El problema del cine europeo en contraste con el americano es industrial. En su ética no hay otra regla que la del capital.
La calidad del cine europeo no es comparable a la del cine norteamericano. Por supuesto hay algunas excepciones, el sello del cine de Paul Thomas Anderson no es su presupuesto, una de esas rarezas como Welles, Coppola, o el Scorsese de antes. Una película como “La vida de Adele” es impensable en una industria que se sirve de un mercado que vive un narcisismo absolutamente embrutecedor; sólo es sensible a sí; en Europa prima el director y la película más que el público (*).
Veo el cine con el condicionamiento de la expectativa: todo en el cine nortemericano es expectativa; el cine europeo usa el reconocimiento no como medio sino como fin. El cine norteamericano es, por lo general, una pérdida de tiempo. El cine europeo tiene una idea tras la película; puede gustar más o menos, pero hay cierto nivel en su discurso. Basta con oír hablar a un director de una película norteamericano, parece que se ha aprendido qué decir; un director europeo sabe qué decir.
(*) Aunque esto se sale totalmente de tema, es una tesis que no tendría ningún reparo en denominar “marxista”; el liberalismo es una ideología profundamente progresista y experimental que, como no es de extrañar, tiene el error en sus entrañas. Desde hace años sostengo que el principal problema de la ideología liberal es su ética interna; su ética del mercado se vende al mejor postor; es una irracionalidad.
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