Vida y muerte.
Recién, cuando él la vió en la salita de la maternidad, se le aguaron los ojos...
Nunca imaginó, que la Rosalía le daría una hija tan linda. Pero, aunque la desgracia venía acompañando tamaño acontecimiento en su vida, porque su mujer había fallecido dando a luz a su primogénita.
Los Drs, no pudieron parar la hemorragia, que se le produjo y un infarto terminó con la vida de la que había sido su compañera por varios años.
Los Drs le dijeron que lo sentían mucho, que habían hecho todo lo posible por salvarle la vida, pero él, en lo único que pensaba en ese momento, era en su hijita, y en cómo la podría cuidar.
Antonio o El Peuco, como le decían sus compañeros del Puerto, cuando por su trabajo, tenía que cargar enormes sacos de granos, que las grandes Cías navieras dejaban al descubierto, cuando un barco llegaba al Puerto y los containers se caían por malas maniobras de las gruas.
Ahí estaban, él y sus compañeros, para cargar los sacos que se habían roto en la caída y como las aves marinas se les echaban encima, en vuelo rasante, para aprovechar de comer los granos...El Peuco, era el único, que las sabía esquivar y llevar la carga a las bodegas correspondientes de la Empresa Portuaria.
Ese día, él creyó que tendría la felicidad, que quizás la vida le había negado en tantas ocasiones.
Huérfano de padre y madre, fue criado por unos padrinos viejitos, que habían sido amigos de sus padres, que murieron jóvenes en un accidente ferroviario.
Desde chiquito, tuvo que salir a ganarse unos pesitos, ya que, los padrinos eran pobres y el dinero no abundaba.
Supo lo que era trabajar, acarreando agua para las flores, que llevaban los deudos en el Cementerio de Playa Ancha. Si acarreaba varios tachos del líquido elemento, le daban propinas buenas, que él después gastaba en pan y queso de cabra, para llevarle a los padrinos, sus benefactores.
Una vez, el cura de la iglesia de La Matriz, le regalo en una Navidad, un trompo de esos que son para jugar con un cordel.
El sintió, que eso era la alegría de ser niño. No tenía envidia de los demás; solamente él sentía que si algo bueno le pasaba alguien en el cielo se acordaba de él.
Ese día, en que la Rosalía le dio el regalo de su hija, fue de dulce y amargo sentir....
Allí estaba pegado en el vidrio, de la sala de la Maternidad... mirando a su hija, que estaba durmiendo tranquilamente...
La vida le daba una alegría y una pena.
¿ Por qué será así ?
Se dijo en un instante pequeño, cuando la nena movió justo los bracitos y a él se le cayeron las lagrimas.
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