Un mundo sin enfermedades
“La malaria es más escurridiza de lo que jamás se había imaginado nadie —dice el Dr. Dan Gordon, inmunólogo—. Todavía estamos tratando de encontrar una solución.”
“AÚN no sabemos lo suficiente sobre el metabolismo de la [bacteria de la tuberculosis] —dice Barry Bloom, del Instituto Médico Howard Hughes—. No conocemos con exactitud cómo actúan los medicamentos. Simplemente no lo sabemos a ciencia cierta.”
“El conocimiento no se traduce necesariamente en un cambio de comportamiento”, se lamenta un portavoz del Centro para el Control de la
Enfermedad, al observar el fracaso de las campañas a favor del “sexo seguro” para reducir los casos de sífilis. Como indican las declaraciones supracitadas, todavía no se ha logrado ganar la batalla contra la malaria, la tuberculosis y la sífilis. ¿Traerá el futuro remedios más eficaces contra estas enfermedades?
Quizás; pero aunque el hombre pueda vencer algunas dolencias y hacer otras más llevaderas, existe una razón fundamental por la que no puede ganar por completo la guerra contra la enfermedad.
El origen de las enfermedades
La guerra contra la enfermedad es mucho más que una simple lucha contra parásitos y gérmenes. La Biblia explica que la enfermedad es una consecuencia del pecado heredado de nuestro primer padre humano. (Romanos 5:12.) El pecado no solo dañó la relación del hombre con su Creador, sino que también provocó su deterioro mental, emocional y físico. Por consiguiente, en lugar de conservar la perfección en una Tierra paradisíaca, los seres humanos la perdieron y fueron degenerando hasta que les sobrevino la muerte. (Génesis 3:17-19.)
Ni contando con los mayores adelantos de la medicina, puede el hombre cambiar su condición pecaminosa o las consecuencias de dicho estado. Eso hace que la raza humana haya quedado “sujetada a futilidad [“sometida al fracaso”, Nueva Biblia Española]”. (Romanos 8:20.) Y el fracaso también es evidente en su guerra contra la enfermedad. Los adelantos médicos encaminados a salvar vidas suelen verse neutralizados por el derrumbe mortífero de la sociedad.
“Nos encontramos en un aprieto —escribe Jerold M. Lowenstein en la revista Discover—. Cuanto más éxito tenemos en la lucha contra la enfermedad y en la prolongación de la vida humana, más se ve la posibilidad de que aceleremos nuestra propia extinción” debido a la superpoblación y la degradación del medio ambiente.
La verdadera curación
La verdadera curación de todas las enfermedades no se encuentra en el hombre, sino en el Creador. Por eso el salmista dijo: “No cifren su confianza en nobles, ni en el hijo del hombre terrestre, a quien no pertenece salvación alguna”. La Biblia dice además: “Feliz es [aquel] cuya esperanza está en Jehová su Dios, el Hacedor del cielo y de la tierra”. (Salmo 146:3, 5, 6.) Solo Dios tiene el poder de erradicar por completo la enfermedad. Y, según la Biblia, eso es precisamente lo que se propone hacer. Además, el momento se acerca.
Jesucristo predijo que las “pestes” serían una de las muchas pruebas de que vivimos en la conclusión del sistema de cosas actual y a las puertas del nuevo mundo. También predijo un aumento en las circunstancias que agravan la enfermedad, como pueden ser la guerra, el hambre y el desafuero. (Lucas 21:11; Mateo 24:3, 7, 12; 2 Timoteo 3:1-5, 13.)
Cuando Jesús estuvo en la Tierra, sanó milagrosamente a los enfermos. De esa forma comenzó a cumplirse esta profecía: “Nuestras enfermedades fueron las que él mismo llevó; y en cuanto a nuestros dolores, él los cargó”. (Isaías 53:4; Mateo 8:17.) Con ello demostró en pequeña escala lo que Dios se ha propuesto realizar pronto a nivel mundial. La Biblia dice respecto a Jesús: “Entonces se le acercaron grandes muchedumbres, teniendo consigo personas que eran cojas, mancas, ciegas, mudas, y muchas en otras condiciones, y casi se las tiraron a los pies, y él las curó; de modo que la muchedumbre se asombró al ver que los mudos hablaban y los cojos andaban y los ciegos veían”. (Mateo 15:30, 31.)
La gente que contemplaba aquellos milagros glorificaba a Dios porque entendía que era él quien concedía a Jesús el poder de realizarlos. El poder al que Jesús tenía acceso era el mismo que se utilizó en la creación del impresionante universo. Era el espíritu santo de Dios, su fuerza activa. (Génesis 1:1, 2; Revelación 4:11.)
En los escritos del profeta Isaías se hace referencia a un tiempo en el que “ningún residente dirá: ‘Estoy enfermo’”. (Isaías 33:24.) Y Revelación 21:4, 5 dice: “‘[Dios] limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor. Las cosas anteriores han pasado’. Y Aquel que estaba sentado en el trono dijo: ‘¡Mira!, voy a hacer nuevas todas las cosas’”.
La Biblia indica que vivimos en un tiempo de transición. (1 Juan 2:15-17.) Este mundo —con sus enfermedades, pesar, delito, violencia y muerte— pronto formará parte del pasado. Dios lo eliminará junto con todas sus calamidades, preparando así el terreno para un nuevo mundo aquí mismo en la Tierra, en el que “la justicia habrá de morar”. (2 Pedro 3:11-13.) Jesús se refirió a ese venidero nuevo mundo con el término “Paraíso”, ya que será como el jardín paradisíaco original de Edén, solo que a una escala mucho mayor, pues abarcará toda la Tierra. (Lucas 23:43; Génesis 2:7, 8.)
De modo que los cristianos no esperan ver solo tratamientos médicos de carácter temporal, sino la eliminación permanente de la imperfección, la enfermedad y la muerte. Ansían presenciar el cumplimiento total de esta promesa de Dios: “Yo soy Jehová, quien te sana. [...] Verdaderamente apartaré yo la dolencia de en medio de ti”. (Éxodo 15:26; 23:25.)
[Ilustración en la página 9]
Jesús recibió de Dios el poder para resucitar a los muertos y sanar a los enfermos
Re: Un mundo sin enfermedades
Iniciado por Davidmor
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