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[REPOSO MENTAL, comentario 172].
Es comprensible que Tolle se haya convertido en un líder espiritual del momento presente, como ya se ha comentado antes. El ser humano promedio es fundamentalmente una unidad psicofísica de preeminencia mental, cosa que no tiene nada de extraño si observamos que su morfología está fuertemente supeditada al protagonismo del sistema nervioso central y, dentro de él, al neurocórtex (soporte físico de las funciones racionales superiores). Entonces, como cabría esperar, desde ese centro nervioso superior y sus anexos se producen fenómenos emergentes de autoconsciencia y autorreferencia que se traducen en preguntas existenciales que deben ser respondidas, so pena de causar graves conflictos mentales. Un ejemplo aclarativo nos servirá al respecto, una analogía: Un niño sano y bien criado, que posee una necesidad imperiosa de quemar energía mediante el juego, debido a una demanda interior de su organismo en crecimiento; pero si se cohibe esa necesidad de manera permanente, se estaría agrediendo seriamente la salud integral del infante; por lo tanto, conculcar la libre expresión de preguntas existenciales que son demandadas por la mente humana para poder dar algún rumbo satisfactorio a la vida del individuo tiene que acarrear necesariamente un efecto de insalubridad mental; aunque estas consecuencias no son uniformes para todo el mundo, ya que hay individuos muy sensibles a la necesidad de respuestas existenciales y hay otros individuos bastante obtusos a ellas; incluso, frecuentemente, hay personas que sólo se ven apremiadas por las cuestiones existenciales en una determinada etapa de la vida (juventud, madurez, vejez) y no en otras. La biografía de Tolle lo suscribe aparentemente a este último caso, es decir, a la experimentación de una pulsión interrogativa existencial que le acaeció hacia los 29 años de edad.
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