El lecho.
Antes que nada, saludarles a todas y todos ustedes, empoderados amantes de la poesía.
Para iniciarme en sus procesos tengo el placer de compartir con ustedes uno de cosecha propia, medianamente reciente.
Con amor,
Vivi.
Necesito ir al mar.
Aunque sea sólo a oler de cerca
su esencia
a peces y a sal.
A que deformen sus piedras
los pies que el invierno no ha curtido.
A que se me hielen los dedos
y mi rostro se contraiga, torpe,
de frío.
A que se me brise el cuerpo
y reaccione mi piel tensa
a su tierno abrigo helado.
A que se duerman mis piernas
y después rejuvenezcan
dejando atrás lo ya andado.
Anhelo hundirme en el mar.
Que penetre inmenso y ávido
entre los huecos de mis manos.
Que me colme, que me envuelva
y se haga dueño de mi espacio.
Quiero que me coma el mar,
que devore mis adentros.
Que me meza como a hoja
vapuleada por el viento.
Que me suelte, me recoja
y me hunda en su fiero pecho.
Y brote del mío, como de un lecho,
el sueño reponedor al que me arroja.
Voy a ser en el mar una antorcha:
Mi fuego se apagará lento.
Quedarán cenizas y cuentos.
Quedará sólo madera que flota.
Y en las vetas de mi cuerpo,
hijo que de árbol fue un día,
se hará el mar un hogar dentro.
Y tanto me irá deshaciendo
que a trozos de puro aliento
quedaré en él sumergida.
Entonces seré del mar
y la mar también será mía.
Y vapuleará mi cuerpo
como hoja que arrastra el viento.
Y emergerá como de un lecho
aquel sueño reponedor de mi pecho
o este despertar que todo ser ansía.
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