44; Biblia de Jerusalén de 1975).

  5. #205
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    Predeterminado Re: Pseudoveltíosis natanatórica

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 176]
    Después de la construcción de la circunvallatio, la situación en el interior de la ciudad no hizo más que empeorar, ya que el hambre era de tal magnitud que incluso Juan de Giscala tuvo que usar el aceite y el vino sagrados con fines profanos para evitar la desesperación; y muchas víctimas inocentes, sobretodo mujeres y niños, morían, apilándose sus cadáveres de tal forma que, cuando el hedor se convirtió en insoportable, se empleó el tesoro público para enterrarlos. Hambre horrorosa que iba en aumento exponencial, hasta que los cadáveres se hicieron tan numerosos que no hubo otra solución que lanzarlos a las hondonadas que rodeaban la ciudad, a lo que Tito, observando tan lamentable espectáculo, se reprendía a sí mismo como si tuviera toda la culpa de ello. Pero una cosa era cómo pensaba Tito y otra muy diferente cómo pensaban sus tropas, pues la piedad no era precísamente un don muy atribuíble a los legionarios romanos y mucho menos a la legión XII (Fulminata), la cual rabiaba por vengarse de la humillante derrota de Bethorón. Por otra parte, las últimas palabras de Josefo, si bien no produjeron ninguna reacción favorable a la rendición entre los rebeldes armados, hicieron mella entre los no combatientes judíos en el sentido de querer desertar de la ciudad. Por ello, algunos desertores judíos ricos, a sabiendas de que ya estaba todo perdido, abandonaban la ciudad después de haber vendido todas sus posesiones por monedas de oro y tragárselas para poder esconderlas. Pero al caer éstos en manos de romanos informados de semejante estrategia, alcanzaban un final atroz, pues los legionarios, junto con algunos auxiliares egipcios y sirios, iban en busca de ellos y les abrían el vientre para robarles las monedas. Tito quedó horrorizado cuando casualmente se enteró, ya tarde, y prometió buscar a los culpables, los cuales nunca aparecieron aunque seguían practicando tal barbarie, muchas veces sacrificando a las víctimas en vano, ya que en el interior de la mayoría de ellas no encontraban el oro deseado. Empero la gran avalancha de desertores de última hora dieron informes verdaderamente espeluznantes a los oficiales romanos acerca de los estragos y locuras que estaba causando el hambre creciente en la ciudad, y de cómo la masa de no combatientes esa atacada por los insurrectos judíos militarizados, quienes realizaban búsquedas puerta a puerta por comida, golpeando y torturando a las familias en sus hogares, asesinando y robando a los hipotéticos ricos que encontraban a su paso. Según Josefo, relatar en detalle la enorme cantidad de atropellos y vejaciones mortales a las que eran sometidas las personas civiles por sus propios hermanos de raza y religión fanatizados, bajo el mando de Juan y Simón, es imposible; y, en pocas palabras, se puede decir que ninguna otra ciudad del mundo ha soportado jamás una oleada tan cruda de miserias ni albergado una generación de seres tan envilecidos y pródigos en delitos desde los comienzos de la historia humana. Por lo visto, Jesucristo no exageró cuando señaló que a Jerusalén le iba a sobrevenir la peor tribulación de su historia (una grande tribulación inigualable) algún tiempo después de su partida y todavía dentro del alcance de los días de aquella generación que pidió su muerte ante Pilato. Sin embargo, lo más interesante de esta narración para nosotros, los que somos asiduos lectores de la sagrada escritura y queremos aprender de la experiencia histórica, es que la misma profecía del evangelio de Lucas acerca del fin de la Jerusalén clásica está entrelazada con los acontecimientos previstos para el fin del mundo actual, al que también se esperaría que le aplique paralelamente un desenlace en forma de una grande tribulación (tribulación magna) de alcance global impregnada de barbaridades parecidas o similares a las testimoniadas por Josefo.

