{476} “Nuestra envidia siempre dura más que la felicidad de aquellos a quienes envidiamos” (François de La Rochefoucauld, Máximas)
En la expectativa del lenguaje está el otro. El otro está asentado en toda espera, el otro no viene por cualquier sitio; la totalidad por la que entra el otro reside en "la falta". Ahora bien, conviene establecer una distinción fundamental en “el otro abstracto”: la categoría de la que depende el otro abstracto, "lo otro", es una categoría ontológica; por el contrario, la categoría de la que depende "el otro afectivo" es moral, viene de adentro, está consigo.
Mi ruptura con el pensamiento filosófico-sociológico acerca del otro surgió a raíz de la intuición de que el otro abstracto era falso (*), no era capaz de cumplir con lo que se esperaba de él.
Pongo el pensamiento sociológico a la altura del filosófico por algunos autores clásicos de la teoría sociológica. Son muy pocos, nada parecido a una generalidad; el pensamiento sociológico se caracteriza por la superficialidad de su reflexión, rara vez reflexiona porque desconoce sobre qué tiene que reflexionar (**). Por otro lado, esto no es casual, sino que indica la altura a la que se da una experiencia de la que la sociología no llega a desembarazarse; la sociología no sabe qué pesa la "acción social" ni su densidad en la sociedad, esto es, su concepto solidario.
(*) La verdad del otro no se corresponde con su representación o idea; la categoría que representa al otro no es capaz de cumplir con todo lo que exige su presencia (***), su unidad no está garantizada, no tiene garantía de que vaya a seguir estando; el otro reclama del “uno mismo” mucho más de lo que uno mismo puede dar de sí (****).
He de aclarar, en todo caso, que la “intuición falsa” depende de una idea contrapuesta a sí misma que profundiza en una de las capas que tiene debajo, esta es, la de su expectativa, un pliegue temporal ilusorio sobre el que se erige sin haber pasado por un proceso de elaboración que ponga su tiempo por encima de todo tiempo por venir, así pues, abstrae el aspecto creativo de la historicidad y en lo que la historia participa de su tiempo.
(**) La sociología y algunas de sus cuestiones pendientes han sido el centro de muchas de mis reflexiones durante años. Me enganché tanto a ellas que no supe cómo desengancharme. No obstante, desde que fui consciente de ello, supe que la única manera de terminar la digestión se encontraba en la metafísica: ahondar en la raíz en la que descansan los problemas más que en su solución, encararla de frente.
(***) La presencia del otro no es su experiencia, la presencia no se refiere a otro histórico que no sea el mismo que sigue estando; la experiencia es, por el contrario, la insistencia de su contradicción, esto es, su no-ser. La presencia del otro y su experiencia no son lo mismo, la presencia del otro es una figura que prepara un sitio para que el otro tenga dónde caer (*****).
(****) Esta desigualdad permite cierta amplitud, no se queda fija en su dialéctica, sino que viene por encima de ella; su actividad es genuina, tiene ventaja.
El otro no tiene a priori más espacio que uno; sin embargo, llegado el momento, el otro trae consigo algo que uno no tiene, muestra inmediatamente su contradicción, reemplaza a uno, "se pone en su lugar" (******).
Aquí se puede entender fácilmente por qué reclamo espacios extendidos para los que pido sitio; la intuición, por sí sola, no es capaz de poner otros espacios en juego que los que tiene en ella de serie, sus valores espaciales por defecto, por así decir.
(*****) Esta caída no es la misma que "la caída heideggeriana", una caída en la que el Dasein no deja de caer hasta que llega a la muerte, sin solución posible (*******). El otro del que hablo está en el mismo espacio que el uno; uno y otro, en general, caen por el mismo sitio por el que cae una piedra; empero, hay lugar para una especialidad de espacios que deja sitio para la afectividad y movimientos internos distintos del espacio que ocupa la piedra.
Heidegger extrae la existencia del otro un ámbito que no es auténticamente originario, sino, fundamentalmente, distante; yo extraigo, exactamente, lo contrario. Heidegger interpretó a Nietzsche al revés que yo. En este sentido, no leo a Nietzsche desde Heidegger; leo a Nietzsche desde una perspectiva que pueda llevar a una interpretación de la moral que descubra la moral misma.
(******) Esto es una ironía moral. A pesar de que la interpretación vulgar de la empatía sea lo que se viene a conocer como "la capacidad de ponerse en el lugar del otro", cuando hablo de empatía no hablo de nada que tenga que ver con un afecto social propio de una psicología (social) sin otros conceptos que los que estén a su altura. La psicología social no da respuesta a la cuestión de “en qué aspecto toda psicología es social y en qué sentido lo social es distinto del resto de sentidos"; la psicología social no pone el peso en el sitio específico que su concepto reclama, la cuestión que tiene pendiente resolver. Así pues, cuando hablo del otro y el afecto del que se sirve, el problema que todo otro moral lleva en las entrañas, hablo de "fenomenologia afectiva", las capas que toda estética moral tiene debajo y yo trato de poner a la vista.
(*******) La interpretación que hace Heidegger de la angustia echa a perder todo el potencial que tiene el análisis ético-existencial de Kierkergaard, la preparación que aprovecha su síntesis: descubrir lo que está oculto. El "temple resolutivo" de Heidegger es un "quiero y no puedo", un instante vano que la eternidad ignora mientras lo está engullendo.
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