EL NIÑO pierde o rompe su juguete favorito y comienza a llorar con tanta tristeza, que nos parte el corazón oírlo. Pero ¿hemos notado cómo se le ilumina el rostro cuando papá o mamá le restituyen o restauran lo que había perdido? Aunque para el progenitor sea sencillo encontrar o arreglar el juguete, para el pequeño es motivo de regocijo y fascinación, pues se le ha devuelto lo que creía irrecuperable.
2 Jehová, el Padre Supremo, tiene el poder de restituir o restaurar lo que sus hijos terrestres tal vez consideren perdido sin remedio. Claro, no nos referimos a algo tan trivial como un juguete. En estos “tiempos críticos, difíciles de manejar”, afrontamos pérdidas inmensas (2 Timoteo 3:1-5). Muchas de las cosas que estimamos —el hogar, los bienes materiales, el empleo y hasta la salud— parecen hallarse bajo amenaza constante. Quizás nos desconsuelen la destrucción del medio ambiente y la consiguiente extinción de numerosas especies. Sin embargo, nada nos hace tanta mella como la muerte de un ser querido. Los sentimientos de pérdida e impotencia suelen ser abrumadores (2 Samuel 18:33).
3 Por ello, es reconfortante estudiar el poder restaurador de Jehová. Como veremos, es asombroso todo lo que él puede restituir y restituirá a sus hijos terrestres. De hecho, la Biblia señala que se propone efectuar “la restauración de todas las cosas” (Hechos 3:21). Para lograrlo se valdrá del Reino mesiánico en manos de su Hijo Jesucristo, gobierno que, según indican los hechos, entró en funciones en el cielo en 1914 (Mateo 24:3-14)*. Ahora bien, ¿qué se restablecerá? Repasemos varios grandiosos actos divinos de restauración. Uno de ellos ya lo vemos y experimentamos en la actualidad, mientras que otros tendrán lugar a gran escala en el futuro.
La restauración de la adoración pura
4 Algo que Jehová ya ha restituido es la adoración pura. Para entender las implicaciones de este hecho, hagamos un breve repaso de la historia del reino de Judá. Sin duda nos emocionaremos al comprender mejor la intervención del poder restaurador de Dios (Romanos 15:4).
5 Imaginémonos cómo se sintieron los judíos fieles tras la destrucción de Jerusalén en el año 607 a.E.C. Su amada ciudad yacía en ruinas, con las murallas demolidas y, peor aún, el glorioso templo salomónico —la única sede terrestre de la adoración pura— reducido a escombros (Salmo 79:1). Los sobrevivientes fueron llevados a Babilonia, y su país se volvió un yermo poblado por fieras (Jeremías 9:11). Desde una óptica humana, todo parecía perdido (Salmo 137:1). Pero Jehová, que había predicho muchos años antes la devastación, les infundió la esperanza de que se avecinaba una restauración.
6 De hecho, la restauración fue un tema recurrente en las profecías hebreas.* En ellas, Jehová prometió que el país sería restaurado y repoblado, recuperaría su fertilidad y estaría protegido de las fieras y los ataques enemigos. Pintó la tierra restaurada como un auténtico paraíso (Isaías 65:25; Ezequiel 34:25; 36:35). Sobre todo, se restablecería la adoración pura y se reedificaría el templo (Miqueas 4:1-5). Estas profecías dieron esperanza a los judíos desterrados, lo que les permitió soportar setenta años de cautiverio en Babilonia.
7 Por fin llegó la restauración. Los judíos partieron libres de Babilonia, regresaron a Jerusalén y reconstruyeron el templo (Esdras 1:1, 2). Mientras fueron fieles a la adoración pura, Dios los bendijo, hizo que la tierra fuera fértil y próspera, y los protegió de los enemigos y de las bestias salvajes que la habían invadido por décadas. ¡Cuánto debió de alegrarles el poder restaurador de Jehová! Pero aquellos sucesos constituyeron tan solo un cumplimiento inicial y limitado de las profecías de restauración, que se harían realidad a mayor escala “en la parte final de los días” —es decir, en nuestro tiempo—, cuando ascendiera al trono el Heredero de David mencionado en las antiguas promesas (Isaías 2:2-4; 9:6, 7).
8 Poco después de su entronización en el Reino celestial, en 1914, Jesús se dedicó a atender las necesidades espirituales del pueblo fiel de Dios que vive en la Tierra. Tal como el conquistador Ciro el Persa liberó de Babilonia en el año 537 a.E.C. a un resto de judíos, Cristo rompió las cadenas de un resto de judíos espirituales —sus propios discípulos—, a quienes liberó de la influencia de la Babilonia moderna, el imperio mundial de la religión falsa (Romanos 2:29; Revelación [Apocalipsis] 18:1-5). A partir de 1919, la adoración pura ha recuperado el debido lugar en la vida de los verdaderos cristianos (Malaquías 3:1-5). Desde ese momento, el pueblo de Jehová le rinde culto en su templo espiritual purificado, es decir, el sistema divino para la adoración pura. ¿Qué importancia reviste este hecho para nosotros?
