El otro día me decía mi mujer: “las personas que me gustan son las que hablan del amor; tú hablas mucho del amor” (*).

El amor es un ingrediente básico en la experiencia humana. De haber sitio en el hombre para la apatía, el hombre no se movería, permanecería en una indiferencia de la que no habría manera de salir (**).

(*) A decir verdad, no reconozco que hable de "amor"; mejor visto, lo doy por supuesto como algo que ya está presente, como el valor afectivo por excelencia.

(**) En el hombre no hay nada parecido a la falta de apego. Para que el apego fuese algo que se pudiese suprimir, y poner en su lugar una figura (***), habría que negar un valor implícito. Toda negación es un derivado que no tiene nada que sea suyo; es un juicio "segundo" que representa algo que ya está ahí y de lo que el juicio se sirve; así pues, el juicio no es un ámbito puro, sino que viene, para decirlo de manera problemática, sobrecargado.

(***) La actividad de esta figura es lo que se conoce habitualmente por abstracción. No es, sin embargo, un marco de reconocimiento del pensamiento, una garantía, dicho así, que esté consigo, un ser con sustento propio.