Iniciado por
Africano
«Jesús se revela así como el icono perfecto del Padre, la irradiación de su gloria» (Ángelus, 1 de marzo del 2015). Esta es la demencia de un hombre, al que muchos insensatos lo tienen como su papa. Y es sólo un hereje consumado, que en su palabra se ve a un maestro de la mentira. ¡A cuántos engaña con su palabra barata y blasfema! ¡Cuántos están embobados con lo que dice cada día! ¡Cuántos locos tienen a este hombre como su papa! Jesús es el Hijo Eterno del Padre. Nunca es el icono perfecto del Padre. Jesús no es un icono, una imagen, una representación de lo divino. Jesús es Dios: cómo escuece esta verdad a muchos católicos. Ya no quieren a un Jesús que sea Dios; sino que sólo quieren al hombre, al concepto humano de Jesús, de Mesías, de Salvador. ¡Cómo juega –Bergoglio- con las palabras de la Escritura! Y nadie se da cuenta. Da vueltas a la verdad para manifestar sólo su mentira. Jesús es «la imagen de Dios invisible» (Col 1, 15). No es la imagen, el icono, del Padre. Jesús es, no sólo la imagen de las cosas visibles, sino del Dios invisible, porque es el Hijo, el Verbo, la Palabra del Pensamiento del Padre. Y toda idea, toda palabra es una imagen de la mente, del pensamiento. Al ser Jesús el Verbo Encarnado, la Palabra de Dios, manifiesta en toda su vida humana el Pensamiento de Dios, la Mente y la Voluntad de Su Padre: lo revela al hombre, lo da a conocer. Pero esa Mente Divina no está en los hombres que viven en la soberbia de sus mentes humanas. La doctrina de Cristo, que es el Evangelio, queda impenetrable a la soberbia de muchos hombres: «Que si todavía nuestro Evangelio queda velado, está velado para los infieles, que van a la perdición, cuya inteligencia cegó el dios de este mundo, para que no brille en ellos la luz del Evangelio de la Gloria de Cristo, que es Imagen de Dios» (2 Cor 4, 4). La oscuridad de la mente del hombre es por su pecado, por su maldad. Y en ellos, en su vida humana, en sus obras humanas, no brilla, no puede brillar la luz del Evangelio de la Gloria de Cristo. No resplandece, en ellos, la Sabiduría de Dios: sus corazones han quedado cerrados a la Verdad y al Amor verdadero. Para este hombre que no cree en Jesús como Dios, sino que sólo toma la humanidad de Jesús para hacer su gran negocio, su gran empresa en el Vaticano, la victoria sobre el mal es un don: «A la luz de este Evangelio, hemos tomado nuevamente conciencia…de la victoria sobre mal donada a quienes inician el camino de conversión». Cristo no dona Su Victoria a nadie. Cristo da la Gracia para merecer la victoria. Lo que consiguió Cristo para toda alma es la Gracia, la Vida Divina. Como Bergoglio niega la Gracia, entonces tiene que inventarse su protestantismo: peca fuertemente, te salvarás porque tienes el don de la victoria. La victoria sobre el mal no es donada; sino que es merecida por cada alma. Y cada alma, que quiera salvarse, tiene que mirar al Crucificado. No tiene que mirar al hombre para encontrar un camino de liberación para sus problemas de su vida. Se mira al Crucificado para salvarse y santificarse, en un mundo que no ama la salvación ni la santificación del alma. Así inicia este falso profeta su homilía con una clara herejía que ya a nadie le interesa. Por más que se prediquen las herejías de Bergoglio, los católicos lo siguen teniendo como su papa. Falsos católicos que quieren un papa sin la doctrina. Falsos católicos que quieren una Iglesia sin Cristo, sin la Verdad que Cristo ha ofrecido a toda alma. Y así –Bergoglio- termina su demencial homilía: «El camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad… Jesús no nos engaña, nos prometió la felicidad y nos la dará si vamos por sus caminos». Bergoglio no sabe ni lo que dice. Quien camina el camino de Jesús nunca encuentra la felicidad. En mis años de sacerdocio no la he encontrado. Siempre he encontrado una humillación, un desprecio, una tristeza, una maldad de los hombres. Bergoglio es un loco que habla para sus locos: para gente como él. Se pasan su vida buscando un placer, una felicidad, un aplauso de los hombres, un consuelo humano. No quieren estar solos. No quieren sufrir. Sólo quieren vivir su vida y ser felices de cualquier manera. Bergoglio va contra el sentido común: ningún hombre que viva esta vida es feliz. Y eso lo sabe todo hombre, sea santo, sea pecador, sea un demonio, sea un hereje, sea quien sea.
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