Justicia Salvaje
Es rara la gente de este pueblo. Nos recibieron sin entusiasmo al presentarnos en el acto estelar de “El Domador y sus fieras salvajes” en la pista central del Gran Circo Nacional. La mejor atracción, creo yo, debería ser la bella Evelyn, guapísima con su estrecho traje rojo de lentejuelas y enorme escote al frente, la espalda desnuda y sus larguísimas piernas con malla de red sobre sus altos tacones. Sus ojos esmeraldas refulgían en su linda cara arrojando destellos junto con sus cabellos dorados.
La amaba con todas mis fuerzas, pero por desgracia no me pertenecía. Estaba atada a Jack, un tipo ruin, maltratador, que había hecho de su vida un martirio. Esa mañana fui un testigo impotente cuando la golpeó con crueldad y salvajismo. Era un marido celoso, neurótico y encima borracho. Me hervía la sangre al verla vejada así por ese sádico. Ella era un ángel de bondad que siempre me saludaba sonriente y con afecto.
El espectáculo inició con el restallante látigo del domador y siguió mostrando cada una de las rutinas: Saltar por el aro de fuego, subir a una torre, hacer malabarismos sobre una pelota y al final, el acto cumbre: El director lo anunció entre fanfarrias. El valiente domador metería su cabeza entre las fauces del león. Un tambor tocó a suspenso. El público ya espabilado, aguantaba el aliento con gran expectación.
Cuando Jack introdujo su cabeza, miré a Evelyn y sus ojos tristes y desvalidos me transmitieron un odio profundo y un deseo secreto que cegó mis sentidos y supe lo que debía hacer. Cerré las mandíbulas con todas mis fuerzas y de un solo tajo corté la cabeza pelirroja del maldito. Con una sacudida teatral la lancé como un escupitajo al suelo polvoriento y rodando fue a posarse frente a la hermosa mujer. Lancé un tremendo rugido que cimbró la carpa y enseguida fui a postrarme a los pies de mi ama. No fueron necesarios azotes ni descargas eléctricas. Ella misma, sin ninguna ayuda, acariciando mi melena me llevó hasta la jaula. El público aplaudió a rabiar.
Lo bueno de ser un león y vivir en la ciudad alejado de los reyes y aristócratas cazadores, es que la sociedad te protege. Hoy vivo feliz en un zoológico. Evelyn me visita muy seguido y no se cansa de agradecerme que le haya devuelto su libertad. Ningún precio tuve que pagar por lo que hice, más bien recibí una recompensa. Sin embargo, debo trabajar. Acaba de llegar para mí una nueva hembra y debo atenderla.
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