El surgimiento del “hombre de pecado”. “Al dejar la iglesia su ‘primer amor’ (Apoc. 2:4), abandonó su pureza doctrinal, sus elevadas normas de conducta personal y el invisible vínculo de unidad que proveía el Espíritu Santo. En el culto, el formalismo reemplazó a la sencillez. La popularidad y el poder personal pasaron a determinar con creciente influencia la elección de dirigentes, los cuales primero asumieron autoridad cada vez mayor dentro de la iglesia local, y luego procuraron extenderla sobre las iglesias vecinas. “La administración de la iglesia local bajo la dirección del Espíritu Santo finalmente dio paso al autoritarismo eclesiástico en poder de un solo magistrado, el obispo, a quien cada miembro de iglesia estaba personalmente sujeto, y únicamente por cuyo intermedio el creyente tenía acceso a la salvación. Desde entonces los dirigentes solo pensaron en gobernar la iglesia en vez de servirla, y el ‘mayor’ ya no era aquel que se consideraba ‘siervo de todos’. De ese modo, gradualmente se formó el concepto de una jerarquía sacerdotal que se interpuso entre el cristiano como individuo y su Señor”.
A medida que se erosionaba la importancia del individuo y de la iglesia local, el obispo de Roma surgió como el poder supremo de la cristiandad. Con el apoyo del emperador, este obispo o papa fue reconocido como la cabeza visible de la iglesia universal, y pasó a estar investido de suprema autoridad sobre todos los dirigentes de su iglesia en el mundo.
Bajo la conducción del papado, la iglesia cristiana se hundió cada vez más en la apostasía. La popularidad creciente de la iglesia aceleró su descenso. Las normas rebajadas hicieron que los inconversos se sintieran confortables en la iglesia. Multitud de individuos que comprendían muy poco del verdadero cristianismo se unieron a la iglesia solo de nombre, llevando consigo sus doctrinas paganas, sus imágenes, sus modalidades de culto, celebraciones y fiestas.
Esas transigencias entre el paganismo y el cristianismo llevaron a la formación del “hombre de pecado”, un sistema gigantesco de religión falsa, una mezcla de verdad y error. La profecía del segundo capítulo de 2 Tesalonicenses no condena a los individuos, sino que expone el sistema religioso responsable de la gran apostasía. Dentro de este sistema, sin embargo, hay muchos creyentes que pertenecen a la iglesia universal de Dios, porque viven según toda la luz que tienen.
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