La restauración espiritual y su relevancia
9 Hagamos un repaso histórico. Aunque los cristianos del siglo I disfrutaban de múltiples bendiciones espirituales, la adoración verdadera terminaría corrompiéndose y desapareciendo, tal como predijeron Jesús y los apóstoles (Mateo 13:24-30; Hechos 20:29, 30). Tras la era apostólica surgió la cristiandad, cuyos clérigos asimilaron doctrinas y prácticas paganas e hicieron casi imposible que los feligreses se acercaran a Dios, a quien presentaron como una Trinidad misteriosa. Además, les enseñaron a confesarse con los sacerdotes y a orar a María y a los “santos” más bien que a Jehová. Ante tal corrupción, que lleva siglos en existencia, ¿qué ha hecho él en nuestros días? En este mundo contaminado por la falsedad religiosa y la impiedad, ha intervenido y ha restituido la adoración pura. Cabe decir, sin caer en exageraciones, que esta restauración es uno de los sucesos más importantes de tiempos modernos.
10 Los cristianos auténticos disfrutan hoy de un paraíso espiritual. ¿Qué abarca? Dos aspectos principales. El primero es la adoración pura del Dios verdadero, Jehová, quien nos ha bendecido con una religión libre de mentiras y tergiversaciones, así como con alimento espiritual. De esta manera nos es posible conocer al Padre celestial, agradarle y acercarnos a él (Juan 4:24). El segundo aspecto tiene que ver con las personas. Como predijo Isaías, “en la parte final de los días”, el Altísimo nos ha enseñado a sus adoradores las sendas de la paz y ha abolido la guerra entre nosotros. Aunque somos imperfectos, nos ayuda a vestirnos de “la nueva personalidad”. Bendice nuestros esfuerzos dándonos su espíritu santo, que produce en nosotros su hermoso fruto (Efesios 4:22-24; Gálatas 5:22, 23). Quien obra en armonía con dicho espíritu forma parte innegable del paraíso espiritual.
11 Jehová ha reunido en el paraíso espiritual a las personas que ama: quienes corresponden a su cariño, ansían la paz y tienen “conciencia de su necesidad espiritual” (Mateo 5:3). A estas les concederá el privilegio de vivir una restauración aún más espectacular: la de la humanidad y la Tierra entera.
“¡Mira!, voy a hacer nuevas todas las cosas”
12 Muchas profecías de restauración han de tener algo más que un cumplimiento espiritual. Isaías, por ejemplo, habló de la curación de los enfermos, cojos, ciegos y sordos e incluso de la eliminación definitiva de la muerte (Isaías 25:8; 35:1-7). En el antiguo Israel no se vio la realización literal de tales promesas, y aunque se han cumplido de modo espiritual en nuestros días, hay razones sólidas para creer que en el futuro se harán realidad de forma literal y a gran escala. ¿Cómo lo sabemos?
13 En Edén, Jehová expuso su propósito para la Tierra: la poblaría una familia humana unida, sana y feliz. El hombre y la mujer cuidarían del planeta, así como de sus seres vivos, a fin de transformarlo en un paraíso (Génesis 1:28 . ¡Qué diferente de la realidad actual! No obstante, podemos tener la certeza de que los propósitos de Dios nunca se frustrarán (Isaías 55:10, 11). Jesús, el Rey Mesiánico qué él ha designado, será quien instaure este Paraíso mundial (Lucas 23:43).
14 Imagínese ser testigo de la transformación de toda la Tierra en un paraíso. Tocante a ese tiempo, Jehová dice: “¡Mira!, voy a hacer nuevas todas las cosas” (Revelación 21:5). Pensemos en las implicaciones. Cuando él haya acabado de usar su poder destructor contra este viejo mundo malvado, permanecerán los “nuevos cielos y una nueva tierra”; es decir, habrá un nuevo gobierno celestial que regirá sobre una nueva sociedad terrestre integrada por personas que aman a Dios y hacen su voluntad (2 Pedro 3:13). Además, se incapacitará a Satanás y sus demonios para toda actividad (Revelación 20:3). Por primera vez en milenios, la humanidad se verá libre de esta influencia negativa que fomenta el odio y la corrupción. ¡Qué gran alivio!
15 Por fin cuidaremos de este bello planeta tal como tendríamos que haberlo hecho desde el principio. La Tierra posee la facultad natural de regenerarse. Los ríos y lagos contaminados se limpian por sí solos cuando se elimina la fuente de la contaminación; las cicatrices de los campos de batalla se borran si cesan las guerras. Será un placer inmenso trabajar en armonía con la Tierra y contribuir a que se convierta en un parque ajardinado, un Edén mundial de infinita variedad. En vez de eliminar sin razón especies animales y vegetales, el hombre vivirá en paz con toda la creación terrestre. Ni siquiera los niños tendrán que temer a las fieras (Isaías 9:6, 7; 11:1-9).
