Yo fui un pastor pentecostal
NACÍ en Sicilia, Italia, en 1932. Poco después de la segunda guerra mundial, asistí a un servicio religioso pentecostal en un hogar privado. El pastor de mediana edad comenzó su sermón orando en voz muy alta. Esto me sorprendió, pero me quedé.
Durante el sermón lo interrumpí varias veces para pedir pruebas de que Dios realmente existe. Él señaló a la Biblia como prueba de la existencia de Dios y me dio un ejemplar de obsequio. Comencé a leer unos siete capítulos al día. Sin embargo, pronto comprendí que entendía muy poco si acaso entendía algo de lo que leía. Así es que decidí dirigirme a la Iglesia Pentecostal por ayuda.
Antecedentes religiosos
Desde mi niñez yo había estado interesado en la religión, igual que mis padres. Como la mayoría de los sicilianos, ellos eran católicos romanos, y muy celosos.
Sin embargo, a medida que crecí comprendí que la Iglesia Católica no satisfacía mis necesidades espirituales. Por ejemplo, no podía comprender por qué el clero usaba indumentaria diferente, por qué se interesaban en los asuntos personales de otros en el confesionario, o por qué había tantos ídolos en las iglesias como los que había en los templos paganos. Debido a que no pude obtener respuestas satisfactorias a esas preguntas, menguó mi interés en la Iglesia Católica.
En esos días previos a la guerra, a menudo nos visitaba un sacerdote para quien se reservaban las frutas de nuestro viñedo. Él sostenía que el fascismo era la mejor forma de gobierno para Italia porque defendía los intereses de la Iglesia Católica. Sin embargo, cuando terminó la guerra hubo un gran éxodo de la Iglesia, puesto que la gente pudo ver que la Iglesia se había aliado con el fascismo. Y estaban disgustados con el modo en que apoyaba a los ricos a expensas de los pobres.
Como resultado, después de la guerra muchos se hicieron ateos, y yo, también, me incliné hacia este modo de pensar. Por lo tanto, consideré a los servicios religiosos solo como un medio para hacer amistades. Pero todavía sentía una necesidad espiritual.
Vida como pentecostal
Fue debido a sentir esta necesidad que me interesé en la Biblia. Así es que comencé a concurrir a la iglesia pentecostal.
Los servicios religiosos me sorprendieron mucho. Para comenzarlos el pastor decía una oración, con los ojos cerrados y con las manos y brazos extendidos hacia el cielo. Entonces invitaba a los presentes a cantar un himno con él. Después de esto, a varias personas se les daba la oportunidad de “testificar,” es decir, relatar las dificultades que hallaron en la vida antes de entrar en relación con la religión pentecostal, y cómo era su conducta actual.
Por lo general esto era seguido de un sermón basado en un texto de la Biblia. Yo no podía comprender lo que decía el pastor, pero pensaba que esto probablemente se debía a mi limitado conocimiento de la Biblia. Después de su sermón el pastor se movía entre los presentes y ponía sus manos sobre ellos, gritando: “¡Griten, griten más fuerte! ¡El Señor está cerca!” Entonces la gente gritaba: “¡Aleluya! ¡Señor, escúchanos!” u otras expresiones similares.
En 1950 me bauticé como miembro de la Iglesia Pentecostal. Pensé que me había llamado Dios, y por esta razón hice muchos cambios. Dejé de fumar, y dejé de ir a los cines o a los bailes. No escuché más a la radio, puesto que la iglesia a la que pertenecía sostenía que esto no era apropiado para el cristiano.
La gente donde yo vivía en la pequeña aldea de San Cataldo en la provincia siciliana de Caltanisetta estaba asombrada de los cambios que hice.
Les hablé a todos acerca de mi nueva fe, diciéndoles que vinieran y se salvaran, de otro modo serían atormentados en el fuego del infierno. Muchos escucharon, y se hicieron pentecostales.
En la ocasión de la visita de un eminente pastor estadounidense, fui asignado como superintendente de la escuela dominical. Esta asignación consistía en presidir las reuniones de la congregación pentecostal en la que se estudiaba un boletín que se llamaba “La escuela dominical.” Debido a mi celo excepcional en dirigir la escuela dominical, se me asignó como pastor en junio de 1952, aunque yo no había tenido entrenamiento en escuelas teológicas. Por los cuatro años siguientes serví en las iglesias pentecostales de la provincia de Caltanisetta, incluso en el pueblo de Caltanisetta.
Recibo el don de lenguas
Aunque complacido por el progreso que había hecho, estaba desilusionado porque no poseía los dones especiales que la Iglesia Pentecostal considera manifestaciones del espíritu de Dios, tal como el don de lenguas. Pero un día mis deseos se realizaron.
Mientras presidía un servicio religioso y oraba, una voz me dijo que le impusiera las manos a cierta mujer de la congregación. Con los ojos todavía cerrados, hallé a la mujer entre los presentes y puse mis manos sobre ella. Inmediatamente hubo un grito fuerte y ella comenzó, junto conmigo, a hablar en lenguas. Esto implica proferir palabras ajeno a la voluntad del orador. La experiencia me hizo muy feliz.
