Los judíos esperan con mucho interés el momento en que Jehová les enviará un líder político que les llevaría a la victoria sobre los enemigos de Israel. Sus expectativas se basan en las profecías del Viejo Testamento, donde el Mesías de Jehová gobernaría los pueblos por medio de la fuerza.
Jehová había planeado que Jesús sería ese Mesías exclusivo para el pueblo de Israel. En sus planes, Jesús sería un príncipe victorioso así como lo fue David en su conquista de la Palestina (1 Samuel 2:10; Salmo 2: 2-
, aunque esto implicase en el derramamiento de la sangre de millones de criaturas.
Para cumplir con estos requisitos, Jesús figuraba en los planes de Jehová no como Hijo, sino como un príncipe (Daniel 9:25) de un reino gobernado por Jehová. En ese plan de megalomanía concebido por Jehová, el pueblo de Israel heredaría los frutos de la tierra, mientras que los extranjeros de todos los demás pueblos serían sirvientes para cuidar de sus riquezas y bienes materiales (Isaías 61: 5-6).
Sin embargo, Jesús no estaba interesado en la gloria de este mundo y rechazó la unción de Jehová para ser ungido y adoptado por el Dios Padre como su Hijo legítimo. Esto sucedió durante el período en que Jesús tuvo que es***** entre el bien y rechazar el mal, lo que dijo proféticamente Isaías (Isaías 7: 14-15).
En el bautismo de Jesús, se cumplió la profecía del Salmo 2:7 y del cielo se oyó la voz del Padre que dijo: “Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy”, o entonces “Tú eres mi hijo amado; en ti tengo complacencia”, como leemos en Lucas 3:22 y Hebreos 1:5.
La decisión de Jesús para unirse con el Padre provocó los celos de Jehová que, enojado al ver frustrados sus planes, se convirtió en un enemigo oculto de la Iglesia, pasando a traer distorsión y confusión a través de muchas tradiciones y traducciones de las Escrituras, las cuales ocultaran la su verdadera identidad a través de los siglos. En Isaías 45: 15-17, se admite que Jehová se ocultó.
Jesús tendría el camino abierto para ser el Mesías de Israel conforme a los planes de Jehová, que por cierto no incluiría el sacrificio de muerte tortuosa en la cruz. Lo que Jesús tendría de hacer sería simplemente garantir el establecimiento de la ley y los mandamientos de Jehová, gobernando sus posesiones con vara de hierro (Salmo 2:9).
Sin embargo,
Jesús no quiso ser un Mesías particular para los judíos, sino un Mesías universal.
El plan de Jehová no fue imparcial porque prefirió los judíos y rechazó todas las demás naciones y razas.
El prejuicio racial es muy típico en la Antigua Alianza (Deuteronomio 23:3), así también como el prejuicio contra las mujeres y personas con defectos de nacimiento. En el Nuevo Testamento, eses prejuicios no son permitidos, como leemos en Efesios 6:9.
Por lo tanto,
Jesús no es el Mesías exclusivo de Israel, sino de todos los pueblos, ya que el deseo del Dios Padre es llegar a todo el mundo y ofrecer la salvación a todos (1 Timoteo 2:4).
El antiguo pacto de Jehová fue hecho únicamente con la nación de Israel mientras que el nuevo pacto de Dios Padre es para todos los que creen de todas las razas (Juan 3:16).
Es por esto que Jesús se identificó a la mujer samaritana como el verdadero Mesías (Juan 4: 25-26) y no restringió el culto a los samaritanos en el monte Gerizim o a los judíos en el monte Sión, pero dijo que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu, en cualquier lugar de la Tierra donde vengan a reunirse (Juan 4:23).
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