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Davidmor
LOS discípulos estaban aterrados en medio de una tormenta que los sorprendió mientras cruzaban el mar de Galilea. Seguramente no era la primera vez que veían ese fenómeno en aquel lago, dado que algunos habían sido pescadores por muchos años (Mateo 4:18, 19). Pero en este caso se trataba de “una grande y violenta tempestad de viento”, que embraveció enseguida el agua. Aunque se afanaban por gobernar la nave, el temporal los vencía. Las olas estaban “lanzándose dentro de la barca”, que empezaba a anegarse. Pese a la agitación, Jesús dormía plácidamente en la popa, fatigado tras un día intenso enseñando a las multitudes. Temerosos de no salir con vida, los discípulos lo despertaron con el ruego: “¡Señor, sálvanos, estamos a punto de perecer!” (Marcos 4:35-38; Mateo 8:23-25).
2 Jesús, en cambio, no tenía miedo. Con total confianza reprendió tanto al viento como al mar: “¡Silencio! ¡Calla!”. Ambos obedecieron al instante, cesando la tempestad y apaciguándose las olas, de modo que “sobrevino una gran calma”. A los discípulos los invadió un temor inusitado: “¿Quién, realmente, es este [...]?”, susurraban entre ellos. Sí, ¿qué clase de hombre poseía la capacidad de censurar al viento y al mar como quien corrige a un chiquillo travieso? (Marcos 4:39-41; Mateo 8:26, 27.)
3 Pero Jesús no era un hombre de tantos. De formas extraordinarias, el poder de Jehová actuaba mediante él y para él. De ahí que, en una carta inspirada, el apóstol Pablo lo llamara con toda justicia: ‘Cristo, el poder de Dios’ (1 Corintios 1:24). ¿De qué maneras se reveló dicho poder en Jesús, y cómo influye en nuestra vida el uso que él le da?
El poder del Unigénito de Dios
4 Reflexionemos sobre el poder de Jesús antes de existir como hombre. Jehová ejerció su “poder sempiterno” cuando creó a su Hijo unigénito, quien llegó a ser conocido como Jesucristo (Romanos 1:20; Colosenses 1:15). A este Hijo le otorgó un enorme poder y autoridad, y le asignó la labor de realizar Sus designios creativos. Con respecto al Unigénito dice la Biblia: “Todas las cosas vinieron a existir por medio de él, y sin él ni siquiera una cosa vino a existir” (Juan 1:3).
5 Apenas entrevemos la magnitud de aquella comisión. Pensemos en cuánta energía hizo falta para crear millones de ángeles potentísimos, así como el cosmos, con sus miles de millones de galaxias, o siquiera la Tierra, con su abundante diversidad de especies. Para realizar estas obras, el Unigénito disponía de la mayor fuerza del universo: el espíritu santo de Dios. Le complacía sobremanera ser el Obrero Maestro, el agente mediante el cual Jehová creó todo lo demás (Proverbios 8:22-31).
6 ¿Sería posible que el Unigénito recibiera aún más poder y autoridad? Tras entregar su vida en la Tierra y resucitar, él mismo dijo: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y sobre la tierra” (Mateo 28:18 ). En efecto, Jehová le concedió la capacidad y el derecho de regir el entero universo, de modo que, como “Rey de reyes y Señor de señores”, tiene permiso para reducir “a nada todo gobierno y toda autoridad y poder” —visible e invisible— que se oponga a su Padre (Revelación [Apocalipsis] 19:16; 1 Corintios 15:24-26). Salvo Su propia persona, “no dejó Dios nada que no esté sujeto a [Jesús]” (Hebreos 2:8; 1 Corintios 15:27).
7 ¿Debería preocuparnos la posibilidad de que Jesús abuse del poder? De ningún modo, pues ama muchísimo a su Padre y nunca haría nada que le desagradase (Juan 8:29; 14:31). Además, sabe muy bien que Jehová nunca abusa de su omnipotencia, y ha observado de cerca que busca oportunidades “para mostrar su fuerza a favor de aquellos cuyo corazón es completo para con él” (2 Crónicas 16:9). Ciertamente, Cristo comparte el amor del Padre por la humanidad, lo que nos infunde confianza en que siempre usará su poder con buenos fines (Juan 13:1). Se ha labrado un historial irreprochable en este particular. Repasemos qué poder tuvo durante su vida en la Tierra y cómo se sintió motivado a utilizarlo.
