En el concepto griego primitivo, así como también de muchos otros pueblos antiguos, Dios era un ser inaccesible que jamás podría tener cualquier tipo de contacto o aproximación con los seres humanos.
Jesús desechó ese concepto equivocado al mostrarse tangible y accesible en relación a aquellos que le cercaban. Por eso, le cabe adecuadamente la expresión “Emanuel”, que significa “Dios con nosotros”, como leemos en Mateo 1:23.
Una característica notable en el carácter de Jesús era su comportamiento acogedor en relación a las necesidades de las personas que se aproximaban de él.
Jesús fue la personificación del bueno samaritano de la parábola, el cual atendió a las necesidades de aquel hombre que había sido víctima de salteadores y fue ignorado por los aquellos que tenían prejuicios religiosos, representados por el sacerdote y el levita de la parábola de Lucas 10:30-37.
Jesús nunca demostró repugnancia por el contacto con pecadores y pecadoras, lo que ocurre muchas veces con personas que se juzgan a sí mismas muy santas e inmaculadas.
Una mujer con enfermedad de hemorragia fue sanada simplemente porque tocó en la franja de su vestido (Mateo 9:19-22). Si Jesús estuviese disgustado por la posibilidad de contaminación, no permitiría que la mujer le tocase, pues la ley del Viejo Testamento consideraba impura la mujer durante el periodo menstrual (Levíticos 15:32).
Sin embargo, de una forma totalmente opuesta, vemos la actitud repulsiva de Jehová en el Viejo Testamento, cuando fulminó un hombre llamado Uza, simplemente porque aquel hombre extendió su mano y tocó en la arca, que estaba cayendo debido a las sacudidas en la carreta de bueyes - 2 Samuel 6:6-8.
El escrupuloso Jehová consideraba “irreverencia” que alguien tocara en el arca, que simbolizaba su presencia física entre los hombres. Para mantener su imagen de “Dios intocable”, Jehová asesinó Uza para que sirviese de ejemplo al pueblo de Israel.
El arca era transportada con varales para evitar que alguien le tocase durante su transposición (Éxodo 25:14), lo que muestra la preocupación de Jehová cuanto a la posibilidad de que fuera tocado por un simple mortal.
Esa es una prueba evidente que Jehová y Jesús no son la misma persona, pues lo que tocaban en Jehová eran muertos implacablemente, mientras que aquellos que tocaban en Jesús eran sanados, como lo fue la mujer hemorrágica, simplemente porque tocó en la franja del vestido de Jesús por la fe.
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