El primer punto importante que debemos entender es que Dios se revela a sí
mismo por medio de su palabra. El Creador quiere que todos los seres humanos
lo conozcan como él se revela en las Sagradas Escrituras. Es de suma importancia
que analicemos cuidadosamente esta verdad.
En el primer libro de la Biblia encontramos una cuestión fundamental en relación
con su naturaleza. En Génesis 1 se registran muchos hechos de la creación
de Dios antes de que creara al hombre. Pero nótese el versículo 26: “Entonces dijo
Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza . . .”.
En ninguno de los versículos anteriores de este capítulo Dios usó la expresión
“Hagamos . . .”. ¿Por qué ahora se usa la forma plural en esta expresión?
¿Por qué fue que los traductores a lo largo de la historia entendieron que era
necesario utilizar el plural en este versículo?
¿A quiénes se refiere este hagamos mencionado aquí, y por qué en esta
misma oración se usa dos veces el plural nuestra también? En todo el primer
capítulo del Génesis el vocablo hebreo traducido como “Dios” es Elohim, un
sustantivo plural que denota más de un ser.
Uno de los principios fundamentales que debemos tener en cuenta con respecto
a entender la palabra de Dios es sencillamente que la Biblia se interpreta
a sí misma. Si algún pasaje no nos resulta muy claro, debemos buscar en otras
partes de la Biblia a fin de que su significado se nos aclare. El Nuevo Testamento
aclara muchas cosas del Antiguo, y viceversa.
Podemos entender mucho mejor Génesis 1:26 al leer algunas de las cosas
que escribió el apóstol Juan. Hablando biográficamente de Jesucristo, dijo: “En
el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era
en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo
que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:1-3).
Si usted está con alguien, entonces usted es otra persona aparte de ese alguien.
En este pasaje Juan describe claramente dos personajes divinos.
En cierto sentido, podemos decir que Juan 1:1 es el verdadero comienzo de
la Biblia. Nos habla de la naturaleza de Dios como Creador aun antes del principio
que se menciona en Génesis 1:1. Como se explica en cierta obra de consulta:
“El aporte distintivo de Juan es mostrar que el Verbo existía desde antes de la
creación” (The New Bible Commentary: Revised [“Nuevo comentario bíblico:
actualizado”], 1970, p. 930).
Nótese cuidadosamente el contexto de este decisivo capítulo. En el versículo
14 Juan claramente dice quién de hecho vino a ser ese Verbo: “Y aquel Verbo
fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del
unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”. El Verbo vino a ser Jesucristo
cuando nació. Aunque plenamente humano, Cristo fue un reflejo perfecto del
carácter divino de Dios.
Aquí, pues, se nos habla de dos seres eternos, que no fueron creados, ambos
divinos, que dirigen la creación: Dios y el Verbo. Como lo explicó el fallecido
teólogo inglés F.F. Bruce en un comentario sobre los primeros versículos del
Evangelio de Juan: “El Verbo personal no fue creado, [y] no sólo goza de la
compañía divina, sino que participa de la esencia divina” (The Message of the
New Testament [“El mensaje del Nuevo Testamento”], 1972, p. 1 05). El Verbo
fue y es Dios, tal como el Padre es Dios.
Luego, en su primera epístola, Juan nos ayuda a entender un poco más:
“Lo que ha sido desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con
nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado, lo que hemos tocado con
las manos, esto les anunciamos con respecto al Verbo que es vida” (1 Juan 1:1,
NVI). En este versículo el mismo “Verbo” (Jesucristo) del Evangelio de Juan es
llamado “el Verbo que es vida”.
Es fácil pasar por alto la importancia de este decisivo versículo y no darse
cuenta de su tremendo significado. Aquí se revela que el que vino a ser Jesucristo,
de la misma categoría de existencia que Dios el Padre, nació como ser humano
y fue percibido por los sentidos físicos de seres humanos, especialmente sus discípulos
más cercanos, incluso el mismo que escribió estas palabras, Juan. Estos
hombres llegaron a ser los apóstoles de Cristo, sus mensajeros, y fueron testigos
especiales de su resurrección.
Juan escribió que el Verbo, que estaba con Dios desde el principio, vivió
entre ellos en carne humana. Aunque nació como un ser físico, los discípulos de
hecho vieron, tocaron, conversaron con y escucharon a aquel que era, como se
verá cada vez con más claridad, un miembro de la familia divina.
Juan continúa: “Esta vida se manifestó. Nosotros la hemos visto y damos
testimonio de ella, y les anunciamos a ustedes la vida eterna que estaba con
el Padre, y que se nos ha manifestado” (v. 2 , NVI). El “Verbo que es vida” en
1 Juan 1:1, en el versículo 2 es llamado “la vida eterna”.
En el versículo 3 Juan dice: “Les anunciamos lo que hemos visto y oído,
para que también ustedes tengan comunión con nosotros. Y nuestra comunión
es con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (NVI). Como se revela en las Sagradas
Escrituras, Dios el Padre y Jesucristo forman una familia divina.
Ambos tienen una relación familiar amorosa y especial. Dirigiéndose al Padre,
Jesús dijo: “. . . me has amado desde antes de la fundación del mundo” (Juan
17:24). Aquí no se estaba refiriendo al amor limitado de los humanos, sino al
amor divino del reino celestial.
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