“Poderoso [...] en palabra”
8 Por lo que sabemos, Jesús no realizó milagros mientras se criaba en Nazaret. Sin embargo, la situación cambió al bautizarse, en el año 29 E.C., cuando tenía unos 30 años (Lucas 3:21-23). Nos dice la Biblia: “Dios lo ungió con espíritu santo y poder, y fue por la tierra haciendo [el] bien y sanando a todos los que eran oprimidos por el Diablo” (Hechos 10:38 ). ¿No indica la fórmula “haciendo [el] bien” que Cristo dio buen uso a su poder? Tras recibir la unción, “vino a ser profeta poderoso en obra y en palabra” (Lucas 24:19).
9 ¿En qué sentido fue Jesús poderoso en palabra? Pues bien, muchas veces enseñó al aire libre: a orillas de un lago y en las laderas de las colinas, así como en calles y mercados (Marcos 6:53-56; Lucas 5:1-3; 13:26). Quienes lo escuchaban tenían la opción de marcharse sin más si no captaba su interés. Dado que no existía la imprenta, los buenos oyentes debían grabar sus palabras en la mente y el corazón. Por todo ello, la enseñanza de Cristo tenía que ser fascinante, muy entendible y fácil de recordar. Pero esto no suponía ninguna dificultad para él, como vemos por ejemplo en el Sermón del Monte.
10 En la primera parte del año 31 E.C., una multitud se congregó cierta mañana en una ladera próxima al mar de Galilea. Algunos procedían de Judea y Jerusalén, a 100 ó 110 kilómetros de distancia; otros, del norte, de la franja costera de Tiro y Sidón. Muchos enfermos se acercaron a Jesús para tocarlo, y él los sanó a todos. Cuando ya no quedaba nadie aquejado de dolencias graves, se puso a enseñar (Lucas 6:17-19). Al concluir el discurso, todos estaban asombrados de lo que habían escuchado. ¿Por qué?
11 Años más tarde, uno de los oyentes del sermón escribió: “Las muchedumbres quedaron atónitas por su modo de enseñar; porque les enseñaba como persona que tiene autoridad” (Mateo 7:28, 29). Jesús discursaba con una autoridad que podían percibir. Hablaba como representante de Jehová y respaldaba su instrucción en la Palabra divina (Juan 7:16). Sus afirmaciones eran claras, su exhortación persuasiva y su argumentación irrefutable. Lo que decía llegaba al fondo de los asuntos, así como al corazón de su público. Les enseñó a hallar la felicidad, a orar, a buscar el Reino de Dios y a colocar un sólido fundamento para el futuro (Mateo 5:3–7:27). Su mensaje despertó el corazón de quienes tenían hambre de verdad y justicia, al grado de que estuvieron dispuestos a ‘repudiarse’ a sí mismos y abandonarlo todo por seguirlo (Mateo 16:24; Lucas 5:10, 11). ¡Qué testimonio de la fuerza de las palabras de Cristo!
“Poderoso en obra”
12 Jesús también era “poderoso en obra” (Lucas 24:19). Los Evangelios refieren más de treinta milagros específicos que realizó, siempre por “el poder de Jehová” (Lucas 5:17). Tales prodigios beneficiaron a miles de personas. En tan solo dos de ellos —la alimentación de 5.000 hombres y más tarde, de 4.000, “además de mujeres y niñitos”—, hubo multitudes que tal vez totalizaran unas veinte mil almas (Mateo 14:13-21; 15:32-38 ).
13 Los milagros de Jesús fueron muy diversos. Tenía autoridad sobre los demonios y los expulsaba sin dificultad (Lucas 9:37-43). También controlaba los elementos, lo que le permitió convertir el agua en vino (Juan 2:1-11). Para asombro de sus discípulos, caminó sobre un agitado mar de Galilea (Juan 6:18, 19). También dominaba las enfermedades, pues curó órganos afectados, males crónicos y dolencias potencialmente mortales (Marcos 3:1-5; Juan 4:46-54). Realizó tales curaciones de distintas maneras. A ciertos enfermos los sanó a distancia, pero a otros los tocó directamente (Mateo 8:2, 3, 5-13). A algunos les devolvió la salud en el acto, y a otros, de forma gradual (Marcos 8:22-25; Lucas 8:43, 44).
