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Vale señalar que no fue el Espíritu Santo quien ordenó la convocación del Concilio de Jerusalén. Quienes tomaron esa iniciativa fueron los apóstoles, y los ancianos. Había que zanjar la disputa que provocaban ex-fariseos evangelizados en torno a la circuncisión, y decretar si los varones gentiles tenían que someterse a dicha práctica, o no. Varias cartas del apóstol Pablo ponen de manifiesto la falta de una línea doctrinal homogénea en torno a ese debate, y también sobre otros temas peliagudos, y en el conjunto de las iglesias cristianas ya existentes, tanto en Jerusalén como fuera de Jerusalén.
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