Recorrido moral, ir a un sitio determinado

[ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO]

Si el concepto de libertad, en el sentido de que sea fundamento de la conducta, no es un enrevesamiento, una figura que impone una regla que no hay, de suyo, en la conducta (*); si, dicho de otra manera, se encadena la conducta a propiedades extraídas de una experiencia distinta de la experiencia propia de la conducta; si, hablando en plata, la libertad no se basa en algo distinto de la “libertad”, en un señuelo, por lo que la libertad se hace pasar (**). La libertad es una figura moral hecha a la medida de una relación externa a la sustancia moral; es un término indeterminado, un "tragabolas", que se deja caer en un ámbito sin que siga una correspondencia genuinamente moral (***).

(*) La experiencia psicológica no es sino una fase aparente entre las fases que atraviesa la totalidad que constituye la conducta. La psicología ve poco más de lo que tiene ante las narices. A este respecto, la verdad de su intuición no se presta a su trato inmediato, a llegar a ella de una vez, sin intermedios; para llegar a la verdad hay que ir a ella, no viene consigo (****).

(**) Esta libertad sería gradual, con relaciones intermedias de las que depende y a las que, no obstante, se adelanta.

(***) Este ámbito no es lo que, habitualmente, se entiende por moral, sino algo distinto de la intuición moral inmediata. No es una idea hecha a su medida, sino la idea que la medida elabora, una "medida de la medida".

La intuición moral carece de otra intuición sobre sí misma que la de las preferencias que sigue mientras la arrastran; está excedida de su propia inclinación. Toda intuición moral debe descansar en principios que abracen el conjunto que lleva a ellos y quedar fija en ellos. No son ideas negativas y analíticas, ideas que no reflexionan sobre su recorrido.

(****) Hace unos días hice un comentario sobre el juicio y la verdad que viene consigo que podría llevar a malentendidos. Si no hubiera una verdad de suyo, si no hubiera un ámbito de verdad en el que todo descansase, no habría ninguna conciencia, ni sería posible juicio alguno.

La "verdad" propia de la intuición es lo que le pertenece de suyo a la intuición, está consigo; la verdad acompaña al ser, el ser la reafirma consigo. Por otro lado, lo "verdadero" de la intuición es algo a lo que se llega por sucesivos pasos, tras dejar atrás lo falso; su verdad, por tanto, no es inmediata; hay que reafirmarla mediante figuras que, artificialmente, mantengan su reafirmación (*****). Así pues, la verdad tiene más posibilidades que lo verdadero, es intensiva. Sin embargo, lo verdadero está limitado a la verdad, la verdad está implícita en lo verdadero; no hay nada verdadero si no hay algo soportándolo.

Esta faceta de la verdad, que es más lenta que su representación, es un problema fenomenológico que concierne a sus posibilidades. Hay en ella una faceta relativa a su conciencia, la experiencia de una intuición verdadera, como "el cielo es azul, si es azul"; y hay otra que no es relativa, sino sustancial, como "lo caliente de la sopa que quema" o "el verde del cesped". Entiéndase, en todo caso, que pongo ejemplos de la experiencia intuitiva no porque su verdad dependa de la experiencia sino, muy al contrario, por la estructura interna que los soporta.

(*****) Este artificio pertenece a un ámbito de interioridad que no está "a la vista"; hay que ir a él elaborando las ideas que faltan para ello.

[ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO]

El fundamento de la moral no puede estar en su experiencia psicológica, sería medir el peso de algo dejándolo colgado en el aire, sin punto de apoyo.

El fundamento de la moral está en el ámbito del que crece la moral misma, qué sea moral con independencia de las fases en las que la moral se disuelve. Debe ser, por tanto, un primer paso con capacidad suficiente como para satisfacer la diversidad a la que se enfrenta la experiencia moral, debe estar en ventaja ante lo que tiene encima (*).

El ámbito de “moralidad” (**), como fue llamado hace unas semanas, es dialéctico con su experiencia más inmediata. Su intuición no se reconoce en absoluto (***); muy al contrario, la moral se desdobla. Su unidad de medida debe abrazar la moral misma, su materia prima, y, asimismo, el cambio de lo moral, la distancia con su fundamento.

(*) Una diversidad que, sin embargo, debe estar limitada. Si no lo está ya, esto es, si su limitación no es, todavía, a priori, actual, está en ello.

(**) Esta “moral” es un contenido afectivo distinto del contenido epistemológico; no es una moral más, no sigue las preferencias de la garantía que da lo abstracto, el eterno vacío; no es representable siguiendo la lógica de la representación (****). Su especialidad es la que permite la elaboración teorético-especulativa de su concepto: aproximarse a él siguiendo los términos de los que está constituido.

(***) Conviene traer de nuevo la figura de la intuición falsa. La única verdad de la intuición es independiente de la experiencia, es una reafirmación que no está en su apariencia. La verdad no se limita a lo verdadero, que no es sino una fase que la verdad atraviesa. Lo “verdadero” no lo es por sí solo, su actividad no llega a ser actual, no llega a agotar todas sus posibilidades; en lo verdadero no hay nada genuino. Lo falso aprovecha la ventaja de que lo verdadero está siempre pendiente; lo falso ocupa más lugar que lo verdadero, su actualidad lo pone por encima. La experiencia intuitiva, en tanto vivencia, se contrapone a sí misma a cada paso que da, su afirmación no pesa lo suficiente; finalmente, pasa (*****).

(****) La moral se reafirma sola, va consigo, no necesita artificios; por el contrario, la experiencia cognoscitiva es, en lo básico, negativa, no tiene su propia materia, sino, somo digo, en relación con su dependencia interna, su lado inverso, de lo que se nutre y a lo que, primeramente, está expuesta.

La reafirmación de la moral está con su sola presencia, viene consigo; ocupa más espacio del que parece estar ocupando. Sin embargo, el lado de la representación es, a cada paso que da, negativo, carga con demasiadas dependencias; está siempre necesitado de lo que no tiene por sí mismo.

(*****) Me refiero a la vivencia en sentido fenomenológico, su primer grado. La vivencia, en el sentido de una experiencia psicológicamente genuina, es un psicologismo irrepresentable.