Voy a suponer que algo soy y como en un usual juego de ajedrez, moveré primero con astucia la pieza más insignificante, para que las piezas más vigorosas puedan salir deprisa a atacar el reino del enemigo. Que empiece el juego.
Peón a e4: He supuesto ya que algo soy, pero, ¿qué soy? Y he ahí la verdadera cuestión. Le pregunto a mi contrincante y mientras este con los dedos índice y pulgar levanta y mueve con lentitud su caballo a c6, me dice que soy un hombre, un ser humano, un ser racional. Pero, ¿y si esto es solo lo que él interpreta de mí? Sí, sí, pero lo que él crea me es irrelevante, no es más que un sucio lógico, un pálido fantasma encerrado en su castillo en busca de venganza. Aunque, si lo pienso bien, esto de la interpretación no es mala idea, es decir... estoy muy sumergido en la niebla de mis pensamientos como para prestarle mucha atención a esta bufonada de partido. Moveré este rómbico alfil e intentaré una jugada de niños: el jaque al pastor. Quizás lo estoy subestimando, en fin, qué más da, me gusta interpretar que mis adversarios son todos unos alevínes. Interpretar, interpretar...
Alfil a c4: ¡Eso es, soy un intérprete, un intérprete de la realidad! Parece como si interpretase una orgía de experiencias y las concretara con excitación en conceptos tan vanos y ambiguos como animal o materia. Pero, un momento, también tengo experiencias acerca de mí mismo, es decir que... ¡me interpreto a mí mismo! ¿Pero qué o quién es el que interpreta? ¿Mi mente acaso? ¿Y qué es la mente? ¡Será esa que interpreta todo! Eso que yo llamo David, no es más que la interpretación de mi mente acerca de mis atributos perceptibles. ¡Soy una mente que interpreta!
Dama a h5: Maldición, ni siquiera me percaté del movimiento de este aburrido jugador. ¡Bah, ese peón en b6 no representa amenaza alguna! Ahora todo lo veo claro y con nuevos ojos, la realidad es como un bello y enigmático verso que puede tener cientos de interpretaciones. El ser humano alumbra las cosas del mundo con la vela de la interpretación para así poder darles uso y sentido, y no solo eso, ¡sí, sí, eso es! De todo esto puedo concluir que Dio... ¡Pero qué sujeto tan estúpido! Si existen mil interpretaciones sobre él, las mil darían fe de su creciente torpeza. No se ha dado cuenta de la decisiva jugada que tengo planeada y no entiendo cómo en medio de mi pueril pero feroz amenaza se le ocurre mover ese inútil caballo a d3.
Dama a f7 y mate: Este inglés no es más que un blanco creyéndose dios; el muy descarado me dijo que sabía jugar. Ahora se despide de mí y me aprieta la mano con una fuerza bien cuidada y en el rostro le percibo, o mejor dicho, le interpreto cierto ademán de superioridad. "Sí, sé jugar", me dijo el muy imbécil. Por eso es que me parece a mí que cuestión más importante que saber o no saber jugar, es entender qué significa saber jugar. Todo es una interpretación.
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