“El dolor dice: ¡Pasa!
Mas todo placer quiere eternidad, -
- Quiere profunda, profunda eternidad!”
(F. Nietzsche, “Así habló Zaratustra”, Cuarta parte; La canción del noctámbulo, 12)
Podemos plantear si esta "presencia incansable" no terminará por cansarse; si, en algún momento, no puede seguir especulando y, finalmente, recorre su interioridad; si algunas de sus posibilidades se ven realizadas, topan consigo mismas en un instante de contradicción; si el ámbito del espíritu no se apoya en algo, se densifica, envuelve consigo mismo y reafirma; si, de alguna manera, no se fija en ello; si la “inexistencia intencional” llega a algún sitio y su afirmación se limita a él; si, entre límites, se extralimita, o si se amolda a ellos; si cuando avanza, no va hacia atrás; si no va sola; si no es desigual, en esencia, diferente; si su avance descansa en una repetición, o si, por el contrario, avanza de otra manera y se hace sitio (*).
Así pues, la cuestión está en su actividad; si se trata de una relación interna que descanse en sí misma, en un sitio sin asiento; o si depende de algo que no está en ello, en sí, sino que sólo avanza de la mano de otro. Dicho en otras palabras, si su parte activa está siempre en ventaja frente a su parte pasiva, lleva la voz cantante, y, por tanto, la neutraliza, impide que progrese y queda atrás.
La estética podría ser llevada al máximo de sí. No quiero decir que sea algo totalmente hecho, que siga un patrón dado de una vez y para siempre, sino que sus posibilidades siguen un orden en ventaja con su opuesto; la experiencia del espíritu pasa.
¿Qué sería de un cansancio incansable? ¿Qué uso del lenguaje es ese, uno que piense sin nada que pensar? Por mucho que busque en la esencia espiritual, por mucho que busque en los términos sin término, no encuentro nada más que su falta, un hueco que es rellenado, un error de cálculo, una historia copresente que extiende su actualidad, su ámbito en desventaja. ¿Estar ya no es, principalmente, haber estado, un ser tardío puesto al día? ¿Se entiende, pues, el lenguaje, como si la expresión de sus términos satisficiese su interioridad; o la comprensión es siempre fallida, nunca llega a término?
(*) La inexistencia intencional no es un no existente, una determinación abstracta y solitaria que se mueva de aquí a allá sin ir a sitio alguno, sino otro modo de existencia; es una propiedad mental de otro orden, lo referido en tanto se limita a lo referido, su "régimen", un término no derivable de sus antecedentes, echado hacia delante, que, no obstante, tampoco se extralimita, sino que se amolda; dicho así, es la "intencionalidad", como es más conocida en ámbitos fenomenológicos, el espacio que recorre la posibilidad de una idea hasta que es pensada, o, dicho en otras palabras, la ventaja de las condiciones actuales ante las potenciales (**). Empero, la fenomenología se ha alineado a las posibilidades más abstractas y a sus medidas más inmediatas en lugar de problematizar una interioridad más genuina, esto es, qué descansa en ella.
(**) La inexistencia intencional es un problema fenomenológico de fondo. El espacio para que sea pensado no se corresponde con la experiencia de la categoría de la que depende, su disponibilidad no llega a aprovecharse, y queda mucho por recorrer.
Brentano piensa si en la extensión del predicado la indeterminación no ocupa más espacio que su determinación. Si el ámbito del juicio es lo primero en la determinación de la representación; o si, por el contrario, la esencia de su determinación es pasada por alto. De pasar por alto esta especialidad, la tesis fundamental de Brentano, un ámbito inmediato sin "mediación puesta" en él (***), la intencionalidad queda sujeta al espacio de cada cual, un subjetivismo inaproximable.
(***) Uso términos de Hegel, no de Brentano; Brentano ni los usa ni los necesita. Piensa la interioridad con profundidad, pone ideas donde no las hay.
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