Sin embargo, todavía no podía entender la Biblia, y esto me perturbaba mucho. Se me dijo que la Biblia solo la podían entender los que tenían el don especial de la interpretación, y esta explicación me satisfizo hasta cierto punto. Estaba agradecido de, por lo menos, haber recibido el don de lenguas.
Pero no pasaron muchos meses antes que quedé convencido de que algo andaba mal con este llamado “don.” Comencé a tener pesadillas terribles. Era como si estuviera paralizado y, al mismo tiempo, veía formas oscuras que me tenían agarrado de todo lado. Empecé a preguntarme si es que estas evidencias de ataque por los espíritus inicuos pudiera tener alguna relación con el “don” que había recibido. Mis sospechas aumentaron cuando un pastor, que poseía el don de la interpretación, le ordenó a una persona con el don de lenguas que dejara de hablar, puesto que las cosas que estaba diciendo eran vergonzosas e indignas de ser repetidas.
Se recompensa la búsqueda constante
Estaba determinado a hallar una explicación para estas cosas. Investigué en otras organizaciones religiosas tales como los apostólicos, y los bautistas, pero sin éxito. Cuando oí acerca de una pareja de predicadores de tiempo cabal de los testigos de Jehová en la aldea cercana de Caltanisetta, fui allá.
Hice muchas preguntas. Todas éstas me las contestaron los Testigos con la Biblia. Su conocimiento de las Escrituras me asombró. Acepté la oferta que me hicieron de conducir un estudio bíblico gratuito conmigo. Con el tiempo finalmente aprendí la verdad acerca del don de lenguas.
La Biblia aclara que el Dios Todopoderoso otorgó a los cristianos primitivos el don de hablar en lenguas extranjeras que nunca antes habían aprendido. En la infancia de la congregación cristiana este don ayudó a los pocos discípulos que había a instruir a los extranjeros acerca de “las cosas magníficas de Dios.” (Hech. 2:5-11) Además el don de lenguas sirvió como una evidencia visible del favor de Dios sobre esta nueva organización cristiana. (1 Cor. 14:22) Pero, ¿es el hablar en lenguas un don que habría de continuar con la organización cristiana plenamente desarrollada?
No, aprendí que este don fue temporario, como también lo fueron los dones de profetizar y de conocimiento especial. La Biblia dice: “El amor nunca falla. Mas sea que haya dones de profetizar, serán eliminados; sea que haya lenguas, cesarán; sea que haya conocimiento, será eliminado.” Estos dones especiales de Dios fueron un rasgo identificador del cristianismo en su infancia, pero, tal como un adulto termina con los rasgos de un bebé, así la Biblia muestra que estos dones especiales, también, pasarían.—1 Cor. 13:8-11.
Por lo tanto pude comprender que el don aparentemente concedido por Dios que yo había recibido mientras era pentecostal de hecho era una operación de Satanás y de sus inicuas fuerzas espirituales. La Biblia advierte que ‘Satanás se transformaría en un ángel de luz’ y que engañaría a muchos con “señales y portentos mentirosos y con todo engaño injusto.”—2 Cor. 11:14; 2 Tes. 2:9, 10.
¡Qué feliz me siento de haber llegado a un entendimiento de estos asuntos! Especialmente me ha traído paz y satisfacción el entender el propósito de Dios de establecer su justo gobierno del Reino sobre la Tierra para la bendición de todos los que le sirven con espíritu y verdad. La promesa de la Biblia es que ya muy pronto, bajo el régimen del Reino, “Dios mismo estará con [la humanidad]. Y él limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor.”—Rev. 21:3, 4.
Un predicador de otra clase
Ya han pasado quince años desde que dediqué mi vida a servir al Dios verdadero, Jehová, y lo simbolicé por bautismo en agua. Desde entonces la principal meta de mi vida ha sido la de participar en cumplir la profecía del Hijo de Dios, Jesucristo, a saber: “Estas buenas nuevas del reino se predicarán en toda la tierra habitada para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin [de este sistema de cosas].”—Mat. 24:14.
Lo que me produjo gozo particular fue el poder ayudar a muchos en mi pueblo natal de San Cataldo, donde había servido previamente como pastor pentecostal, a aprender la verdad acerca del reino de Dios y a participar en la proclamación del Reino. Ahora vivo con mi familia en la ciudad de Torino al norte de Italia. Y he tenido el gozo adicional de ver a mis tres hijos mayores, entre siete, participar conmigo en predicar a otros de esta comunidad el mensaje de que la única esperanza verdadera de paz y felicidad es el reino de Dios.
Por lo tanto, es con profunda expectativa que nosotros, junto con los siervos de Dios en todas partes, esperamos el cumplimiento cabal de la profecía bíblica: “En los días de aquellos reyes el Dios del cielo establecerá un reino que nunca será reducido a ruinas. Y el reino mismo no será pasado a ningún otro pueblo. Triturará y pondrá fin a todos estos reinos, y él mismo subsistirá hasta tiempos indefinidos.” (Dan. 2:44)—Contribuido.
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