La falta es una idea que siempre me acompaña, al igual que la distancia. De tanto estar presentes, me urgieron hacer un sitio para ellas; reclamaban un ámbito para ser pensadas.
La falta es un lugar sin recorrer, un sitio al que no se llega. Así pues, no es casual que me haya visto preguntándome por la esencia de la determinación, si hay un lugar para ella, o si, por el contrario, la determinación es un recorrido ilusorio, una historia que se excede en su historicidad, la rebasa; si, dicho con otras palabras, lo negativo es, históricamente (*), un defecto existencial, inexistente, un lugar que pone el pensamiento cuando el pensamiento, todavía, no ha tenido lugar.
Por otro lado, la distancia es la contraposición a uno mismo, una incompatibilidad de espacios. Estos espacios dialécticos me llevaron a los espacios afectivos (**).
(*) Ninguna ciencia que dependa de la historia puede ser considerada ciencia de otra manera que negando el lugar que reclama, esto es, contradiciendo el sitio en el que se asienta.
La materia de la historia no puede ser lo que pase, el sustrato que “nutra” (***). Si un discurso, como diría alguno, “deviene”, no se mueve realmente; no ha habido otro cambio que el ser de lo mismo.
(**) En Distancia psicológica ya sabía, de alguna manera, que el otro estaba en las fases más profundas, y que su sensibilidad no estaba en ese mismo espacio. La distancia me ayudó a preguntarme por la densidad en su presencia.
(***) No habría dialéctica sin un terrible enmañaramiento de ideas. Las categorías son el ámbito de las predicaciones, la primera fase por la que pasan. Las categorías están a la menor distancia con la experiencia y a la máxima con el entendimiento. Como dijera un gran maestro, “pensar con el mínimo de supuestos”, satisfaciendo la inquietud interna del pensamiento (****).
(*****) Confieso que desde que leí “El concepto de la angustia”, Kierkegaard se ha convertido en uno de mis filósofos preferido, un amigo que me acompaña donde no hay nadie. Abonó en terreno propio lo más general, fue un pensador original que supo pensar hacia dentro, encarando la interioridad. Sin embargo, se ha hecho de él una cuestión existencial de superficie, ¡un existencialista!
Leí dicha obra por la inquietud filosófica que me causaba mi incomprensión del fenómeno psicológico de la angustia. La “angustia”, como el “pecado”, es una arbitrariedad lingüística; podría haberse llamado de cualquiera de las muchas maneras que significan lo mismo: inquietud, falta, culpa, tristeza, mal, etc.
El problema del concepto de la angustia está en que no hay tal concepto, es una aprioridad que el entendimiento no tiene resuelta, está esperando a su cargo; es, pues, una categoría que está pendiente.
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