Solo existe alma y cuerpo. Lo siento es lo que enseña el Magisterio y la Tradición de la Iglesia.
Ser=espíritu=alma y cuerpo
Solo existe alma y cuerpo. Lo siento es lo que enseña el Magisterio y la Tradición de la Iglesia.
Ser=espíritu=alma y cuerpo
Última edición por Ciro; 10/10/2015 a las 15:04
Como Ciro, hay también muchos negacionistas que dicen ser creyentes ...
Vean :
http://foros.monografias.com/showthr...+negacionistas
Ciro rechaza abiertamente este segmento del apóstol Pablo :
"y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo"
¡ Y todavía dice que es cristiano !!!!!!
No lo rechazo, simplemente no lo entiendo. El catecismo católico habla de esta frase, pero indicando que no introduce ninguna dualidad en el alma.
El alma es alma, el espíritu es alma porque no produce dualidad y ¿cómo debe de entenderse esto? yo no entiendo el significado que quiso dar san Pablo en esas palabras.
Última edición por Ciro; 31/10/2015 a las 17:36
La Tradición explica la Biblia, solo a ella. Lo importante de la Tradición son los libros que nos han dejado aquellos discípulos que tuvieron contacto con los discípulos de los discípulos del Señor directamente. Nunca en toda la Historia de la Iglesia hubo tanto doctores de la Iglesia como entonces, en los primeros siglos del cristianismo.
Yo creo que no eres justo. La Iglesia la enseña desde el mismo momento que estuvo con Jesús, y ya ha pasado unos añitos.
La circunstancias que obvias es que continuamente los tiempos van cambiando y el Espíritu Santo va guiando a la Iglesia en su acercamiento de la Biblia a la gente. Ahora se da el caso de la globalizacion la Iglesia se ha de poner al día constantemente para llevar la Biblia, su evangelio, a todas las culturas del mundo. Te pongo un ejemplo de lo referido en el sínodo de la familia como mensaje para todos los hombres del significado de familia:
"...En el curso de este Sínodo, las distintas opiniones que se han expresado libremente –y por desgracia a veces con métodos no del todo benévolos– han enriquecido y animado sin duda el diálogo, ofreciendo una imagen viva de una Iglesia que no utiliza «módulos impresos», sino que toma de la fuente inagotable de su fe agua viva para refrescar los corazones resecos.[1]
Y –más allá de las cuestiones dogmáticas claramente definidas por el Magisterio de la Iglesia– hemos visto también que lo que parece normal para un obispo de un continente, puede resultar extraño, casi como un escándalo –¡casi!– para el obispo de otro continente; lo que se considera violación de un derecho en una sociedad, puede ser un precepto obvio e intangible en otra; lo que para algunos es libertad de conciencia, para otros puede parecer simplemente confusión. En realidad, las culturas son muy diferentes entre sí y todo principio general –como he dicho, las cuestiones dogmáticas bien definidas por el Magisterio de la Iglesia–, todo principio general necesita ser inculturado si quiere ser observado y aplicado.[2] El Sínodo de 1985, que celebraba el vigésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, habló de la inculturación como «una íntima transformación de los auténticos valores culturales por su integración en el cristianismo y la radicación del cristianismo en todas las culturas humanas».[3]
La inculturación no debilita los valores verdaderos, sino que muestra su verdadera fuerza y su autenticidad, porque se adaptan sin mutarse, es más, trasforman pacíficamente y gradualmente las diversas culturas.[4]
Hemos visto, también a través de la riqueza de nuestra diversidad, que el desafío que tenemos ante nosotros es siempre el mismo: anunciar el Evangelio al hombre de hoy, defendiendo a la familia de todos los ataques ideológicos e individualistas.
Y, sin caer nunca en el peligro del relativismo o de demonizar a los otros, hemos tratado de abrazar plena y valientemente la bondad y la misericordia de Dios, que sobrepasa nuestros cálculos humanos y que no quiere más que «todos los hombres se salven» (1 Tm 2,4), para introducir y vivir este Sínodo en el contexto del Año Extraordinario de la Misericordia que la Iglesia está llamada a vivir.
Queridos Hermanos:
La experiencia del Sínodo también nos ha hecho comprender mejor que los verdaderos defensores de la doctrina no son los que defienden la letra sino el espíritu; no las ideas, sino el hombre; no las fórmulas sino la gratuidad del amor de Dios y de su perdón. Esto no significa en modo alguno disminuir la importancia de las fórmulas: son necesarias; la importancia de las leyes y de los mandamientos divinos, sino exaltar la grandeza del verdadero Dios que no nos trata según nuestros méritos, ni tampoco conforme a nuestras obras, sino únicamente según la generosidad sin límites de su misericordia (cf. Rm 3,21-30; Sal 129; Lc 11,37-54). Significa superar las tentaciones constantes del hermano mayor (cf. Lc 15,25-32) y de los obreros celosos (cf. Mt 20,1-16). Más aún, significa valorar más las leyes y los mandamientos, creados para el hombre y no al contrario (cf. Mc 2,27).
En este sentido, el arrepentimiento debido, las obras y los esfuerzos humanos adquieren un sentido más profundo, no como precio de la invendible salvación, realizada por Cristo en la cruz gratuitamente, sino como respuesta a Aquel que nos amó primero y nos salvó con el precio de su sangre inocente, cuando aún estábamos sin fuerzas (cf. Rm 5,6).
El primer deber de la Iglesia no es distribuir condenas o anatemas sino proclamar la misericordia de Dios, de llamar a la conversión y de conducir a todos los hombres a la salvación del Señor (cf. Jn 12,44-50)..."
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