14 Jesús tenía la asombrosa capacidad de revertir los efectos de la muerte. La Biblia consigna tres resurrecciones que efectuó: devolvió a unos padres su hija de 12 años; a una madre viuda, su hijo único, y a dos hermanas, su amado hermano (Lucas 7:11-15; 8:49-56; Juan 11:38-44). No hubo circunstancia que le fuera imposible superar. En el caso de la niña de 12 años, la levantó del lecho de muerte poco después de fallecer. Al hijo de la viuda lo resucitó de su féretro al parecer el mismo día de su defunción. Y a Lázaro lo levantó de la tumba al cabo de cuatro días.
Usa el poder con altruismo, responsabilidad y consideración
15 ¿Nos imaginamos cuántos abusos podría cometer un gobernante imperfecto con el poder de Jesús? Pero él no tenía pecado (1 Pedro 2:22). Rehusó contaminarse con el egoísmo, la ambición y la codicia que impulsan a los hombres imperfectos a valerse de su autoridad para hacer daño.
16 Cristo nunca empleó su poder de forma interesada. Cuando tuvo hambre, no quiso convertir las piedras en panes en provecho propio (Mateo 4:1-4). Sus escasos bienes materiales muestran que no utilizó su poder con fines materialistas (Mateo 8:20). Hay otras indicaciones de que realizaba obras prodigiosas con altruismo. Los milagros representaban un sacrificio para él, ya que al sanar a los enfermos salía fuerza de su persona. Y él era consciente de esta pérdida, aunque se tratara de una sola curación (Marcos 5:25-34). No obstante, permitía que las multitudes lo tocaran y fuesen sanadas (Lucas 6:19). ¡Qué abnegación!
17 Jesús fue responsable en el uso de su poder. Nunca realizó portentos con el fin de impresionar o dar un espectáculo vano (Mateo 4:5-7). Se negó a ejecutar señales solo para satisfacer la curiosidad malsana de Herodes (Lucas 23:8, 9). En vez de ir pregonando su poder, en muchas ocasiones mandó a los sanados que no contaran a nadie lo ocurrido (Marcos 5:43; 7:36). No quería que la gente sacara conclusiones acerca de su persona basándose en informes sensacionalistas (Mateo 12:15-19).
18 El poderoso Jesús no se asemejaba en nada a los gobernantes despóticos que no reparan en las necesidades y sufrimientos ajenos. Él se preocupaba por la gente, y se conmovía tanto al ver su aflicción, que no podía menos que intervenir para remediarla (Mateo 14:14). Le interesaban profundamente sus sentimientos y necesidades, y lo demostraba por la forma de usar su poder, como vemos en el enternecedor ejemplo de Marcos 7:31-37.
19 En aquella ocasión, grandes multitudes hallaron a Jesús y le llevaron muchos enfermos, a quienes curó en todos los casos (Mateo 15:29, 30). Sin embargo, centró su atención en uno de ellos, un sordo que apenas era capaz de hablar y en el que tal vez percibiera especial nerviosismo o turbación. Tuvo la delicadeza de llevarlo aparte, lejos del gentío, a un lugar privado, donde le explicó con señas lo que iba a hacerle: “Puso sus dedos en los oídos del hombre y, después de escupir, le tocó la lengua” (Marcos 7:33). A continuación, miró al cielo y lanzó un suspiro suplicante, indicando así que la curación se debería al poder de Dios. Finalmente, le dijo: “Sé abierto” (Marcos 7:34). Con eso, el hombre recuperó la audición y consiguió hablar con normalidad.
20 Resulta conmovedor pensar que, hasta cuando sanaba a los afligidos con el poder que le había dado Dios, Jesús tenía muy en cuenta los sentimientos de ellos. ¿No nos reconforta saber que Jehová ha puesto el Reino mesiánico en manos de un Gobernante tan compasivo y considerado?
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