  6. #206
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    Predeterminado Re: Pseudoveltíosis natanatórica

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 177]
    Como opción añadida a la circunvallatio y para que la toma de la ciudad fuera más rápida, Tito hizo construir nuevas rampas de asedio frente a la Fortaleza Antonia. Pero debido a la devastación de toda el área circundante de Jerusalén, la madera hubo que traerla desde una distancia de más de once millas (más de 18 kilómetros, aproximadamente) para su construcción. Tras 21 días de trabajo se acabaron las obras, a pesar de que los judíos con Juan de Giscala al frente intentaban dificultar, cada vez con menos vigor y por la mayor vigilancia romana, los trabajos preparatorios. Entretanto, mientras se erigían las rampas, los romanos capturan más de 500 evadidos de la ciudad por día, a los que torturan, matan y luego crucifican ante las murallas, a la vista de los rebeldes, para intimidarlos; y parece que Tito llegó a entristecerse por tener que usar una persuasión tan cruel y con tan grande número de víctimas, al grado de que llegó un momento en que no había suficiente espacio para tantas cruces ni suficientes cruces para tantos cuerpos. Pero tales ejecuciones masivas y crueles tienen el efecto contrario al pretendido por los sitiadores, pues los judíos defensores juran luchar contra los romanos hasta su último aliento, aun si ello implicara la destrucción del Templo. Por eso, las exortaciones de Tito dirigidas a los rebeldes, para que éstos se rindan y así se pueda salvar el Templo y lo que queda de la ciudad, caen en oídos sordos. Una vez terminada la rampa de asedio, los arietes empezaron a golpear los muros de la fortaleza, sin mucho éxito al principio, pero el continuo envite de los mismos propició que la parte batida se desplomara por sí sola, quizás con la ayuda de los túneles realizados anteriormente por los hombres de Juan, que quizás se desplomaran del todo en ese momento. Tras esto, una enorme brecha se abrió, pero cuando los romanos se dispusieron a atravesarla, se encontraron con un nuevo muro, levantado a toda prisa, que impedía el acceso al patio exterior del Templo. Esto desmoralizó a las tropas, a las que Tito de nuevo tuvo que arengar prometiendo recompensa al primer hombre que llegara a lo alto del parapeto. Y sólo una docena de auxiliares, liderados por un tal Sabino, se dispusieron a la acción, pereciendo él mismo junto con 3 de sus compañeros. Se esperaba que los demás siguieran el ejemplo, pero no lo hicieron, hasta que 2 noches más tarde un pequeño grupo de unos 20 o 30 soldados ascendieron por propia iniciativa y eliminaron a los centinelas. Tito, enterándose de lo sucedido y sacando partido del éxito, envió a sus hombres hacia el patio del Templo, en donde hubo un combate nocturno del que nadie saldría vencedor, hasta que finalmente, ya amanecido, los rebeldes consiguieron hacer retroceder a los romanos.

  7. #207
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    Predeterminado Re: Pseudoveltíosis natanatórica

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 178]
    Habiendo llegado los finales de julio del 70, informes procedentes de desertores judíos, entre los que se encuentra un tal Maneo ben Lázaro, indican que desde el 1 de mayo hasta el 20 de julio los muertos civiles o personas no combatientes en la ciudad ascienden a más de 600.000 aproximadamente, y todo ello sin contar los miles de desertores apresados o ejecutados por los romanos. A primeros de agosto, los romanos pensaron que la mejor forma para llegar a los aledaños (o perifería) del Templo era de nuevo construir terraplenes, cuyos materiales, de nuevo, hubieron de traerse a gran distancia. Mientras tanto, Tito envió a Flavio Josefo con un mensaje dirigido a Juan de Giscala desafiándole formalmente que se presentara y aceptara el combate; y también parece que se le ofreció de nuevo una honrosa rendición con tal de salvar el Templo. De todas formas, Juan discute acaloradamente con Josefo y rechaza toda vía razonable de solución, con lo que gran número de ciudadanos de clase alta, incluyendo a muchos sacerdotes, desertan en ese momento y se entregan a los romanos. En consecuencia, de nuevo, se dispuso el ataque al patio exterior a pesar de que las rampas aún no se habían terminado. Para ello, Tito formó una fuerza de asalto especial que puso bajo el mando de Sexto Vetuleno Cerealis, el legado de la legión V (Macedonica), compuesta de unidades de mil hombres mandadas por un tribuno y cuyos miembros se contaban entre los 30 legionarios más valientes de cada centuria. El ataque se produjo por la noche, pero tras la sorpresa inicial, los rebeldes, cada vez en mayor número, se apilaban para luchar en el patio exterior, conteniendo a los romanos y quedando el encuentro en empate. Entretanto, los rebeldes intentan un asalto a la legión X (Fretensis) en el Monte de los Olivos, por medio de franquear el cerco de estacas puntiagudas, directamente enfrente de la muralla oriental del Templo, pero son rechazados después de una breve e intensa batalla. Finalizadas por fin las rampas, los arietes de asedio llegaron a la muralla exterior del Templo y durante 6 días, sin resultado alguno, intentaron abrir brecha, ya que los formidables bloques de piedra aguantaban bien, a la vez que, como ya iba siendo costumbre, los rebeldes importunaban el ataque. Simultáneamente, la lucha continuaba en el patio exterior, incendiando ambos bandos secciones del pórtico para convertir sus posiciones en inexpugnables a los ataques del bando contrario. El 15 de agosto, en una fingida retirada de los rebeldes del pórtico occidental, los romanos cayeron en una trampa, ya que en el momento en el que éstos se precipitaron por este punto, el pórtico, que previamente había sido llenado de betún y madera seca, empezó a arder, provocando muchas bajas romanas que perecieron bajo las llamas o fueron muertos o capturados por los rebeldes. Viendo que los arietes no doblegaban aquellas majestuosas murallas, se intentó tomar el muro exterior mediante escaleras de asalto. Pero los judíos esperaban en lo alto y precipitaron al vacío a cuantos iban subiendo, además de capturar algunos estandartes. En los días siguientes, Tito ordenó incendiar otras secciones del pórtico exterior, pero sin resultados.