16 También en el plano individual viviremos una restauración. Después del Armagedón, los sobrevivientes presenciarán curaciones milagrosas a escala mundial. Tal como hizo cuando estuvo en la Tierra, Jesús se valdrá del poder procedente de Dios para devolver la vista a los ciegos, el oído a los sordos y la salud corporal a los cojos y enfermos (Mateo 15:30). Los ancianos recuperarán el bienestar físico y el vigor juvenil (Job 33:25). Las arrugas se borrarán, los brazos y piernas se enderezarán y los músculos se flexionarán con nuevos bríos. Toda la humanidad fiel constatará la desaparición progresiva de los efectos del pecado y la imperfección. Estaremos muy agradecidos a Jehová por su maravilloso poder restaurador. Centrémonos ahora en un aspecto muy alentador de este emocionante período de restauración.
Se restituye la vida a los muertos
17 Ciertos religiosos del siglo primero, los saduceos, no creían en la resurrección, por lo que Jesús les dirigió esta censura: “Ustedes están equivocados, porque no conocen ni las Escrituras ni el poder de Dios” (Mateo 22:29). En efecto, la Biblia revela que Jehová tiene dicho poder restaurador. ¿De qué manera lo hace?
18 Visualicemos un suceso de tiempos de Elías. Una viuda sostenía en sus brazos el cuerpo sin vida de su único hijo. El profeta Elías, huésped de aquella casa, debió de sentirse horrorizado; antes ya había ayudado al muchacho para que no muriera de inanición y seguramente le había cobrado cariño. La madre estaba destrozada. Aquel joven era la única persona que le recordaba a su difunto esposo, y tal vez contara con que él la cuidase en la vejez. Angustiada, temía que se la estuviera castigando por algún error del pasado. Pero Elías no podía soportar que se agravase así su dolor. Tomó con cuidado al niño del regazo de su madre, lo subió a su habitación y pidió a Jehová Dios que le devolviera el alma, es decir, la vida (1 Reyes 17:8-21).
19 Elías no era el primer ser humano que creía en la resurrección. Siglos antes, Abrahán tuvo fe —una fe bien fundamentada— en que Jehová poseía dicho poder restaurador. Cuando contaba 100 años y su esposa Sara 90, Dios les restituyó las facultades reproductivas, lo que permitió el milagro de engendrar un niño (Génesis 17:17; 21:2, 3). Más tarde, ante la solicitud divina de que sacrificara al hijo ya crecido, Abrahán actuó con fe, pues estimó que el Creador podía devolverle la vida a su amado Isaac (Hebreos 11:17-19). Su firme confianza tal vez explique por qué dijo a sus sirvientes, antes de subir a la montaña para ofrecer a su hijo, que ambos volverían juntos (Génesis 22:5).
20 Jehová dejó que Isaac siguiera vivo, por lo que no fue preciso que lo resucitara entonces. Pero en el caso de Elías, el hijo de la viuda ya se encontraba muerto, aunque no lo estaría por mucho tiempo. Dios premió la fe del profeta resucitando al joven. Luego, Elías se lo entregó a su madre con estas inolvidables palabras: “Mira, tu hijo está vivo” (1 Reyes 17:22-24).
21 Esta es la primera vez que las Escrituras relatan que Jehová utilizó su poder para devolver la vida a un ser humano. Más tarde, él también facultó a Eliseo, Jesús, Pablo y Pedro para levantar a los muertos. Aunque es evidente que aquellos resucitados fallecieron con el tiempo, su resurrección, referida en la Biblia, es un maravilloso adelanto de sucesos futuros.
22 En el Paraíso, Jesús actuará como “la resurrección y la vida” (Juan 11:25). Resucitará a incontables millones de personas y les ofrecerá la posibilidad de tener vida eterna en una Tierra paradisíaca (Juan 5:28, 29). Pensemos en cómo será el reencuentro de amigos y parientes queridos que, tras una larga separación a causa de la muerte, se abrazarán con emoción y gozo indescriptibles. Toda la humanidad alabará a Jehová por su poder restaurador.
23 Jehová nos da una garantía solidísima de que tales esperanzas son firmes. La mayor demostración de su poder fue resucitar a su Hijo, Jesús, como gloriosa criatura espiritual, a la que concedió un rango solo inferior al suyo. Jesús resucitado se apareció ante centenares de testigos oculares (1 Corintios 15:5, 6). Hasta para los escépticos, estas pruebas deberían constituir una base más que suficiente para creer que Dios tiene la capacidad de devolver la vida.
24 Pero él no solo puede devolver la vida a los muertos, sino que además desea hacerlo. El fiel Job habló por inspiración de que anhela resucitarlos (Job 14:15). ¿No nos atrae un Dios que ansía utilizar de forma tan amorosa su poder restaurador? Recordemos, no obstante, que la resurrección no es más que un aspecto de la gran obra de restauración que está en curso. Al acercarnos cada vez más a Jehová, valoremos como un tesoro la maravillosa esperanza de ser testigos presenciales del día en que proceda a “hacer nuevas todas las cosas” (Revelación 21:5).
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