Es notorio el cambio que ha habido en todos los idiomas del mundo desde que se fundaron, sin embargo, este cambio no necesariamente significa una evolución. Wittgenstein, el llamado filósofo del lenguaje, hace uso de la siguiente metáfora para ilustrarnos lo que sucede con el lenguaje:
Nuestro lenguaje puede verse como una vieja ciudad: una maraña de callejas y plazas, de viejas y nuevas casas, y de casas con anexos de diversos períodos; y esto rodeado de un conjunto de barrios nuevos con calles rectas y regulares y con casas uniformes (1999, p.13).
Con este ejemplo, el autor nos propone que el lenguaje es un conjunto de expresiones y palabras nuevas que se van sumando a la ciudad del idioma, pero estas expresiones nuevas no necesariamente suponen una evolución. No todo lo que es nuevo implica evolución.
El lenguaje no ha tenido ningún tipo de evolución porque sigue siendo lo que es y sigue sirviendo para lo mismo desde hace milenios; ha sufrido ciertas modificaciones, pero esencialmente sigue siendo lo mismo. No existe una evolución del lenguaje.
Los límites del lenguaje son los mismos ayer y hoy.
Fuente:
L, Wittgenstein. (1999). Investigaciones filosóficas. Madrid: Altaya
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