  8. #208
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    Predeterminado Re: Pseudoveltíosis natanatórica

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 179]
    En medio del sofocante calor de aquel 15 a 17 de agosto del 70, los informes de los escapados son de un hambre más que horrible en la ciudad sitiada, con innumerable cantidad de víctimas mortales y donde los rebeldes hambrientos como perros enloquecidos se tambalean de casa en casa en busca de comida y donde tanto el cuero de los zapatos como la hierba seca y escasa son comidos con ansia. La abominable monstruosidad causada por el hambre alcanza su profundidad máxima en la historia de una tal María, hija de un tal Eleazar, que impresiona estremecedoramente no sólo a los rebeldes sino también al mismo Tito, quien es enterado de ella tal vez mediante Josefo y éste quizás por medio de los testimonios de los desertores y escapados. Parecería que la historia trágica de esta María es una invención urdida por una mente perversa y Josefo asegura en sus escritos que habría omitido de buena gana dicha tragedia, por temor a que se le considerara poseedor de una imaginación diabólica, pero gracias a que había gran cantidad de testigos de la susodicha historia entre sus contemporáneos, él decidió inmortalizarla junto con las siguientes palabras: “Tito juró sepultar esta abominación bajo las ruinas de la ciudad”. Para saber de qué se trata esta historia real, podemos acudir a los escritos del historiador Eusebio de Cesarea (263-339), quien solía emplear citas textuales de otros historiadores que no sobrevivieron a su época y también de Flavio Josefo, encontrándose una gran concordancia entre lo que Eusebio dice y lo que afirma el judío cuando se refieren a un mismo tema, lo cual hace a Eusebio bastante fiable. En su obra “Historia de la Iglesia” (o Historia eclesiástica), Eusebio trató de presentar la historia de la Iglesia desde los apóstoles (es decir, los “Hechos de los Apóstoles”) hasta sus días, teniendo en cuenta en dicha obra la historia de los judíos. En el tercer y último libro de la citada obra, partes V a VII, Eusebio informa lo que se expone a continuación.

  9. #209
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    Predeterminado Re: Pseudoveltíosis natanatórica

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 180]
    Parte V (Acerca de los últimos tormentos de los judíos después de Cristo). Tras ostentar Nerón el poder durante trece años, y habiendo tenido lugar los reinados de Galba y de Otón en el espacio de un año y seis meses, Vespasiano, que había sido notable en los ataques a los judíos, fue designado emperador en Judea una vez que se le nombró públicamente como jefe supremo del ejército que le había acompañado a aquel lugar. Inmediatamente salió para Roma y confió la guerra contra los judíos en manos de su hijo Tito. Ahora bien, los judíos, después de la ascensión de nuestro Salvador, culminaron su crimen contra él con la concepción de innumerables maquinaciones contra sus apóstoles. El primero fue Esteban, al cual aniquilaron con piedras; luego Jacobo, hijo de Zebedeo y hermano de Juan, que fue decapitado; y finalmente Jacobo, el que fue escogido en primer lugar para el trono episcopal de Jerusalén, después de la Ascensión de nuestro Salvador, y que murió del modo mencionado. Todos los demás apóstoles fueron amenazados de muerte con innumerables maquinaciones, y fueron expulsados de Judea y se dirigieron a todas las naciones para la enseñanza del mensaje con el poder de Cristo, que les había dicho: “Id, y haced discípulos a todas las naciones”. Además de éstos, también el pueblo de la iglesia de Jerusalén recibió el mandato de cambiar de ciudad antes de la guerra y de vivir en otra ciudad de Perea (la que llaman Pela), por un oráculo transmitido por revelación a los notables de aquel lugar. Así pues, habiendo emigrado a ella desde Jerusalén los que creían en Cristo, como si los hombres santos hubiesen dejado enteramente la metrópoli real de los judíos y toda Judea, la justicia de Dios vino sobre los judíos por el ultraje al que sometieron a Cristo y a sus apóstoles, e hizo desaparecer totalmente de entre los hombres aquella generación impía. En los relatos que escribió Josefo se describen con toda exactitud los males que en ese momento sobrevinieron a todo el pueblo judío en todo lugar; cómo principalmente los habitantes de Judea fueron agobiados hasta el extremo de las desgracias; cuántos miles de jóvenes y de mujeres, juntamente con sus niños, cayeron a espada, por hambre y por muchos otros tipos de muerte; cuántos y cuáles ciudades de Judea fueron sitiadas; cuán grandes desgracias, y más que desgracias, presenciaron los que fueron en su huida a Jerusalén, ya que era la metrópoli más fuerte; el desarrollo de la guerra y lo que tuvo lugar en ella en cada momento; y, finalmente, cómo la abominación desoladora que proclamaron los profetas se asentó en el mismo templo de Dios, en gran manera notable antiguamente; y entonces sufrió todo tipo de destrucción hasta su desaparición final por el fuego. Merece la pena señalar que el mismo autor afirma que los que, procedentes de toda Judea, se apiñaron en los días de la fiesta de la Pascua, en Jerusalén, como en una prisión, usando sus propias palabras, fueron alrededor de tres millones. Era preciso, pues, en los mismos días en los que habían llevado a cabo la Pasión del Cristo de Dios, bienhechor y Salvador de todos, que, como encerrados en una prisión, recibieran el azote que les daba alcance viniendo de la justicia Divina. Así pues, dejando aparte los acontecimientos que les sobrevinieron y cuántas veces fueron entregados a espada o de diversos modos, sólo me ha parecido oportuno mostrar las desgracias originadas por el hombre, a fin de que los que obtengan este escrito vean, parcialmente, cómo les daba alcance al poco tiempo el castigo procedente de Dios por causa de su crimen cometido en contra del Cristo de Dios.

  10. #210
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    Predeterminado Re: Pseudoveltíosis natanatórica

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 181]
    Parte VI (Acerca del hambre que angustió a los judíos). Toma, pues, entre tus manos el libro V de de las Guerras de los judíos de Josefo y lee la tragedia que sucedió entonces: «Para los ricos, quedarse significaba la perdición, pues con la excusa de deserción mataban a cualquiera por causa de sus bienes. Con el hambre crecía también la demencia de los rebeldes y cada día ambas se enardecían terriblemente. El trigo no era visible en lugar alguno, pero ellos se lanzaban dentro de las casas y las registraban. Cuando lo encontraban los maltrataban por haber negado, pero si no lo hallaban, los atormentaban por haberlo escondido con tanta precaución. La evidencia de tener o no tener eran los cuerpos de los desafortunados: los que todavía se mantenían en pie daban la impresión de poseer gran cantidad de alimentos; sin embargo, los que ya estaban consumidos, los dejaban, pues creían que no era lógico matar a los que estaban a punto de morirse de necesidad. Muchos cambiaban furtivamente sus posesiones por una medida de trigo, los más ricos; o de cebada, los más pobres. Luego, encerrándose en lo más recóndito de sus casas, y debido al escozor de la necesidad, algunos comían el grano crudo y otros lo cocían a medida que lo requería la necesidad y el temor. Tampoco se ponía la mesa. Pues sacando del fuego los alimentos aún crudos, se los tragaban. La comida era miserable a la visión conmovedora; los más fuertes abusando, los más débiles quejándose. El hambre supera todo sufrimiento, pero nada destruye tanto como el honor, pues aquello que de otro modo se aceptaría como digno de consideración, en esta situación se menosprecia. Las mujeres por ejemplo, quitaban la comida de la boca de sus maridos, los hijos de la de los pobres, y lo más deplorable, las madres de las de sus niñitos, y a pesar de que los seres más queridos se iban acabando entre sus manos, ningún tropiezo existía para llevar las últimas gotas de vida. Y aunque comían de este modo, no pasaban desapercibidos y los rebeldes en todo lugar se lanzaban sobre estas presas. En el momento que observaban una casa cerrada, era indicio de que los que se hallaban en el interior estaban provistos de alimentos, y en seguida, cargándose las puertas, arremetían hacia dentro, y únicamente les quedaba aferrarse a las gargantas para sacarles el bocado. Azotaban a los ancianos que retenían los alimentos, y a las mujeres que ocultaban entre sus manos lo que les quedaba les arrancaban la cabellera. No existía la compasión ni para los ancianos ni para los niños, sino que, alzando a los niños que no soltaban su bocado, los lanzaban contra el suelo. Pero aún eran más inhumanos con aquéllos que anticipaban su llegada y se habían tragado lo que ellos les iban a arrebatar, pues se consideraban agraviados. Ideaban terribles métodos de tortura para encontrar los alimentos. Cerraban la uretra de los desafortunados con granos de legumbres y les atravesaban el recto con palos afilados. Se sufrían tormentos aterradores para el oído simplemente hasta conseguir la confesión de un solo pan o para revelar un solo puñado de harina. Pero los torturadores no sufrían el hambre (pues su crueldad sería menor si se encontraran en necesidad), porque practicando su demencia iban procurándose de antemano provisiones para los días que tenían que llegar. Iban al encuentro de los que durante la noche salían arrastrándose hasta la avanzada romana para reunir legumbres silvestres y hierbas. Y cuando ya creían que habían burlado a los enemigos, entonces les arrebataban lo que llevaban, y por mucho que suplicaran invocando por el sagrado nombre de Dios para que les dieran alguna porción de lo que habían traído, estando en tan grande peligro, ni así se lo daban, y podían contentarse si no perecían además de ser despojados». Además de otros detalles, añade lo siguiente: «A los judíos les truncaron, junto con las salidas, toda esperanza de salvación, y el hambre, descendiendo por cada casa y en cada familia, consumía al pueblo. Las estancias se llenaban de mujeres y de niños de pecho que habían perecido, y los callejones de ancianos muertos. Los niños y los jóvenes, hinchados como sombras, pasaban por las plazas y caían donde les sobrevenía el dolor. Los enfermos eran incapaces de sepultar a sus familiares, y los que podían se negaban por la gran cantidad de cadáveres y su propio destino dudoso. Muchos, pues, caían sin vida al lado de los que acababan de enterrar, mientras que otros muchos se dirigían a sus sepulcros antes que la necesidad lo prescribiera. En todas estas desgracias no había canto fúnebre ni lamento. En su lugar, el hambre censuraba al sufrimiento, y los que morían observaban con ojos secos a los que les habían precedido en la muerte. Un profundo silencio y una noche colmada de muerte encerraba la ciudad. Pero lo más terrible eran los ladrones. Pues, entrando en las casas, a modo de saqueadores de tumbas, despojaban a los cadáveres y, tras retirar las cubiertas de los cuerpos, salían riéndose. También probaban el filo de sus espadas con los cadáveres y, con su prueba del hierro, atravesaron a algunos que, aunque habían caído, estaban vivos. No obstante, si alguien les suplicaba que hicieran uso de sus espadas y de su fuerza en él, lo abandonaban al hambre, ignorándole. Y todos los que expiraban fijaban su mirada en el Templo, porque dejaba vivos a los rebeldes. Los propios rebeldes primero ordenaban sepultar a los muertos, a cargo del tesoro público, porque no aguantaban el hedor. Pero, posteriormente, cuando ya no se daba abasto, los lanzaban por encima de las murallas a los precipicios. Tito, cuando los vio llenos de cadáveres y del espeso líquido que fluía de los cuerpos en putrefacción, se lamentó, y alzadas sus manos tomó a Dios por testigo de que no era obra suya»...

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